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El amor en los tiempos del coronavirus (era esto)

Antes de que el coronavirus se cerniera sobre nosotros y los besos se volvieran esquivos y las manos se desinfectaran para tocar, y en cada match el Tinder nos redirigiera a las advertencias de la OMS, vi pasar varios artículos titulados, con el facilismo de la época, igual que éste: “El amor en los tiempos del coronavirus”. Sobre todo eran notas a propósito del 14 de febrero en China, sobre no poder salir a cenar con la pareja o darse una escapada romántica en San Valentín. Pero, ¿y si el amor en tiempos del coronavirus tuviera que ver con otra cosa?

Tránsito Ariza, la madre de Florentino Ariza, el protagonista de la famosa novela de García Márquez, solía decir que de lo único que se había enfermado su hijo, “que siempre había tenido la salud de piedra de los enfermizos”, es de cólera. Pero “confundía el cólera con el amor, por supuesto, desde mucho antes de que se le embrollara la memoria”. Hay amores que son como una peste peligrosa, que enferman y matan, claro, pero hay otros que curan y salvan.

A lo que voy es que el amor en los tiempos del coronavirus es complejo, porque es el amor en los tiempos del odio, ese otro virus: ayer quemaron un centro de refugiados en Lesbos. Hace una semana vimos a gente disparando en el mar a gente desesperada. Vimos gasear a los niños, dejarlos a la intemperie, al alcance de la pobreza y de la muerte. ¿Qué podría empeorar con un resfriado?

Pero entonces ocurre esto y ahora, quizá con suerte, algunos aprendan a ponerse en el lugar del otro, ahora que el sistema hace aguas y empieza a enseñar sus pústulas; que sus hogares pueden convertirse en sitios peligrosos, que puedan hacerse así una mínima idea de cómo viven en esos países de los que huye la gente a la que disparan en las costas; cuando Europa no esté a salvo ni donde creía que estaba a salvo; cuando se cierren las fronteras también hacia el otro lado; cuando escasee el alimento donde siempre hubo todo; cuando se enfermen ellos, sus hijos o mueren sus padres porque llevan años torpedeando el Estado de bienestar.

Si hay algo que ayer me hizo pensar que no todo está perdido son las reacciones amorosas y solidarias a la epidemia, las redes de cuidados en el barrio, las vecinas, las familias, los amigos y las militancias diversas, especialmente de mujeres y migrantes, que se han activado inmediatamente después de conocerse el alcance del virus en varias ciudades, las cancelaciones y cierres, para darse apoyo mutuo. De pronto, gente que se ofrece a cuidar a la abuela enferma, a los niños que se han quedado sin cole, a hacer la compra, a dar apoyo psicológico y emocional ante la creciente ansiedad.

Ojalá menos privilegiados dando ese espectáculo bochornoso de arrasar y desabastecer las tiendas de comestibles para almacenar en sus búnkers. Ojalá menos medidas de urgencia clasistas que desconocen la realidad de las familias trabajadoras y precarias. Y más gente ofreciéndose a velar por tantas migrantes y sus hijos, que cuidan sin contrato, sin papeles, sin nada, expuestas a enfermarse sin tener derechos laborales ni redes familiares. Ojalá esto sirva para que se den cuenta de todo el trabajo invisible que subyace al ruido imparable de la maquinaria que hoy desacelera. Que la crisis económica que se avecina no la paguen las mismas de siempre. Y el cementerio de la peste se convierta en el cementerio de las rosas.

Se me ocurre que en estos días, como los personajes de Gabo, podríamos tratar intencionalmente de confundir un poco el coronavirus con el amor o con la posibilidad del amor. O que la peste, la infección, el contagio, sean una oportunidad para contagiarnos cosas mejores.

¿Y si el amor en los tiempos del coronavirus fuera esto?

“La vida había de depararles todavía

otras pruebas mortales, por supuesto,

pero ya no importaba:

estaban en la otra orilla“.

Gabriel García Márquez,

El amor en los tiempos del cólera