Hace unos años, la fotógrafa Lindsey Addario nos contaba a un grupo de periodistas cómo en noviembre de 2004 mandó las imágenes de soldados heridos en la guerra en Faluya, en Irak, a la revista Life. Eran fotografías duras que entonces se habían visto poco en la prensa. No recibió respuesta alguna hasta febrero, cuando el editor gráfico le escribió diciéndole que no las publicaría “nunca” porque el director tenía “la sensación” de que “el público de Estados Unidos” no estaba “preparado” para verlas. Addario contestó: “¿Cómo te atreves a mandarme a la guerra si no tienes las agallas de publicar las fotos que hago?”
Addario contactó entonces con Kathy Ryan, directora de fotografía del dominical del New York Times, y así las fotos se publicaron, según nos contaba en enero de 2018 en la Fundación Nieman de la Universidad de Harvard. Addario había cubierto entonces la primera línea de horrores en Afganistán, Irak, Libia, Líbano, Darfur y Congo.
El suyo es un trabajo difícil de hacer y de ver, y también plantea continuamente dilemas en las redacciones sobre qué mostrar y qué no, entre el deber de informar y el deber de respetar el dolor en privado.
Hace unos días fue Addario la periodista que estaba delante, enviada a Ucrania por el New York Times, cuando las tropas rusas atacaron el puente por el que trataban de huir Tetiana Perebyinis, una contable de 43 años de Kiev, y sus dos hijos, Mykyta, de 18, y Alisa, de 9, junto a Anatoly Berezhnyi, un voluntario de 26 años de una iglesia.
Sabemos lo que pasó porque Addario estaba delante, gritó y salió corriendo hacia la familia primero en un intento de ayudar y luego para contar con sus palabras y sus imágenes al mundo el horror que acababa de presenciar.
Documentar los hechos en una guerra es lo más esencial para ahora y para después. Ahora sirven para denunciar el horror, para combatir la despiadada propaganda, para remover conciencias y, sí, tal vez para cambiar el mundo para mejor. Después, este trabajo será el registro de la historia para juzgar crímenes contra la humanidad y para que las generaciones futuras sepan qué pasó.
Lo hemos vuelto a ver en Mariúpol, donde el fotógrafo ucraniano Evgeniy Maloletka estaba en primera línea del terror en el hospital infantil y maternidad y lo ha contado al mundo a través de su agencia, Associated Press, que es uno de los pocos medios internacionales que ha estado estos días en una ciudad asediada y convertida en uno de los símbolos de la crueldad del Ejército de Putin.
Todos los reporteros en el terreno están haciendo un trabajo que es cuestión de vida o muerte para millones de personas. Entre ellos, los fotógrafos son los que más se exponen en los peores momentos. Cuando pienses en el periodismo piensa en Lindsey Addario, piensa en Evgeniy Maloletka, piensa en Emilio Morenatti, piensa en Diego Herrera, piensa en Luis de Vega, piensa en Olmo Calvo. Piensa en estas personas que arriesgan su vida para que te enteres de qué pasa y tal vez hacer que deje de pasar.