La única opción es la dimisión
La gente del Partido Popular que ejerce la política pública se pasa la vida pidiendo la dimisión de los cargos políticos de la oposición. Viven de eso. Constantemente piden la dimisión de presidentes autonómicos, ministros, secretarias, subsecretarios, delegadas, consejeras y, por supuesto, a diario, del presidente del Gobierno. Ni siquiera esperan a que se produzca un desastre con consecuencias políticas: la gente del PP pide dimisiones a diestro y siniestro desde el mismo momento en que se hacen oficiales los resultados de las urnas que no les dan el poder. Para pedir dimisiones, la gente del PP no necesita una catástrofe climática, ni un atentado terrorista, ni un escándalo de corrupción. Piden dimisiones de oficio, como un mantra que les rellena la vacuidad del discurso, como la consigna para esconder la inexistencia de un proyecto que no sea el del poder mismo: su apoltronamiento y sus chanchullos.
Repiten tanto la palabra dimisión, que se dirían expertos en la honrosa acción de dimitir. Cuando llega, sin embargo, el momento de la verdad, es decir, el de su propia dimisión, la gente del PP se aferra al poder aunque esté enfangada hasta las cejas de descrédito y esa crisis de confianza en su gestión resulte clamorosa, como quedó patente el sábado pasado en las calles de Valencia, donde más de 130.000 personas exigieron la dimisión del presidente de la Generalitat, Carlos Mazón, y de su equipo de gobierno, tras su impresentable gestión del paso de la DANA por su territorio.
“No es una opción ninguna dimisión”, ha proclamado Susana Camarero, vicepresidenta de la Generalitat, como quien corea un eslogan de rima malsonante. Con un cinismo que repugna sobre tantos cadáveres y frente a tantas personas que lo han perdido todo, la número dos del Consell ha añadido que “este gobierno no va a abandonar a las víctimas”. Sabiendo lo que sabemos sobre dónde estuvieron y lo que hicieron Mazón y su gobierno cuando la DANA ya arrasaba a esas víctimas, el cinismo de Camarero -que es el cinismo de Mazón y es el cinismo de Feijóo- solo puede provocar asco político.
Llegado el momento, ese asco debería ser vomitado en las urnas, pero hoy cabe hacer una reflexión moral que apela no sólo a la poltrona de fulano o la desvergüenza de mengana, sino a la naturaleza de la vida política y a la ética en el ejercicio del poder. Lo mejor que podrían hacer Carlos Mazón y su equipo es dimitir. Ni siquiera porque así se lo exigen decenas de miles de personas en las calles y se lo reclaman desde todos los estamentos de la sociedad y la política, sino como ese acto honorable que en sí mismo es una dimisión. Renunciar voluntariamente a un cargo político denota un sentido de la responsabilidad, unos principios relativos al bien común, una integridad personal, que antepone los intereses de la ciudadanía y de las instituciones a los intereses propios.
Carlos Mazón, Susana Camarero o Salomé Paradas (la consellera responsable de Emergencias de la Generalitat, que dijo que se enteró el día de la DANA a las 8 de la tarde de que existe un sistema de alerta masivo para avisar a la ciudadanía) deben dimitir porque su ineptitud ha tenido gravísimas consecuencias; deben dimitir porque todas las circunstancias que han concurrido en esa ineptitud y las explicaciones que han dado al respecto resultan escandalosas; deben dimitir porque han cometido errores fatales; deben dimitir porque han perdido la confianza de la ciudadanía; deben dimitir porque no han respetado los principios de responsabilidad, competencia y transparencia que han de regir las instituciones democráticas; deben dimitir por su intolerable incompetencia en el servicio público; deben dimitir por consideración con las víctimas. Por todo lo que sabemos sobre su gestión de la DANA en Valencia, Mazón y su equipo deben dimitir.
Pero deben dimitir por otra razón extremadamente importante, tanto a título individual como colectivo, la razón que ennoblece ese paso que los de la Generalitat no quieren dar: dimitir supondría reconocer los propios fallos; hacer autocrítica; demostrar integridad, nobleza, rectitud y lealtad a su pueblo, a pesar de los enormes pesares y precisamente por ellos; comprometerse con un sentido ético de la política; acreditar una dignidad y una valentía que los haría mejores y, acaso, en parte, limpiaría el lodo que los mancha para siempre y el lodo que, acaso, en parte, ahogará sus conciencias. Saldrían beneficiados como personas y harían lo único encomiable de su labor política en este desastre: devolver un poco de la fe perdida en las instituciones y, por tanto, en el propio sistema democrático.
Lejos de ello, los responsables de tanto mal en la Generalitat alientan las consignas del Estado fallido que esparcen a río revuelto sus socios ultraderechistas. Viven de eso. De pedir dimisiones en el ojo ajeno y no ver las cañas y el barro en el propio. Los del PP se niegan a dar la única respuesta política que honraría la memoria de los muertos y el difícil futuro de las víctimas sobrevivientes. Su dimisión como la única respuesta que honraría a las instituciones democráticas y ayudaría a rehabilitar la confianza perdida. La única opción es la dimisión. Como es mucho pedir a la gente del PP, nos queda confiar en que tendrán que dar respuesta ante el tribunal que los juzgue por la vía penal.
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