La mayoría de los economistas hoy son pesimistas respecto de las perspectivas de crecimiento de la economía mundial. El Banco Mundial, una vez más, ha reducido sus proyecciones a mediano plazo, mientras que economistas de todo el mundo advierten que estamos frente a una “nueva normalidad” de crecimiento más lento. Donde el consenso es menor -al menos en apariencia- es en lo que concierne a explicar esta flaqueza.
Hace casi tres años, el ex secretario del Tesoro norteamericano Larry Summers revivió la hipótesis del “estancamiento secular” de Alvin Hansen, al destacar las limitaciones del lado de la demanda. Por el contrario, en el libro de Robert Gordon Ascenso y caída del crecimiento americano, de por sí cautivador y erudito, el foco está en los factores de largo plazo del lado de la oferta -en particular, la naturaleza de la innovación-. Thomas Piketty, en su 'best seller' El capital en el siglo XXI, describe el crecimiento de la desigualdad que resulta de un bajo crecimiento del PIB. El libro Reescribiendo las reglas de la economía estadounidense: una agenda para el crecimiento y la prosperidad compartida de Joseph E. Stiglitz responsabiliza a las elecciones políticas tanto por la desaceleración del crecimiento como por la creciente desigualdad.
Estas consideraciones difieren en énfasis, pero no son contradictorias. Por el contrario, si bien Summers, Gordon, Piketty y Stiglitz examinan la cuestión desde una perspectiva diferente, sus ideas son complementarias -y hasta se refuerzan mutuamente.
El argumento keynesiano de Summers es que el problema reside en un déficit crónico de demanda agregada: la inversión deseada va a la saga de los ahorros deseados, inclusive con tasas de interés nominales cercanas a cero que resultan en una trampa de liquidez crónica. Las tasas de interés de corto plazo próximas a cero -o inclusive mínimamente negativas- de hoy no implican que las tasas de más largo plazo, que son más relevantes para el finamiento de la inversión, también hayan llegado a cero. Pero la curva de rendimiento en las principales economías avanzadas es muy plana, y las tasas reales y nominales de más largo plazo están en mínimos históricos.
Esto puede deberse a muchas razones, pero Gordon describe una posibilidad: el ritmo subyacente de la innovación se ha desacelerado, lo que conduce a retornos sobre la inversión menores a lo esperado y, en consecuencia, hace bajar las tasas de interés. Y es la inversión necesaria para traducir el nuevo conocimiento en innovación real lo que vincula los lados de la oferta y la demanda y genera crecimiento.
Ambas teorías se pueden conectar con los argumentos de Piketty sobre la dinámica de la acumulación de capital. Lo que está implícito en la tesis de Piketty es que el capital puede ser sustituido fácilmente por mano de obra. Cuando el capital crece más rápido que la mano de obra y el PIB, la tasa de retorno caerá con el tiempo, pero proporcionalmente menos que el crecimiento de la cantidad de capital. El resultado es una redistribución del ingreso proveniente de la mano de obra a los dueños del capital.
Summers en realidad propuso una nueva forma de función de producción según la cual el progreso de las máquinas inteligentes hace del capital un sustituto perfecto para segmentos de la fuerza laboral. Una concentración creciente de los ingresos entre los que más ganan, combinada con su alta propensión a ahorrar, luego deriva en el déficit crónico de demanda agregada que caracteriza al estancamiento secular. Stiglitz es de la idea de que el sesgo de la política también contribuye a la concentración de ingresos.
La tesis de Gordon gira más en torno de un tipo de “saciedad” del progreso tecnológico rápido, que deprime los retornos esperados y así ayuda a explicar la falta crónica de inversión suficiente. Pero, al final de su libro, describe al ingreso mediano como el verdadero indicador del desempeño económico. En la proyección para 2015-2040 de Gordon, el crecimiento anual del ingreso mediano en Estados Unidos es apenas 0,4%, comparado con el crecimiento del ingreso promedio de 0,8%, lo que refleja una desigualdad en constante crecimiento. (Comparemos esto con el crecimiento anual de 1,82% del ingreso mediano de 1920 a 2014).
Las fuerzas interconectadas de desequilibrio keynesiano crónico, una desaceleración del crecimiento de la productividad y una concentración del ingreso entre los que más ganan conducen a una perspectiva muy sobria respecto del crecimiento del ingreso mediano. Considerando que las expectativas sobre el futuro se ven minadas por este tipo de fuerzas muy arraigadas y multifacéticas, quizá no debería sorprender que los votantes en Estados Unidos, Europa y otras partes estén furiosos con el establishment.
Afortunadamente, hay motivos de esperanza. En primer lugar, no comparto la evaluación que hace Gordon de las perspectivas para el progreso tecnológico a más largo plazo. Creo que, en la medida en que la revolución digital y la inteligencia artificial vayan reestructurando mayores segmentos de la actividad económica, el crecimiento general de la productividad puede volver a acelerarse, lo que se traducirá en mejores retornos de lo esperado y, en consecuencia, más inversión y un crecimiento más rápido. Eso en sí mismo no conducirá a una distribución más balanceada de la riqueza o el ingreso, y puede no generar suficiente empleo. Pero podría ayudar a crear el espacio político y fiscal para implementar reformas con políticas orientadas a la inclusión.
En segundo lugar, las economías en desarrollo y emergentes siguen ofreciendo oportunidades inmediatas para grandes inversiones con retornos altos, que deberían financiarse con lo que parece ser un exceso global de ahorros. Con un espacio importante para avanzar hacia la frontera tecnológica, inclusive en servicios, todavía existen muchas oportunidades de crecimiento “convergente”. Esas inversiones ayudarían a achicar la brecha de los ahorros globales y, al mismo tiempo, generar una retroalimentación positiva para las economías avanzadas también. Ahora bien, para aprovechar estas oportunidades, se debe reducir la incertidumbre regulatoria y política y se deben ampliar las asociaciones público-privadas en la financiación del desarrollo dentro de un marco que redunde en beneficios inclusivos.
Puede ser que los continuos incrementos rápidos en la prosperidad sean posibles. Sin embargo, las elecciones políticas terminarán determinando si la difusión de la inteligencia artificial genera incrementos generalizados en los ingresos medianos o si exacerba la polarización y la desigualdad. Se necesitarán voluntad política y mensajes contundentes para impulsar las ambiciosas reformas sociales y económicas, y el tipo de cooperación internacional, que serán necesarias para aprovechar las oportunidades de crecimiento inclusivo.
Copyright: Project Syndicate, 2016.Project Syndicate