Entre la versión de que la deliciosa crucifixion pública de Rato -está por ver que pague con cárcel lo que pueda haber hecho- es una cortina de humo, o más bien de heces, para ocultar los gürtelismos propios del partido gobernante, y aquella otra que insinúa que vuelan puñales en Génova dirigidos a la espalda del presidente Rajoy, voy a creerme las dos. Que es como decir que no voy a creer ninguna, porque ya no me creo, ya no nos creemos nada.
Pero me produce un indescriptible gustillo imaginar a Don Nicanor percatándose súbitamente de que se le está escapando el tambor, y de que su tremendo y estulto reinado toca a un fin tan lamentable como lo ha sido su paso por el poder.
A tal tesitura de postración en la alegría nos ha reducido el tránsito por nuestras vidas de esa RePPera PPatatera que han sido los años de trasquilado y tentetieso del Gobierno popular y su séquito. La verdad es que si, en lugar de españoles, fuéramos corresponsales extranjeros o enviados especiales a los sucesos o hechos de los últimos años, la realidad nacional nos parecería de lo más interesante, e incluso excitante. Por seguir con los ripios, como compatriotas de esta banda sólo podemos encontrarla repugnante.
Dicho lo cual añadiré que, como no soy budista, me gustan las agonías largas de según quién, metafóricamente hablando, nunca empíricamente. De ahí que, por momentos, imagine a don Mariano recorriendo los sombríos salones de su Manderlay con un pañuelito en la mano, cual Joan Fontaine en Rebeca, mordiéndose los labios, preguntándose por qué puerta aparecerá el ama de llaves con la intención de despeñarlo desde el torreón que da al cercano futuro. Es de loar que el hombre haya decidido confraternizar como hasta hoy no lo ha hecho con sus súbditos, y que se preste a entrevistas y otros cuerpo a cuerpo. Pero puede ocurrirle lo que a la segunda esposa que, aconsejada por la bruja, acabe vestida de mona de seda para el baile de disfraces. Todo final político español tiene algo de gótico. Y de churrigueresco.
Lo malo, o lo peor dentro de lo malo, de esta hedionda historia de amnistías fiscales, filtraciones y ocultaciones, es que parece no conducir a ninguna parte, ser una etapa más del largo, confuso y mareante periplo hacia la nada al que el Estado y sus instituciones han sido arrastrados por los bucaneros al mando. Tendría que ser la ciudadanía la que impusiera orden, una votación tras otra, pero me temo que, dada la multiplicación de ofertas y siglas -que me recuerda tanto aquella, entonces, explicable explosión de opciones cuando la Transición-, la opción centro, también a la española, será lo que se irá imponiendo.
Vendrán otras paletadas de cieno y lo único que parece casi seguro es que la derecha de este país, la verdadera, la económica, la que de verdad dirige la orquesta, ya ha emitido su veredicto, porque dispone de recambio para el nuevo periplo: Albert Rivera. Un brillante y comedido joven a quien se le aplaude que planee subir el precio del pan, y que exuda, en sus intervenciones públicas, aparte de una nacarada pulidez, es credibilidad y un ligero perfume a Adolfo Suárez la Leyenda -o el Musical, según cómo lo veamos-, y todo este mar fétido no habrá servido más que para un lifting de urgencia y mucha agua de rosas de taxis para mejorar la atmósfera.
Llegará un día en que tanto el caso Rato, saliendo custodiado de su domicilio, como el caso Rajoy, saliendo apresuradamente del plasma, nos parecerán los cuentos de los abuelos del nuevo orden neoliberal.