No ha pasado tanto tiempo desde la imagen de Rajoy recogiendo firmas contra el Estatut en pleno paseo de Gràcia de Barcelona. Ni del recurso contra el Estatut. Ni de la satisfacción del PP por una sentencia que soliviantó a la inmensa mayoría de la sociedad catalana. Para muchos, aquella campaña cerraba definitivamente las puertas de la centralidad catalana a un partido que durante tres décadas vivió en la trinchera y que era un sinónimo de catalanofobia. Pero sólo cinco años después, el PP de Catalunya vive la situación más dulce de su historia.
El milagro popular catalán no hay que buscarlo en sus resultados electorales; ni en las autonómicas ni en las generales en que han conseguido superar los registros de tiempos de Alejo Vidal-Quadras o Josep Piqué. La clave para este giro copernicano ha estado en la connivencia con que CiU ha tratado a la formación conservadora desde que Artur Mas llegó a la presidencia de la Generalitat en diciembre de 2010.
Desde entonces, el PP ha dado un enorme salto cualitativo a la hora de acceder a cargos y administraciones. A las alcaldías de Badalona y Castelldefels –ciudades donde CiU pudo entrar en un gobierno junto al PSC-- se une su presencia en las diputaciones provinciales. También en el Parlament el nuevo poder azul se hace más visible. Donde antes el PP jugaba un papel de oposición dura y resignada, ahora es el primer partido a la hora de influir en el grupo de CiU, que se quedó a seis diputados de la mayoría absoluta. more
A las leyes y enmiendas que ahora saca adelante con total normalidad se une su trascendental influencia en los dos presupuestos a la baja impulsados por el Gobierno de Mas. Es a través de las cuentas donde a las recetas clásicas neoliberales –recortes sociales, freno a la contratación de funcionarios, recortes de salarios, desaparición de empresas y organismos públicos--, el PP ha unido cuestiones tan genovesas como el cerco a operaciones de cambio de sexo o inseminaciones artificiales, el cierre de embajadas catalanas o el aumento de las ayudas para las víctimas del terrorismo. En cuestiones como el arrinconamiento de las políticas de memoria histórica ya coincidían de antemano. Y particularmente llamativo fue su acuerdo para finiquitar los consensos a la hora de decidir sobre los medios de comunicación públicos.
Los diputados más veteranos de la bancada popular admiten que están sin duda en el mejor momento de cuantos les han tocado vivir en la Cámara catalana. El recuento de leyes que habían logrado aprobar durante los siete años de Tripartito es fácil de llevar: cero. Con CiU la historia es otra. Así lo admite el portavoz parlamentario de los populares, Enric Millo, que en el pasado había estado a las órdenes de Duran Lleida en Unió Democràtica: “Nuestra relación parlamentaria se basa en un principio de responsabilidad, sin nosotros ya hubiera habido elecciones anticipadas”.
Según explica, la situación ha cambiado “muchísimo: el PP ha dado un salto cualitativo que se ha dejado notar en el territorio, donde ahora se nos ve como una fuerza útil”. En este sentido, Millo recuerda que las urnas dejaron a los populares como tercer partido de Catalunya, por delante de ERC, y que eso les ha dado “capacidad para influir”.
Pero eso --bien lo saben PSC y ERC-- no era tan obvio: ambas formaciones se ofrecieron a CiU para sacar adelante sus cuentas en los presupuestos de 2011 y 2012 y ambas coleccionaron calabazas. El elegido fue el PP, que logró imponer un argumento que Millo repite: “Las otras opciones pasan por el Tripartito, el que nos ha dejado esta herencia nefasta”.
La otra cara de esta cooperación tiene lugar en el Congreso, donde Duran ha dado oxígeno al nuevo Gobierno de Rajoy en momentos clave, como el recorte a las cuentas públicas del pasado mes de enero. Ese apoyo transmutó en tiempo récord el recurso a la totalidad contra los presupuestos de Mas anunciado por Alicia Sánchez Camacho, que optó súbitamente por la abstención.
La situación ha sido definida por la oposición como un “Majestic 2”, en alusión a los pactos de finales de los 90 entre José María Aznar y Jordi Pujol para asegurarse la gobernabilidad, pero lo cierto es que entonces el PP ni siquiera se acercó a las cuotas de poder y responsabilidad de que goza ahora.
Que CiU y PP tienen programas económicos casi clónicos no es una novedad, aunque tal vez sí lo sea la tranquilidad con que el núcleo duro de dirigentes de la CiU a la sombra de Artur Mas admiten en privado que prefieren pactar con el PP a hacerlo con los socialistas. Nadie olvida que no hace tanto el PSC mandaba en la Generalitat y desterró a los convergentes a un papel de oposición que no habían catado antes. Y el propio Millo admite que “la línea moderada de Unió con la que yo me identificaba está muy próxima al PP”.
Las tensiones generadas por la penuria económica de las administraciones catalana y española pueden enturbiar esta entente. Este mismo lunes, Duran daba por finalizada su colaboración con el PP. La reivindicación del pacto fiscal tampoco ayudará, presumiblemente, al idilio vivido por ambas formaciones. Pero lo cierto es que en año y medio ha cambiado la vida de los populares catalanes: en abril de 2010, durante la visita de Rajoy a Girona, se vieron forzados a situar a ‘espontáneos’ militantes del partido en puntos clave del paseo que dio el ahora presidente del Gobierno por la ciudad, para disimular la frialdad e indiferencia que despertó su presencia.
Un par de años después, con Mas como presidente, el PP de Catalunya se ha rebautizado como PP Català y toca un poder que ni siquiera habría soñado en las décadas precedentes.