No pasa una semana sin que Daesh reivindique una masacre. Ya sea un atentado de su propia autoría en cualquier país árabe o europeo, o obra libre de un inadaptado en cualquier lugar del mundo, el grupo no duda en ponerle su sello a todos los actos de odio en los que se reconoce. A través de su agencia Amaq, Daesh lo reivindica todo, y se crece con cada comunicado. La inercia de reivindicaciones ha llegado hasta tal punto que se han vuelto frecuentes bromas como que “El Estado Islámico reivindica el atasco a la salida de Madrid” o “Estado Islámico reivindica las madrugadas sin bajar de los 30° en el Valle de Guadalquivir”.
¿Un homófobo con acceso a armas en Orlando dispara contra asistentes a una fiesta gay? Daesh le pone su sello de calidad. ¿Un sacerdote conocido por promover el entendimiento interreligioso es degollado en Normandía? Marca Daesh. ¿Un tunecino residente en Francia, no religioso y con antecedentes de delincuencia común se abalanza con un camión contra una celebración en Niza, asesinando a decenas de personas? Otro éxito de Daesh.
“Usar todo lo que se tenga a mano para causar terror”
“Usar todo lo que se tenga a mano para causar terror”, indicaba uno de los últimos vídeos difundidos por el grupo, instrucción que puede seguir al pie de la letra cualquier persona con sus propios odios, trastornos y deseos de revancha, en cualquier lugar del mundo. El único requisito es que se invoque al grupo mediante una declaración grabada, que puede ser enviada previamente a alguno de los canales del grupo o difundida con posterioridad.
En el caso de Orlando, el atacante la dejó grabada instantes antes del atentado en una llamada, nada más y nada menos que a la central del 911 (el número de emergencias de EEUU). “Esto es algo que ya promovió Al Qaeda, indicando a sus seguidores que en caso de cometer un atentado dejasen grabada una declaración que reconociese que lo hacían en nombre de la jihad”, explica el experto en terrorismo por la UNESCO José María Gil Garre. “Al Qaeda y Daesh no son exactamente lo mismo, pero sí son actores de un mismo fenómeno”.
La capacidad de captación de Daesh de inspirar y capitalizar actos de odio en cualquier lugar del mundo es, sin embargo, mucho mayor que la de otros grupos. “Ha construido un imaginario más poderoso y se muestra como una amenaza mucho más efectiva a los enemigos de ese imaginario, porque ha conquistado un territorio y se conforma bajo la apariencia de un califato con califa, lo que implica la representación de una autoridad religiosa y civil”, añade Gil Garre.
Esa capacidad de atraer “soldados” que en muchos casos tienen poco o ningún conocimiento de los principios del Islam, y que desconocen también los verdaderos objetivos del grupo al que dicen mostrar lealtad, es uno de los aspectos diferenciadores y más peligrosos de Daesh. La difusión de sus acciones en medios de comunicación hace el resto.
“Cualquier persona con apariencia normal, con medios banales, un vehículo, un cuchillo, sin coste alguno para el grupo, puede cometer un ataque y alcanzar una trascendencia mediática desmedida”, señala el Coronel Pedro Baños. “Nada infunde más terror que la posibilidad de que una persona pueda radicalizarse en un breve espacio de tiempo y llegue a actuar con tanta virulencia, buscando una popularidad que no se da con otro tipo de crímenes.”
¿Importa ya si los autores son combatientes formados por el grupo o espontáneos movidos por sus propias motivaciones? Los efectos son los mismos. Daesh crece y el odio se expande en el marco de ese paraguas que dota de trascendencia, de carácter ideológico y global a actos locales de terror, también a los que en otras circunstancias serían simples acto de odio.
Precisamente porque han logrado construir un espacio simbólico al que cualquiera que no encaje en otros espacios puede adscribirse, a Daesh no se le podrá derrotar con soluciones puramente militares. “Golpearemos más fuerte”, repiten representantes políticos de distintos países tras cada atentado, ya sea obra de combatientes de Daesh o de eso que se ha dado en llamar “lobos solitarios”. ¿Pero golpear dónde? ¿A quién? ¿Cómo se descabeza una ideología que se nutre del odio y de la impunidad, que inspira actos descentralizados e impredecibles?
La clave: deconstruir el discurso
Dado que Daesh no es sólo conquista territorial, sino imaginario y discurso, parece clave ir a la raíz del discurso y tratar de deconstruirlo, tanto en oriente medio y norte de África como en los países occidentales donde las comunidades musulmanas corren el riesgo de ser alienadas.
El grupo crece no sólo con cada atentado, sino con cada declaración islamófoba por parte de líderes occidentales, con cada intento de dividir las comunidades en un nosotros vs. ellos que coloca al otro musulmán o árabe como el enemigo. A la importancia de no alimentar esos discursos y de reforzar la unidad entre comunidades, religiosas o no, frente a quienes se nutren del caos, apuntan distintos expertos. A esa misma idea remitía el Papa Francisco al denunciar que “estamos ante una guerra, pero no de religiones”.
Según Luz Gómez, profesora de estudios árabes en la UAM, “una Europa ensimismada en sus contradicciones no podrá afrontar la última mutación del yihadismo, perfectamente posmoderna, que no entiende de nación ni de clase ni de ideología. Esta mutación comparte atributos con el racismo y la islamofobia que se extienden entre buena parte de la sociedad europea, y es evidente que ambos se alimentan entre sí. Otro logro más del terror que es urgente revertir.”
Para Javier Martín, autor del libro Estado Islámico, Geopolítica del Caos, “es necesario desterrar del discurso político y de los medios de comunicación dos palabras que lo envenenan y distorsionan, ya que no se ajustan a lo que está ocurriendo y sirven por igual a los objetivos de los dos contendientes que fomentan el conflicto: a algunos gobiernos occidentales, en especial Francia, y a ISIS. Esas palabras son guerra y religión”.
“Los medios militares no deben ser nunca ni la prioridad ni el único instrumento a emplear”, recalca el Coronel Pedro Baños. “Hay que saber actuar desde la psicología, tanto para desmontar las narrativas perniciosas que llevan a que más gente se radicalice y se convierta en terrorista, como para reforzar la cohesión de las sociedades atacadas, que no debe romperse, pues sólo serviría para hacer el juego a los terroristas y amplificar su pretendida victoria”. En esas narrativas destaca el papel de predicadores salafistas con discursos incendiarios y con capacidad de generar un caldo de cultivo favorable a que gente fanatizada y resentida dé el paso de sumarse a actos de terrorismo.
Baños apunta a la necesidad de medidas holísticas, que deben comenzar por entender por qué surgen estos grupos terroristas, quién los alimenta y financia, quién promueve discursos del odio y en qué base poblacional se apoyan. “En definitiva, no actuar sólo contra los terroristas, que será necesario desde un punto de vista policial y judicial, sino también y principalmente sobre el terrorismo, sobre quien maneja sus hilos. De otro modo, se corre el riesgo de sólo acentuar la confrontación, sin alcanzar resultados positivos a largo plazo”.
Entre esas medidas holísticas se encuentra el análisis de los conflictos en los países de donde surge Daesh. Nacido de la invasión estadounidense de Irak que causó la destrucción del país y alimentado por la impunidad promovida por Asad en Siria, permitir que la destrucción y la represión continúen creciendo en esos países solo alimentará a la bestia.
“Injerencias extranjeras como la estadounidense o la rusa, campañas militares como la de Hollande, ocupaciones como la israelí, dictaduras como las de Asad en Siria o Sisi en Egipto conforman un escenario de represión, impunidad y abusos extremos que dibujan a ISIS como única alternativa”, afirma Martín. Frente a eso, sólo apoyando estados fuertes y representativos en oriente medio, procesos democráticos y de justicia transicional, avanzaremos hacia un escenario en el que el discurso de Daesh deje de profundizar sus raíces.