El rechazo furibundo de los extremos nacionalistas a la sentencia del Tribunal Supremo es posiblemente el mayor crédito que se puede otorgar a su ecuanimidad.
De un lado están los que hicieron un papelón, entre incompetente y patético, en la vista oral, con los deberes sin hacer, y que ahora se rasgan las vestiduras con la traición a España por los jueces del Supremo y esas cosas, y se plantean recursos sin fin.
De otro, los que piensan que no hubo ningún delito, que solo cabía la absolución y que habrán tomado buena nota para eventuales y futuras experiencias, dado lo elevado de las penas, aunque estén rebajadas respecto de las peticiones iniciales.
El Supremo sentencia que no hay rebelión, porque no hubo una violencia predeterminada, pero que lo ocurrido fue lo bastante grave como para calificarlo de sedición. La tesis de la Abogacía del Estado ha sido refrendada y la posición de la fiscalía desautorizada.
A partir de ahora queda por saber cuáles serán las repercusiones electorales de la sentencia, si es que las tiene. Primero en la pugna interna del nacionalismo catalán por establecer quién manda, si el encarcelado Oriol Junqueras, o el huido, y ahora reclamado por la Justicia, Carles Puigdemont.
Por otro, si la sentencia dará votos al Gobierno o a la oposición. Sí sabemos que en las elecciones andaluzas tuvo una influencia relevante la situación en Cataluña, pero no parece que ahora nadie pueda saber cómo repercutirá la sentencia del Supremo en las elecciones de noviembre, aunque algún politólogo de guardia parece que ya lo sabe, incluso con decimales.
Hasta después de las elecciones generales no se podrá abordar de manera sincera y abierta el debate para evitar que se cronifique el conflicto, en lo que puede tener de establecimiento en Cataluña de una sociedad paralela, una comunidad nacionalista ajena al resto de los catalanes y que se dedique a vivir de las expectativas de la independencia, excitadas cínicamente por algunos de sus dirigentes.
En ese sentido, estaría bien que los políticos que alentaron esa expectativa como posible para ya mismo dejaran de engañar a la gente; dejaran, por ejemplo, de pedir a los catalanes que practiquen una insumisión que ellos mismos, Torra, son incapaces de practicar.
Como tantos otros conflictos, este no tiene necesariamente que alcanzar una solución, sería suficiente, y un éxito, con que se encontrara un arreglo, el de la convivencia entre los propios catalanes.