A lo largo de mi vida he votado en seis elecciones europeas, y confieso que en ninguna voté en serio, o al menos no tan en serio como lo puedo hacer en generales, autonómicas o municipales. Unas veces voté con el piloto automático, otras di votos de castigo, apoyé candidaturas a las que nunca habría votado en generales o incluso me abstuve, única vez en mi vida de votante. Ninguna de ellas fue un voto muy pensado, y en más de una lo decidí en el mismo colegio. No me digas que tú no hiciste lo mismo.
Esta medianoche comienza la campaña electoral, y una frase recorrerá los cielos españoles a todas horas: “la importancia de las elecciones europeas”. Cada vez que lean u oigan a un candidato, dirigente de partido, politólogo, periodista o tertuliano recordarnos “la importancia de las elecciones europeas”, chupito. Mal vamos cuando hace falta remarcar tan insistentemente la importancia de algo.
Es cierto que las europeas nos han parecido siempre unas elecciones menores, de segunda división, un partido amistoso, unas elecciones poco elecciones. Por eso la abstención era siempre mayor que en otros procesos, y por eso podíamos votar sin grandes dilemas ni arrepentimientos posteriores. Nadie te iba a decir “disfruten lo votado” después de unas europeas. Podías votar con el corazón o por fastidiar, apoyar candidaturas marginales o darte algún guilty pleasure. Recuerdo años atrás cuando, tras europeas, los periódicos locales destacaban el sorprendente número de votos que Batasuna había tenido en provincias alejadas de Euskadi.
Si a esa condición de elecciones de barra libre le unes un sistema electoral de distrito único donde no valen las llamadas al voto útil, normal que sean las favoritas para debutantes, minoritarios, frikis o cualquiera que busque dar la campanada. Y a veces lo consiguen. Ahí surgió el primer Podemos en 2014, y ahí se estrenaron UPyD o Ciudadanos. Ahí sacaban más votos que nunca los Verdes, y se confundían los 200 partidos que llevan “comunista” en el nombre. Algunos coleccionábamos papeletas estrambóticas. Por allí pasaron personajes mediáticos hoy olvidados, y hasta Ruiz-Mateos tuvo su minuto de gloria. Los partidos mayoritarios las aprovechaban para enviar a sus ex a un retiro dorado, como un Senado con mejores vistas, lo que tampoco ayudaba mucho a que nos las tomásemos en serio.
El propio Europarlamento nos lo pone difícil. Un parlamento lejano, muy lejano, que nunca visitarás en excursión escolar, y elefantiásico, con más de 700 diputados, una presidenta y 14 vicepresidentes (repito, 14 vicepresidentes), dos sedes en distintos países, 450 millones de votantes de 27 Estados, y un funcionamiento poco claro, con capacidades legislativas limitadas, y unas instituciones europeas que democráticamente han sido siempre muy opacas. Si además has visto la magnífica serie de humor Parliament, como para tomártelo en serio.
Y sin embargo, preparen el chupito, estas elecciones europeas son muy importantes. Aunque aquí las aprovecharemos para castigar a Sánchez o a Feijóo, para frenar el fascismo o evitar la dictadura sanchista, no están las europeas para mucha broma esta vez. Europa atraviesa un momento crucial (otra frase de chupito estos días), con la ultraderecha al alza y marcando la agenda de una derecha europeísta que ha perdido todo reparo de pactar con aquella; con los países rearmándose y hablando de guerra, y con políticas que nos van a marcar la vida y que pasan por Bruselas, lo mismo la migratoria que la agrícola, y por supuesto la urgente transición climática. Creo que por una vez voy a votar en serio. No sea que estas europeas sean de verdad importantes y luego lamentemos.