En 2013, el número de personas sin empleo volvió a crecer engordando con cinco millones más la cifra total de desempleados, la cual alcanzaba los 202 millones de parados a nivel mundial.[1] Estas altas tasas de desempleo se enquistan en unos mercados de trabajo en constante degradación donde las mujeres son las peor “paradas”.
Para cotejar las diferencias por cuestión de género, a continuación, se aterrizan algunos datos respecto a la participación en el empleo y en las retribuciones asociadas al puesto de trabajo. Sin olvidar que las desigualdades de género apuntan en otras muchas direcciones.
En el siglo XXI la presencia de las mujeres en los mercados todavía es muy inferior a la de los hombres, tanto en las economías consideradas más avanzadas como en el resto. Aunque es en las primeras, aquellas con mayor PIB per cápita, en las que se presume haber superado estas diferencias, queda un largo camino por recorrer.
Las tasas de actividad constatan esta afirmación. El valor medio de la brecha mundial a comienzos del 2000 superaba los 26 puntos porcentuales, un porcentaje que no se ha reducido hasta 2012.
En las estadísticas de las economías más grandes y cercanas –nos referimos a las europeas y de la OCDE– la brecha de actividad entre hombres y mujeres es menor durante la juventud, pero en el intervalo de edad siguiente la discriminación laboral hacia las mujeres aumenta (por motivos de maternidad o cuidados de los hijos o, simplemente, por la creencia de que se producirán) y se mantiene durante el resto de su vida laboral.
Los datos desagregados por género constatan que las cifras de paro que ofrecen las mujeres superan, a escala mundial, las de los hombres; y es más, no se prevén cambios significativos en los próximos años.[2]
Justo antes del comienzo de la crisis, en 2007, la brecha de género en el desempleo mundial se situaba en el 5%, valor que ascendió dos puntos porcentuales más en 2012 fruto del desenlace recesivo. En el gráfico 1, se observa la amplia distancia que se registra en el caso de España al compararla con la media europea, dejando de lado el hecho de que durante la crisis las tasas entre hombres y mujeres hayan tendido al alza en nuestro país.[3] De igual manera, vuelven a ser ellas las que concentran el desempleo de larga y muy larga duración, y lo mismo ocurre con toda una serie de indicadores utilizados habitualmente que miden el trabajo considerado dentro del mercado (temporalidad, parcialidad, peores condiciones y menores derechos laborales).
Se estima que las mujeres ganan alrededor del 77% del salario que reciben los hombres, una distancia a nivel mundial en la remuneración cercana al 23% de media.
Esta brecha, que mide la diferencia entre los ingresos medios de mujeres y hombres, en el contexto europeo, se ha reducido de 2000 a 2006, sin embargo en España, ha aumentado.
En este punto, conviene destacar la incidencia de los salarios bajos que concentran ellas, muy ligado con lo anterior, y donde existen otros fenómenos que lo retroalimentan: el “techo de cristal” que engloba esas infranqueables relaciones de poder que impiden el acceso a puestos de decisión, los “suelos pegajosos” que adhieren a las mujeres a sectores alejados del poder; o incluso, el “techo de cemento”, denominación que se le atribuye al fenómeno de auto-imposición de las mujeres frente a la promoción ocupacional por el coste personal y familiar que ello puede suponer.
Siguen vigentes las desigualdades originarias que tuvieron lugar con la incorporación de la mujer al mundo del trabajo y, lejos de lo que pudiera afirmarse desde foros más conservadores, no estamos en el camino para corregirlas.
Los análisis convencionales realizados, así como por otras corrientes heterodoxas, han servido para explicar el funcionamiento de los mercados de trabajo unisexo (es decir, de los varones). Las estadísticas oficiales giran en torno a esta perspectiva; de ahí, su sesgo analítico a la hora de desvelar cuestiones de género que persisten y que se transforman a nuestro alrededor.
Repensar la economía en general desde una perspectiva feminista, es una tarea imprescindible. Es urgente avanzar con propuestas analíticas que cuestionen la propia neutralidad y objetividad del conocimiento económico. La consecución de esta apuesta es la que permitirá lograr cambios en los arreglos de poder entre hombres y mujeres, lo cual incluye transformaciones en la vida cotidiana y la cultura y en los patrones tradicionales que tiendan hacia la construcción de la equidad entre mujeres y hombres en los ámbitos, tanto público como privado.
[1] Según señalaba la OIT, Tendencias generales de empleo 2014: ¿Hacia una recuperación sin creación de empleos?, Resumen Ejecutivo, Ginebra, 2014.
[2] OIT, Global Employment Trends for Women 2012, Ginebra 2012.
[3] Las tasas de desempleo en España en el 2013 fueron del 25,1% para los hombres y del 26,8% para las mujeres.