No me gustan los vetos. Reconozco que nunca me han gustado y que solo con que alguno asome la patita, se me activan todas las alertas; es más, me dan algo de yuyu. Ocurre que me traen recuerdos de otra época que huele a naftalina, a no-do, a aquel 'porque lo digo yo y basta', 'aquí se hace lo que digo yo' o aún peor, al 'eres mía y solo mía'. Nada que aliente a pensar en principios democráticos, convivencia plural, ámbitos de libertad, ni mucho menos en practicar la empatía social. Si solo fueran recuerdos aún tendría un pase, pero no, ocurre que hay demasiadas realidades atravesadas por las imposiciones, intereses particulares y violencias simbólicas.
De esto sabemos bastante las mujeres, las de este país y las de cualquier territorio del sur y norte global que sufrimos día sí y día también los efectos de la violencia estructural y del ensañamiento de este sistema y de sus depredadores para con nosotras. Bueno, decir todas las mujeres es una imprecisión generalista, es cierto, porque a algunas la empatía les cabe en el dedo meñique del pie. Así que, me auto-corrijo; del daño que hacen los vetos y restricciones sabemos gran parte de las mujeres y quienes de alguna manera transgredimos el statu quo.
En plena cuenta atrás para la investidura (o no) del nuevo gobierno de España, la pepita grilla que vive en mí entona su cántico de cautela; con los años he aprendido a escucharla y a asumir que, aún sin saber cómo o porqué, lo cierto es que demasiadas veces acaba teniendo razón. Y así llego a esta sensación de mal-estar, sin ninguna expectativa de que este teatrillo pos-electoral se encamine a una última representación en esta semana.
Las conversaciones de estas últimas semanas han estado bastante contaminadas del juego de suma cero en el que han pretendido atraparnos con la connivencia y actuación irresponsable de algunos mass-media. Entiendo la dialéctica como un sano ejercicio de pensamiento crítico, sin embargo, me molesta profundamente la argucia de la equidistancia; no funciona y aún menos cuando se pretende usarla para evitar pronunciarse de manera propositiva. Es más, estoy empezando a considerarla como un indicador de la dejación política a la hora de asumir la responsabilidad otorgada por una mayoría social. Quizás deberíamos plantearnos una especie de reválida o test de calidad para quienes pretenden gobernar el interés común tras el primer filtro electoral. ¡Tres meses y aún con la casa sin barrer!
Cada vez más tengo el convencimiento de que deberíamos exigir un currículo de aprendizaje y dedicación en los cuidados de la vida a quienes se presentan para liderar un nuevo tiempo político. De dónde van aprender la empatía social si no es de la práctica de sentirte responsable del bienestar o malestar que generas en la vida de algún ser próximo, una persona querida, un bebé, una madre, abuela, bisabuelo, un animal. Cómo pretender que se reubiquen ante la vulnerabilidad de la vida, ante su fragmentación, sin pasar por ella, sin sentir desde las vísceras lo que significa. Por qué esperar que las necesidades de quienes no pueden esperar más tiempo consigan acallar los egos si el contexto de las negociaciones políticas se envuelve en una burbuja de posverdad y postureo.
Así inicio esta semana, algo hastiada del pre-calentamiento con el que nos han obsequiado los gabinetes de comunicación de los grupos políticos que están llamados a formar el primer gobierno de coalición del Estado español. Para cuando eso ocurra, les vendrá bien que les recordemos cuáles son las prioridades que claman una respuesta real para transitar en justicia redistributiva, social, de género y medioambiental.
Algunas cuestiones ya se han ido enunciando en el primer día de sesión de intento de investidura; en algunos casos recogen vindicaciones feministas que ya no admiten más dilación, como la reforma del régimen de seguridad social que regula las condiciones y derechos de las trabajadoras del hogar, la ratificación del convenio 189 de la Organización Internacional del Trabajo, la equiparación efectiva de los permisos por nacimiento para que sean iguales, intransferibles y plenamente remunerados, la urgencia de una Ley de apoyo a las familias monoparentales (que más de las tres cuartas partes son monomarentales) o la actualización y refuerzo del sistema público de pensiones y la universalización del derecho infantil a una escuela pública, el derecho al cuidado como un derecho fundamental recogido en la Constitución.
Recuperaré algunas de las que considero con mayor potencial transformador para un próximo artículo; por que sí, puedo equivocarme, de hecho, me gustaría equivocarme y que podamos iniciar el recuento y seguimiento de los compromisos tras la investidura del nuevo gobierno en esta misma semana. Ya veremos, después.