Hemos pasado del paradigma del golpismo y la mentira repetida mil veces de que, en Catalunya, se había producido un intento del golpe de estado, al paradigma del terrorismo y la mentira mil veces repetida de que, en Catalunya, hubo terrorismo y se quería matar a policías y –caso de ponerse a tiro– incluso al Rey. Hasta que se convierta en verdad. Sin complejos. Así, sin despeinarse, con esta alegría tan española que hace que conceptos cuya gravedad y trascendencia únicamente se les escapa a los idiotas parezcan adjetivos comprados en un todo a cien.
La derecha ya ha tirado de los tres comodines que considera, con permiso de la izquierda, su derecho de cuna para evitar que gobierne otro. El primero siempre es el comodín de la llamada y la primera llamada siempre es para los jueces, para que pongan coto a este desmán y este sindiós de que no gobiernen ellos. No es sólo que esté mal, que seguro que lo está. Algo debe de haber que sea ilegal, inmoral, inconstitucional y perseguible con el código penal.
Si los jueces tardan, comunican o no están en casa, entonces activan la segunda llamada y telefonean a la Unión Europea; que seguro que pilla a la primera que en España no gobierna quien tiene que gobernar y eso constituye un peligro inminente para la democracia y para occidente. Si Europa no responde, entonces será porque Europa también está mal y no funciona.
El segundo comodín acostumbra a ser el del público. Una y otra vez se convoca la misma manifestación en Madrid para escuchar los mismos discursos y oradores, inflamados de mismo ardor patriótico de la última vez, pero algo más cabreados porque cuántas veces más va a haber que venir en domingo a manifestarse con el buen tiempo que está haciendo. El derecho al desahogo debería ser un derecho reconocido y garantizado en la Constitución. En eso, hay que darles la razón. Un pacto de estado sobre eso parece posible y deseable.
Finalmente, siempre activan el comodín que consideran más infalible: el comodín del terrorismo. Si no gobiernan ellos es porque gobiernan los terroristas. Si ya no hay terrorismo, se inventa. Si ya no hay terroristas, entonces gobiernan sus hijos y si no lo reconocemos, o somos cómplices o no tenemos decencia. Fin de partida.
Lo más asombroso resulta que todavía les sigan funcionando los tres comodines y parte de la izquierda acuda corriendo cuando los juegan. Primero a respetar a la justicia, no vaya a ser que se derrumbe el estado de derecho porque alguien critica a un juez por actuar como si fuera un legislador a quien nadie ha elegido. Después a matarse a reuniones en Europa para demostrarle a los socios que las acusaciones que les llegan son falsas. Luego a equiparar la misma manifestación en la misma calle de la misma ciudad con la expresión de la voluntad popular en las urnas repartidas por todo el país; o a explicar cómo funciona una democracia parlamentaria, convencidos de que el problema es que no lo entienden, pobrecitos míos. Para acabar condenando el terrorismo que nunca existió, o remendando las leyes para que se pueda amnistiar el terrorismo que nunca existió.
En octubre del año pasado, en una conferencia en Ourense, García Castellón admitió que la Constitución española no prohibía la amnistía, pero “tampoco prohíbe la esclavitud”. Este es el nivel, señores del jurado. Como decimos en A Mariña: era boa se colara.