Lo vimos la noche de las elecciones, lo que en el Partido Popular es balcón, en el partido socialista es andamio. Los socialistas no le iban a fallar a su “O” de obrero. Les pasa siempre que están contentos. Y así, tras contar los votos, los dirigentes socialistas se subieron al andamio a falta de balcón, carencia debida al bipartidismo, es decir, a la política de bloques. Esto puede comprobarse en cuando uno se da un garbeo por el extrarradio, donde abundan los bloques escasean los balcones.
Desde Romeo y Julieta, el balcón es el escenario más popular. En España, el balcón del ayuntamiento es el lugar desde donde les hablan los Reyes Magos a los niños. La escena más famosa de 'Bienvenido Mr. Marshall', de Berlanga, muestra a Pepe Isbert dirigiéndose a sus vecinos desde el balcón municipal, y les dice así: “Como alcalde vuestro que soy...”. Con la quina San Clemente, los españoles tomamos conciencia de que balcón rima con jamón, y aunando ambos iconos construimos nuestra identidad.
El jamón, en nuestras manos, es un arma de destrucción masiva, no hay más que ver 'Qué he hecho yo para merecer esto', la película de Almodóvar. Cuando los estudiantes se manifestaban en Barcelona contra la guerra de Irak, unos cuantos entraron en El Corte Inglés y se llevaron una pata de jamón. Lo dieron por la tele. El jamón es la victoria del pueblo. Nadie ha escrito sobre jamón y política, con tanto tino y capacidad de observación, como Víctor Márquez Reviriego en su libro 'El desembarco andaluz' (Planeta, premio Espejo de España, 1990). Sólo Márquez Reviriego, antiguo cronista parlamentario de la revista Triunfo, puede preguntarse cuántos cerdos hay en España sin ofender a nadie.
“La plaza tiene una torre, / la torre tiene un balcón, / el balcón tiene una dama, / la dama una blanca flor...”, lo decía Antonio Machado en esta canción infantil. No hay balcón sin su dama, sin su mujer de rojo clavellina. Los balcones suelen mirar a alguna parte, por eso abundan en la sierra los miradores que reciben el nombre de balcón. Sin ir más lejos, el balcón de Génova, 13, mira al edificio donde nació José Antonio, que está en la acera de enfrente, en Génova, 24. Lo indican una escultura con espada y unas lápidas con el yugo y las flechas (“En esta casa nació José Antonio. XXIV-IV-MCMIII”).
De tanto mirar a ese sitio, los populares acaban viendo normal lo que es intragable. Se asoman al balcón para dar una voz (como se ha hecho siempre en España), y el eco les devuelve su vox. Todas las lenguas románicas tienen un eco en latín, que es de donde vienen.
El balcón del Partido Popular es una talla románica desde donde se predica el milenarismo. Igual que en los mapas antiguos, todo lo que no es uno mismo es fin del mundo. Finis Orbis Terrarum. El románico de ese balcón tiene su pantocrátor en aquella mano indolente y blanda, como del Greco, que allí mismo izó Aznar para presentar a Rajoy ante las masas. Como la dura mano de Aznar nunca iba a encontrar a su compañera, acabó convirtiéndose en la mano solitaria de la familia Addams. La caja donde vive su mano es la FAES.
El balcón tiene una dama, y la dama tiene un jamón, esto jamás lo diría Machado, pues de joven había sido modernista de fuentes y jardines, aunque luego se pasó al secano por compromiso con la realidad. Todo jamón es una irrealidad, un espejismo que acaba devaneciéndose lo mismo que los pronósticos de las encuestas electorales. Lo sabe la dama y lo sabían quienes, aquella noche, estaban en el balcón.
Cuando la multitud grita, en castellano del románico, Ayuso, Ayuso, Ayuso, para ovacionar a la dama del balcón (que va de rojo como el tapiz de la dama y el unicornio), se le pone a Feijóo cara de unicornio, de jamón que se desvanece. Ha construido toda su campaña electoral a base de fábulas y leyendas, y ahora comprende que la quimera es él. Que hay una realidad subterránea dispuesta a imponerse por encima de todo, y es la que está manifestándose a su lado. A sus pies, la muchedumbre vibra y le recuerda a Alberto Núñez Feijóo que ha sido la lista más votada. Pero todo es espejismo, aun siendo real. Porque nada era verdad, ni en sus palabras, ni en la mismísima realidad.
Isabel Díaz Ayuso pone cara de sentirse abrumada al oír cómo retumba, retumba su nombre, igual que el agua en el villancico de Manolo Escobar. Es la falsa modestia de la emperadora que no espera más obsequios y regalos que los que ella misma se proporcione. ¿Durará el jamón de Feijóo hasta Navidad? Nunca un jamón es más jamón que en esos días. Hay un gesto atávico en Ayuso que disimula de inocencia cualquier tipo de sacrificio.
El del Partido Popular es el último balcón español. Es el lugar bajo el que canta la tuna rimando palabras en -ón, como las que causaban tanta risa a los del Último de la Fila, cuando aún no se llamaban así. Se llamaban Los Burros, que es la manera animal de ser el último de la fila, y lo de las palabras que terminan en -ón lo cantaban en 'Mi novia se llamaba Ramón'. Porque, desde que nos invadió el turismo, en vez de caritas de azucena, se asoman nalgas peludas a los balcones. Es esa nostalgia de balcón con clavelitos, bandurria y rosetones, la que los populares invocan a gritos.
Pero, esta noche, al mogollón que le jalea, Feijóo no sabe darle ni estudiantinas, ni calzas cervantinas. Feijóo es más de ir a la ría a por el cartón de tabaco. Un hombre discreto. Habla otro idioma. Su lengua románica es la galaica. Por eso, aun pareciendo que se le daba muy bien, ha sucumbido cuando ha querido hablar en el dialecto del MAR (la lengua de los Rodríguez). Pues lo cierto es que cada lengua necesita sus propias mentiras. Las trolas de un idioma no sirven para otros. No basta con tener vox, hay que saber idiomas.
Como jefe vuestro que soy, gobernará la lista más votada, y esa lista soy yo, arenga Feijóo desde el desierto de un éxito vacío, y las palabras ya no significan nada. Igual que una araña, ha salido de la caja la mano de la familia Aznar, y ahora corretea por la oscuridad. El trajín de la calle ha llamado su atención. En el balcón, la dama de rojo sabe que todo es espejismo, y que en realidad el unicornio es ella.
A la misma hora, en la misma ciudad, Madrid, a media hora de camino, a paso normal, se celebra en la calle Ferraz, 70, el triunfo de un socialismo de andamio improvisado, una victoria imprevista a la que hay que poner andamiaje para que no se caiga. Aupados sobre la multitud, bailan como gogós los ministros y las ministras del gobierno inmortal. Pedro Sánchez contempla a la dama del lago desde la ventana alta de su andamio, y se pregunta hasta cuándo durará su suerte. Es a los socialistas a quienes les ha tocado el jamón en la rifa de las encuestas, y eso que solo tenían un boleto. Lo que pasa es que el boleto está en catalán, otra lengua románica.