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Depredadores sociales en manada

Hervé Falciani

Exinformático del banco HSBC, colaborador del Partido X —

Los filósofos medievales ya profetizaban con el fin del mundo, con la llegada del acontecimiento que destruiría la tierra. Tras la recesión iniciada en 2008, hemos asistido a las mismas advertencias, con la banca convirtiéndose en el nuevo dios al que hay que servir para mantener alejada la amenaza de nuestro final.

Esta banca, que hasta entonces carecía de rostro, trataba de convencernos de que, como cualquier poder, tenía sus necesidades, sus exigencias. Más adelante aprendimos que los “demasiado grandes para caer” no existían, pero sí los “demasiado grandes para ir a la cárcel”. Este tipo de denominaciones –procedentes principalmente del periodismo de investigación, las redes ciudadanas, los medios serios y devotos de la información– han permitido que la banca tome cuerpo, que exista para nuestros conciudadanos, que deje de ser una abstracción para ser restaurada en su humanidad falible y accesible.

El miedo nos lleva a aceptarlo todo. Tenemos que pagar una deuda, la de las entidades financieras, que no nos corresponde, tenemos que aceptar la impunidad de los criminales y sus cómplices. La opacidad persiste, como existe la materia oscura descubierta por los astrónomos. Hay que aclarar que una enorme parte de los activos, acciones y participaciones de empresas que cotizan en bolsa no aparecen en las estadísticas. Conforman eso que el economista Gabriel Zucman llama “la riqueza oculta de las naciones”, en referencia al famoso libro de Adam Smith. Estas anomalías estadísticas entre los activos y los pasivos declarados por los países son actualmente del orden de 5,8 billones de dólares. El dinero se oculta al abrigo de paraísos fiscales y gracias, precisamente, a los mecanismos de intermediación. Gracias a una red de actores financieros, perdemos progresivamente la pista de quién posee qué.

Esta crisis de confianza en nuestras instituciones financieras o políticas marca el paso de una época de creencias y de augurios a una de mejor conocimiento de nuestra sociedad y nuestras situaciones personales. Cualquier persona con cierta lucidez puede constatar su esclavitud, ya sea a un crédito inmobiliario, a un partido político o a la ausencia de una alternativa. Para ir más allá de esta observación, hay que, en primer lugar, confirmar algunas verdades fundamentales:

1.- La confianza ciega en el hombre sometido a la tentación o perversión del poder ya no es posible.

2.- Para esclavizar, desde los tiempos de los faraones, las estructuras jerárquicas han sido siempre los modelos más eficaces para permitir el control de un gran número de individuos por parte de un grupo reducido.

3.- Para resistir el control, internet demuestra la extrema eficacia de la red de malla, que se forma como un tejido en el que se entrecruzan los hilos. Hace falta desplegar un gran número de medios para controlarlo.

Así, para resistir el control, como en el caso del reciente escándalo de la manipulación del líbor, los operadores financieros han actuado en bloque para mantener artificialmente los tipos bajos. Este engranaje esencial de la banca, que afecta principalmente a dominios tan sensibles como los créditos –incluyendo los inmobiliarios–, se ha revelado en esta ocasión también como una mentira.

Hemos llamado a esta crisis la de las hipotecas subprime (alto riesgo), pero se trata únicamente de la acción de un grupo de financieros que se coordinan como lo hacen los lobos u otros depredadores sociales, en manada. Mientras que para vigilar al ciudadano se ha desarrollado un arsenal de sistemas de vigilancia, para la banca no se ha desarrollado ninguno. Más bien al contrario. Las decisiones políticas han preservado la independencia de las instituciones financieras, eso que se ha venido a llamar desregulación. Si comparamos la banca con la red de carreteras, la desrregulación quiere hacernos creer que no es realmente necesaria una policía para vigilarla. Ahora bien, ¿quién querría ir por una autopista en la que cualquiera pudiera ir en sentido contrario?

Para controlar internet, la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) de EEUU ha puesto en marcha un sistema jerárquico para reagrupar la información y analizarla. El mismo sistema se puede utilizar para las transacciones financieras, no es nada complicado ni inaccesible. En principio, cualquier banco tendría que estar encantado de recibir ayuda en su deber de controlar las actividades financieras. Pongamos en marcha un servicio de reagrupamiento de las transacciones financieras por países o, mejor aún, a nivel europeo, algo que se pueda llevar a cabo con medios muy sencillos para, al mismo tiempo, acabar con la impunidad y mantener la confidencialidad del ciudadano. La recogida de datos con el detalle de las transacciones, sin la identidad de los beneficiarios (los titulares de las cuentas), permitiría localizar los patrones de fraude distribuidos entre numerosos bancos, lo que es difícil de hacer hoy en día, ya que los bancos no tienen acceso más que a sus propias transacciones. Aunque protegiendo el anonimato de los datos, el análisis del flujo financiero haría posible compartir la información entre todas las administraciones, incluso con las universidades, para descubrir nuevos tipos de fraude. Permitiendo estos cambios, ninguna autoridad podrá obstruir ni limitar la cooperación entre administraciones, como ocurre en la actualidad.