El día del hombre guay

Todos los años celebramos el día de la mujer, que algunos se empeñan en seguir apellidando como “trabajadora”. No existe día del “hombre trabajador”. Será porque no hay, o porque no hace falta. Lo más parecido es el día del Padre. Cada año las mujeres deben constatar la misma sangrante evidencia: la igualdad se presenta más difícil de alcanzar que la linea del horizonte. Aunque al menos ese día, las feministas no tienen que aguantar las chanzas y burlas tabernarias que tanto alborozan a tanto caballero español que habita en nuestros medios. Se las guardan todas para el día siguiente.

Todos los años, los líderes y gobernantes responsables de que la igualdad tarde tanto en llegar sacan su lado femenino para renovar su compromiso con las mujeres, alegrarse por los pequeños pasos adelante fabricados por la estadística creativa y no ofrecer una sola explicación por tan clamoroso y sostenido fracaso. Al parecer, en esto de la igualdad, los hombres somos incompetentes, pero sensibles. Nos duele de corazón hacerlo tan mal.

Repasemos las evidencias que prueban tanto compromiso. Durante los últimos diez años, las mujeres siguen cobrando un 70% de cuanto perciben los hombres por idéntico trabajo. Una situación tan contraria a la igualdad como a la eficiencia económica. El porcentaje de directivas en consejos y cúpulas empresariales se ha mantenido congelado en la cuarta parte. En política, la paridad constituye algo que se respeta si no queda más remedio, o si lo obliga una sentencia. El terrorismo de género continúa siendo un delito donde quien debe huir, esconderse y cambiar de vida es la víctima, mientras el agresor sigue con su rutina normalmente amparado, cuando no encubierto, por una sociedad que prefiere pretender que no sabe, no la informan o no se entera. La mal llamada reforma del aborto del ministro Gallardón vuelve a tratar a la mujer como un ser frívolo y poco fiable, incapaz de tomar una decisión por sí misma y necesitada de la sabiduría, la reflexión y el premiso del macho.

Los recientes datos de la encuesta de la Agencia Europea de Derechos Fundamentales hablan por si solos de la gravedad y extensión de la desigualdad, la violencia, el desamparo y la humillación que padecen a diario y a lo largo de su vida más de la mitad de las mujeres del continente. Sin embargo, las ya de por sí limitadas y exiguas políticas de igualdad han resultado las primeras víctimas de los recortes sacrificadas en los altares de los fetichistas del déficit, sin que una opinión pública dominantemente masculina derramase demasiadas lágrimas por ellas.

Si los hombres pariéramos, habría aborto libre. Si los hombres cobrásemos la tercera parte menos que las mujeres por el mismo desempeño, las cárceles estarían llenas de empresarios sexistas. Si los hombres fuésemos víctimas de maltrato, los agresores no podrían ir tranquilamente al bar o al fútbol. No avanza la igualdad porque así seguimos ganando. En lugar de eso, hacemos pegatinas, pegamos cárteles, presentamos powerpoints con gráficos que deberían darnos vergüenza y leemos versos de poetisas un día al año. Deberíamos cambiar el nombre de la celebración. No es el día de la mujer. Es el día de los hombres que nos creemos guays, pero no lo somos.