¿De qué democracia me está usted hablando?

3 de noviembre de 2023 22:26 h

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Alertan los jueces conservadores que okupan el Consejo General del Poder Judicial que, de aprobarse, la ley de amnistía supondría la “abolición del Estado de Derecho”. Añade la Asociación Profesional de la Magistratura (también conservadora) que, además de volar por los aires el Estado de Derecho , ese hecho sería “el principio del fin de la democracia”. Augurios estos un tanto apocalípticos y totalmente contradictorios entre sí si se tiene en cuenta que, para que esté vigente dicha ley, su tramitación solo será posible siguiendo y respetando los cauces y mecanismos que establece, precisamente, el Estado de Derecho. Es decir, son los propios instrumentos democráticos los que permiten que los grupos parlamentarios propongan una ley de amnistía para ser debatida antes de ser votada. En caso de aprobarse, esta sería la quinta aministía desde 1978 (cuando se aprobó la Constitución), tras las tres amnistías fiscales de 1984, 1991 y 2012 y la polémica Ley de Amnistía de 1977 que impide juzgar a los criminales del franquismo y cuyos delitos han quedado impunes. 

“El principio del fin de la democracia” suena más bien a eslogan del 15M (2011) o a consigna de las Marchas de la Dignidad de 2014, e incluso a pancarta de la concentración pacífica que se convocó para rodear el Congreso en 2016. Hay algo impostado y plagiado en tanta indignación y una diferencia sustancial: el estatus y la intencionalidad de quienes quieren, ahora, prender la llama de un estallido social contra Pedro Sánchez, otra vez, otra legislatura más. Las voces anti-sistema, esta vez, parecen ser, por su ideología ultranacionalista, católica y militarista, las de los guardianes del régimen, del antiguo régimen. La intencionalidad de su profecía no es denunciar la desigualdad ni la falta de justicia social sino arrebatar el poder al aspirante a investirse como presidente de Gobierno tras las últimas elecciones. Es decir, truncar el proceso establecido constitucionalmente y tumbar al candidato designado por el Rey. Todo un órdago al sistema del que forman parte. Esta pseudo indignación no va de velar por la democracia ni sus valores, va de okupar el Gobierno al precio que haga falta, va de conservar el poder.

El principio del fin de la democracia, de las democracias, es ponerse del lado de los verdugos, de los machistas, de los que desahucian, de los explotadores, de los corruptos, de los que encubren los abusos sexuales en la Iglesia, de los que se niegan a desenterrar a los desaparecidos y represaliados, de los que hacen negocio con la sanidad pública, al lado de quienes dejan morir a miles de ancianos en una residencia durante la pandemia, de los que insultan y maltratan a las personas racializadas por el color de su piel, de los que dejan morir a miles y miles de migrantes en las fronteras o los encierran en centros infames… El principio del fin de la democracia es que haya partidos que usen la política para llevar a cabo prácticas tramposas con medios de comunicación, grandes empresas, judicatura, fundaciones privadas, que solo buscan el beneficio propio.  

El principio del fin de la democracia es que un fondo buitre desahucie a una madre con dos niños en València y a su padre con un 65% de discapacidad, y que, siendo esta una práctica sistemática, los partidos de derechas se opongan a una regulación de este y otros temas relacionados con el derecho a la vivienda, el precio del alquiler o el mercado inmobiliario. El principio del fin de la democracia es que, mientras la violencia sexual contra niñas y adolescentes ha crecido un 40% en los últimos cuatro años, haya partidos de derechas que obstruyan y desacrediten con argumentos falsos la importancia de que se dé educación sexual en los centros educativos. Los mismos partidos que co-gobiernan en ayuntamientos y comunidades autónomas y que se inventan que hay “adoctrinamiento de género” cuando se defienden los derechos humanos de las personas LGTBI o se proponen medidas feministas para luchar contra las violencias machistas.

Los mismos que auguran el fin de la democracia son los que se niegan a condenar los asesinatos a mujeres por parte de sus parejas y exparejas rompiendo uno de los consensos de Estado más importantes desde hace dos décadas. Los mismos partidos que se suben el sueldo en cuanto llegan al poder institucional son esos a los que les preocupa más el beso de dos mujeres en una película de Disney que la homilía del arzobispo de Oviedo que califica de “leyenda” el beso no consentido de Rubiales a Jenni Hermoso.

“El principio del fin de la democracia” son sus políticas reaccionarias anti-derechos. Hablan de ruptura de la convivencia esos partidos que siembran de miedo y de odio los relatos de supervivencia de las personas migrantes que llegan a nuestro país. ¿De qué democracia y convivencia están hablando los que hacen de activistas anti--sistema cuando ver peligrar su poder? Parece que no saben vivir en democracia más que cuando ellos ganan las elecciones y no quieren convivir con la diferencia cuando esta implica derechos e igualdad. De qué democracia nos están hablando los poderes conservadores de este país mientras Israel masacra a la población civil de Gaza y lo único que se le ocurre a Vox y PP en el ayuntamiento de Madrid es dar una medalla de honor a un Estado que está cometiendo crímenes de guerra contra la población civil. Y sin ir tan lejos, de qué fin de la democracia hablan quienes se declaran en rebeldía de cumplir la decisión de Naciones Unidas de restablecer la luz en la Cañada Real.

A la vista de sus programas políticos no es la democracia ni el respeto de los derechos fundamentales ni la convivencia lo que preocupa al PP, a Vox, al CGPJ, a la APM… sino el poder y el control. Algo que solo agranda la distancia entre quienes ocupan esos puestos y la ciudadanía a la que le preocupa no la amnistía sino llegar a final de mes. Es aquí donde es bueno recordar como el exministro del PP, Luis de Guindos, ahora en BCE, es uno de los impulsores de los tipos de interés por encima de las posibilidades de una gran mayoría. Son quienes defienden y promueven esas políticas, las que solo sirven para enriquecer a los ricos, empobrecer a los pobres, los que amenazan la democracia cuando no la pueden manipular. No es la democracia lo que peligra con una proposición de ley de amnistía. Al menos no debería si desde la derecha no la intentan desestabilizar con pronósticos catastrofistas, fake news y tácticas trumpistas.