La denuncia de que Rusia pueda haber influido de forma relevante en la campaña electoral estadounidense supone una humillación sin precedentes para el indiscutible país más poderoso del mundo. Recordemos que no se trata de una denuncia periodística o política, son acusaciones de los servicios de inteligencia de Estados Unidos. La nación que desde el final de la Segunda Guerra Mundial lleva influyendo en la elección de gobiernos de todos los continentes ahora observa que su destino podría haber sido manipulado por un gobierno foráneo.
El imbatible poder militar estadounidense y su agresividad global nos está impidiendo observar la auténtica realidad del declive en el que actualmente se encuentra esta potencia en el panorama internacional. En realidad seguimos bajo el espejismo de que, tras la caída de la URSS, Estados Unidos quedaba como potencia imbatible vencedora de la guerra fría. Pero han pasado muchos años... y muchas cosas.
Es verdad que ningún país se puede acercar al poderío militar de Estados Unidos, pero, ¿de verdad es eso lo que en el siglo XXI define el predominio de un país? No será, al contrario, que una obsesión por el poder militar le ha supuesto un desgaste y un deterioro que no ha sido compensado con sus políticas de asedio y asalto a países y recursos. Ese mantra que siempre manejábamos de que Estados Unidos invadía países, como el caso de Irak, para quedarse con su petróleo no les ha resultado del todo rentable. Todavía hoy la ocupación le cuesta 4.000 millones de dólares mensuales.
Lo de Estados Unidos es un imperialismo militar de pérdidas netas, en palabras del profesor de Relaciones Internacional Augusto Zamora R. Para sostenerlo aporta valiosos datos en su libro Política y geopolítica para rebeldes, irreverentes y escépticos (Akal, 2016), por ejemplo que a diciembre de 2014 la guerra de Afganistán le habría costado un billón de dólares, lo que equivale a diez presupuestos militares anuales de Rusia o dos de EEUU, que son de 500.000 millones.
La expresión más elocuente del dilema estadounidense la daba en 2011 el senador por Virginia, Joe Manchin: “Tenemos que elegir entre reconstruir Afganistán o América. A la luz del peligro fiscal de nuestra nación no podemos hacer ambas cosas”. Han pasado los años y Estados Unidos parece definitivamente decidido a no reconstruir ninguno de los dos países.
Si ya en 2008, el premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz titulaba su libro La guerra de los tres billones de dólares: El verdadero coste del conflicto de Irak. Ahora, según un reciente informe del Instituto Watson para Asuntos Públicos e Internacionales de la Universidad de Brown, conocemos que los gobernantes estadounidenses se han fundido 4,79 billones de dólares en los conflictos bélicos en los que se han embarcado desde 2001. Solamente los intereses de los préstamos de guerra ascienden a 453.000 millones de dólares.
Los autores del informe realizan algunas comparaciones sobre todo lo que se podría luchar contra el hambre en el mundo con ese dinero. Pero no se trata de pedirle tamaña generosidad a Estados Unidos, basta con calcular cómo mejoraría la economía de sus ciudadanos si todo ese dinero gastado en guerras se destinase a mejorar las condiciones de los estadounidenses. En cambio lo que tienen es una deuda pública que se aproxima a los 20 billones de dólares, el 102,6% del PIB de EEUU. Ésta se ha cuadruplicado durante los últimos 14 años, ya que a comienzos de siglo se situaba en los 5,62 billones de dólares, el 54,7% del PIB. Hoy cada niño estadounidense nace debiendo casi 63.000 euros. No parece tan buena idea querer ser ciudadano de ese país.
Ahora viene lo más interesante. ¿Y a quién le deben los estadounidenses todo ese dinero que se han gastado en unas guerras en las que ni siquiera se han podido recuperar con el saqueo? La mitad a acreedores extranjeros, principalmente Japón y China, que acumulan el 37,2% de la deuda de EEUU en poder de otros países. Por tanto ya tenemos un mito derrumbado: la gran potencia mundial es fundamentalmente un tipo que debe dinero a un centenar de países para poder pagar unas guerras que le han dejado en bancarrota.
Sigamos repasando la situación del supuesto imperio. Ahora en cuanto a potencia industrial. Si en los años cincuenta Estados Unidos poseía el 50% del PIB mundial y era la indiscutible primera potencia económica hoy no llega al 20% y, desde 2014, y atendiendo al parámetro considerado más riguroso por el Fondo Monetario Internacional para comparar economías, el Producto Interno Bruto (PIB) ajustado por Paridad de Poder de Compra, China ha adelantado a Estados Unidos. Según el FMI, en el año 2040 la República Popular China representará el 40% del PIB mundial, EEUU se quedará en el 15%, India será el 12% y la Unión Europea tendrá un escuálido 5%. Por su parte, el informe de PWC El Mundo en 2050 ¿Cómo cambiará el orden económico mundial? prevé que, para ese año, el segundo puesto será para India, que desbancará a Estados Unidos.
Hoy Estados Unidos es solo una potencia militar arruinada e ineficaz. El gasto militar de Estados Unidos en 2015 fue ya de 601.000 millones de dólares, una cifra mayor al presupuesto militar de los siete países del mundo que gastan más en defensa después de EEUU. En la actualidad, tiene capacidad militar ofensiva como la suma de las diez potencias siguientes y representa el 41% del gasto militar mundial, pero solo le sirve para que sus ciudadanos sufran carencias por la disminución del gastos en las otras partidas y, en cambio, ni siquiera gana las guerras, para humillación de sus dirigentes.
Desde su fracaso en Vietnam no ha logrado ninguna victoria: más de una década después no ha conseguido controlar ni Afganistán ni Irak. Es más, si otrora el principal objetivo de Estados Unidos era Irán, tras el desastre en el derrocamiento de Sadam Hussein, la República Islámica ha salido más reforzada que nunca. Y cuanto más intenta maniobrar Estados Unidos en su contra peor le sale. Hoy Estados Unidos ya necesita a Irán para restablecer el orden en la región y frenar el terrorismo. De hecho ha tenido que negociya lo habar el acuerdo nuclear, levantar las sanciones y devolverle los fondos que tenía congelados.
En términos geopolíticos otro de sus ridículos se está viviendo en Siria. Allí, las conversaciones de paz se están negociando oficialmente entre Rusia, Turquía e Irán, la primera potencia militar el mundo es la gran ausente.
Y en cuanto a su difusa guerra contra el terrorismo, a la vista está su fracaso. El caos es tal que hace unas semanas el fundador de WikiLeaks, Julian Assange, denunciaba en una conferencia de prensa a través de internet, que la CIA estadounidense ha “perdido el control de todo su arsenal de armas cibernéticas”, que podrían estar en el mercado negro a disposición de “hackers” de todo el mundo. El máximo ejemplo de la ineficiencia del Departamento de Defensa ha sido cuando admitió la dificultad para encontrar a los culpables de publicar imágenes de soldados desnudas en Internet. Y no era en un círculo pequeño de difusión, se trataba de un grupo privado de Facebook en el que participan más de 30.000 militares.
El sentimiento de fracaso militar es el que ha llevado a Donald Trump a proponer... más de lo mismo. “Tenemos que ganar. Tenemos que empezar a ganar guerras de nuevo”, dijo. Y prometió aumentar en 54.000 millones de dólares el presupuesto destinado al Departamento de Defensa, en detrimento de medio ambiente y educación.
Aquel mito del “Nuevo Siglo Americano” que se prometían en Estados Unidos tras el derrumbe soviético ha terminado en fiasco. Las nuevas potencias emergentes (Rusia, India, Irán, Brasil) están sorprendiendo a una Europa y unos Estados Unidos paralizados en sus crisis financieras e industriales, pero obsesionados en seguir lubricando esa máquina armamentística de la OTAN, tan cruel como absurda.
Mientras tanto, China se ha caracterizado históricamente por un escrupuloso respeto al resto de los países, sus guerras siempre han sido por agresiones de otras potencias a su territorio. Su historia ha sido la de una víctima constante de atropellos por parte de otros imperios. Su pacifismo ha terminado premiándole, el poder del futuro dependerá más de la economía que del armamento bruto.
Como señala Augusto Zamora, “una vasta mayoría de países de este planeta azul están encantados de comerciar y relacionarse con la República Popular. Sin intervenciones, humillaciones, imposiciones...”. Durante la visita oficial que hizo a EEUU en septiembre de 2015, el presidente chino Xi Jinping declaró en una entrevista a Wall Street Journal que, “fortaleciendo nuestra defensa nacional y la construcción militar, no caemos en aventuras militares. Esta idea nunca se nos ocurre”, recordando que “China no tiene bases militares en Asia ni tropas desplegadas fuera de sus fronteras”.
Y, mientras tanto, Donald Trump, dedicado a gastar el dinero de los estadounidenses en armas, guerras y muros. En realidad, algo parecido a los anteriores presidentes.