La Manga es una larga barra de arena que, con una anchura máxima que va de los cien metros a poco más de un kilómetro, separa el mar Mediterráneo de la laguna de agua salada más grande de Europa: el Mar Menor.
Acudo a la Región de Murcia para recorrerla con mis admirados compañeros de la Asociación de Naturalistas del Sureste (ANSE), organización que lleva casi cincuenta años de lucha en defensa de este valioso espacio natural.
Junto a su director, Pedro García, uno de los defensores de la naturaleza más destacados de la Región, transito por la Gran Vía de la Manga en dirección norte: desde Cabo de Palos hacia San Pedro del Pinatar. El descalabro urbanístico es mucho más lamentable de lo que recordaba.
Al llegar a la altura del Faro del Estacio el cuerpo, y sobre todo el alma, no me dan para más. Es tanto el dolor que me causa comprobar el desastre ecológico cometido aquí (un dolor físico que se traduce en un amago de corte de digestión) que le pido a mi acompañante dar la vuelta. Es suficiente.
De regreso compruebo in situ algunas de las actuaciones de recuperación de los ecosistemas costeros que está llevando a cabo ANSE en la zona: recuperación de dunas, extracción de especies invasoras, reintroducción de la vegetación autóctona (incluidos varios endemismos), recuperación de hábitats...
Todas las acciones que están llevando a cabo dan muestra de la alta capacidad de regeneración que tiene la naturaleza cuando se la ayuda. A pesar del tremendo daño causado por el azote irracional y desmedido de la especulación urbanística, la naturaleza sigue ahí: esperando a que le retiremos la rodilla del cuello.
Pero la peor sensación tras recorrer la costra de cemento y asfalto que se extiende de orilla a orilla cubriendo por completo uno de los espacios naturales más bellos del sur de Europa ha sido comprobar el lamentable estado de abandono de la mayoría de edificaciones.
Se vende: ese es el lema que define La Manga en 2020. Tantos años de abuso inmobiliario, tantas toneladas de hierro y hormigón, tanto pelotazo urbanístico y tanta naturaleza destruida PARA QUÉ!!!
Los apartamentos que regalaba el 1,2,3; los reclamos turísticos de los 70 –“¿Le gusta a usted el mar? nosotros tenemos dos”; los anuncios que prometían un paraíso junto al mar “Puerto Tomás Maestre: 1.500 amarres para navegar todo el año”, “Hotel Entremares: piscina y aire acondicionado”, “Conjunto Géminis: la magia del Mar Menor”– han dado paso a un destino obsoleto y descuidado, repleto de edificios y solares vacíos. Un deshabitado polígono turístico en estado de abandono.
La mayoría de los comercios están cerrados (lo estaban antes de la crisis de la COVID-19). Los toldos requemados vuelan al viento como banderas rotas y las paredes se descascarillan como lo hacen las fachadas de los edificios.
Por eso se me ocurre plantear la posibilidad de deconstruir La Manga para devolverle el esplendor devolviéndoselo a la naturaleza. Los pequeños rincones que está recuperando ANSE dan muestra de lo que podría volver a ser si decidiéramos que volviera a su estado anterior. Además sería una oportunidad de desarrollo local: un ejemplo de desarrollo verde que encaja perfectamente con las intenciones de la UE para impulsar la economía.
No se trata de demolerlo todo. No hay que tirarlo todo abajo: que nadie vea en esto una soflama ecologista. En absoluto. ¿Acaso soy el único que ve la oportunidad de deconstruir La Manga para recuperar su patrimonio natural y convertirla en un destino de naturaleza de primer nivel?
“Por supuesto que no”, me dice mi compañero y amigo Miguel Ángel Ruiz: uno de los mejores periodistas ambientales de nuestro país y que desde su blog https://www.laverdad.es/lospiesenlatierra lleva años informando del declive de La Manga y el deterioro del Mar Menor.
El Ministerio para la Transición Ecológica ha elaborado un conjunto de medidas para la recuperación, protección, restauración y correcta gestión de este espacio natural. El Plan para la protección del borde litoral del Mar Menor incluye acciones tan urgentes y necesarias como la de recuperar el dominio público invadido. Hay más de 200 casos de ocupación ilegal. Y no hablamos tan solo de chiringuitos o restaurantes, sino de bloques de apartamentos, hoteles y urbanizaciones enteras.
“No se trata tanto de destruir –me comenta Miguel Ángel– como de reconstruir: permeabilizar el terreno, recuperar el intercambio de aguas entre el Mediterráneo y el Mar Menor a través de las golas y de arenas entre las dos líneas de playa”.
Algo que deberíamos empezar a hacer ya porque, si no lo hacemos nosotros de manera justa y ordenada, lo hará la propia naturaleza a la suya.
La Manga del Mar Menor era un ecosistema dinámico que podría hacer frente a la amenaza de la crisis climática si le permitiéramos recuperar sus mecanismos naturales de adaptación. De lo contrario todo lo construido será arrasado por el aumento del mar en las próximas décadas.
Vivificar el Mar Menor, recuperar la actividad salinera y la pesca artesanal, impulsar la creación de reservas naturales, promover actividades relacionadas con el turismo de naturaleza… Nadie quiere acabar con la actividad turística de La Manga: solo proponemos enmendar uno de los mayores errores cometidos por el desarrollismo de los 60 (y que duró hasta bien entrados los 2000) y apostar por un turismo más sostenible, actual y perdurable recuperando la armonía con la naturaleza.