Zona Crítica

Creencias equivocadas

12 de febrero de 2022 22:22 h

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Han pasado ya varios años desde que el sistema de partidos en España cambió, especialmente en lo que se refiere al número de partidos y a la variedad de ofertas ideológicas y territoriales que se ofrecen al ciudadano. Después de la crisis 2008-2014, esto fue saludado como algo sano, necesario, enriquecedor, de un agotado bipartidismo. Algunos llegaron a proclamar la sustitución de los “viejos partidos” como una necesidad de regeneración democrática.

Me pregunto hasta qué punto teníamos razón en esa creencia. ¿Para qué ha servido el multipartidismo? Me parece legítima y conveniente esta reflexión, cuando nuevas propuestas políticas territoriales aparecen por doquier y en el contexto de un fenómeno de fragmentación política que es general en casi toda Europa.

Una de las consecuencias de esta elección respetable de los ciudadanos es la inestabilidad de los gobiernos, obligados a mayorías multipartidarias muy complejas (véanse los gobiernos del centro y norte de Europa) o a procesos de investidura dificilísimos (España). Es verdad que aumentan las ofertas electorales, pero eso no significa que se enriquezcan los proyectos políticos. Hace unos años se saludaba con alborozo que la suma del PSOE y el PP no representara más allá de un 50% de los diputados del Congreso. Me pregunto qué hemos ganado con esa disminución del bipartidismo y con una Cámara de 20 o 30 fuerzas políticas, decisorias en votaciones importantes. El mercadeo de votos con contraprestaciones locales es lesiva para la política española y me temo que estamos condenados a él por mucho tiempo.

Otra de las creencias que debiéramos examinar es la extensión de las primarias a la elección de nuestros líderes orgánicos. Lo que nació como una forma de ampliar y extender la democracia en la elección de nuestros cargos públicos está produciendo efectos contradictorios en el seno de la vida democrática interna de los partidos. Es muy difícil negar ese derecho conquistado por los militantes de un partido, pero el liderazgo obtenido con ese procedimiento debiera estar más limitado y controlado por los órganos representativos internos. El balance actual de este sistema es una pérdida de peso en los órganos deliberativos y de control en la mayoría de los partidos. Esto no es un cuestionamiento de los “aparatos” de los partidos. Estos son necesarios, sin duda, pero el edificio deliberativo de la democracia interna de los partidos debe restablecerse y fortalecerse. Es bueno para la democracia. También para el aparato. Incluso para el líder. Mi experiencia personal cuando lo era es que la incomodidad que producen los debates internos y las presiones de opinión de otros dirigentes y de otras sensibilidades era compensada con creces por el enriquecimiento político que producían y por el equilibrio interno que generaban.

También creíamos que la información era el basamento cultural del triunfo de las izquierdas. Esta fue una convicción histórica del socialismo. Ciudadanos informados, capaces de analizar los hechos y encontrar la razón de nuestra causa eran condiciones necesarias de la victoria. Recuérdese la apuesta republicana por la escuela como buen ejemplo de aquel ideal. Pues bien, en el siglo XXI hemos alcanzado el cenit de la información, la tecnología nos ha transportado a la cumbre del acceso a los datos y a la información. Es más, hemos empoderado a cada ciudadano con el derecho y los medios para ser titulares y protagonistas de la información y… el resultado lo conocemos.

Las redes son como las “chuches” de los niños, escuché decir a Luis Landero. En la misma línea leí hace unos días a un psiquiatra americano decir que las redes son como el tabaco: adictivas y perjudiciales para la salud (Daniel Lieberman). Los efectos políticos de la sociedad de la información los conocemos. La izquierda gana electores en círculos universitarios pero los pierde en espacios sociales donde antes tenía el monopolio. Las democracias están atacadas por múltiples factores, pero uno de ellos es la banalización de la información y las fake news. Accedemos a millones de artículos, informes, vídeos, podcast, medios de comunicación instantáneos, golpeando nuestras limitadas capacidades para asimilarlos y acabamos alienados por opciones extremas, en una polarización cada vez más peligrosa. Nuestra sociedad es incapaz de debatir seriamente temas importantes. Incluso resulta difícil asumir verdades incuestionables y sus consecuencias (la película No mires arriba caricaturiza bien estas dificultades con la metáfora del cambio climático). Cada vez más, buscamos la información que nos confirma en nuestras posiciones y rechazamos la que contradice nuestras ideas, extremando el terreno ideológico, lo que también condiciona y presiona a los medios a convertirse en altavoces de la polarización.

Multipartidismo, primarias y redes sociales no son cuestionables. Lo que debe ser revisado son las consecuencias de nuestras creencias equivocadas sobre ellas. Lo que procede es extraer las consecuencias políticas de los resultados producidos en estos tres importantes campos de nuestra vida política y social para corregir esos efectos y ponerlos al servicio de una convivencia mejor y de una democracia enriquecida.