El creacionismo, esa vieja fábula que señala al ser humano como la especie elegida y la sitúa en un plano superior al resto, crea monstruos. Entre los más horribles aquellos que toleran o incluso justifican el maltrato animal arguyendo que son seres inferiores.
Debe ser súper guay que tu carta ética te permita ir por ahí sintiéndote superior al resto, amo y señor de las cerca de ocho millones de especies con las que compartimos planeta. Ya sean toros o delfines, perros o gatos, flores o árboles: ellos están ahí para nuestro solaz porque, total, ni sienten ni padecen. Este tipo de gente es la que le hace a uno renegar de su especie.
Pero los peores son los creacionistas creadores. En España son muchos los que defienden el maltrato animal desde la creación literaria. Ya se sabe que la ética no siempre acompaña a la estética. Javier Marías, ese magnífico autor que llama bichos a los animales salvajes, chuchos a los perros y fanáticos a quienes defendemos sus derechos, es uno de sus más ilustres representantes.
La semana pasada este creacionista de elegida tecla recurría a su brillante retórica para perpetrar otro de sus ataques a quienes amamos a los animales y defendemos sus derechos. Y lo hacía como en él suele ser habitual, sin ahorrar calificativos de mal gusto. Algo que me habilita para seguir su estilo.
Porque ocurre que, por mucho que un genio sepa encadenar sandeces con exquisito talento literario, no dejan de ser exquisitas sandeces. No pretendo dar réplica al fondo de ese artículo porque ya lo hizo aquí con notable tino Javier Morales a cuyos pies me pongo.
Además lo cierto es que las últimas palabras de Marías no me han sorprendido en absoluto. Hay una cierta tendencia a dar la matraca en quienes desprecian al resto de la multiplicidad. En su caso no deja de repetir el mantra taurino de que los toros existen porque existen las corridas. Le debió parecer ingenioso la primera vez que lo escuchó y ha entrado en bucle: “si los taurinos fueran torturadores de animales los enemigos de las corridas resultarían ser exterminadores de animales. Y, francamente, entre los primeros y los segundos, prefiero con mucho a aquéllos, que al menos les causan una muerte en combate tras permitirles una vida”. Combate. Permitirles. No hay más preguntas señoría.
Seguiré esperando los libros de Javier Marías porque amo como escribe a pesar de quien lo escribe (me ocurre lo mismo con Vila-Matas). Pero debo confesar un cierto hastío, una cierta desgana ante tantas estupideces creacionistas por bien creadas que estén.
Aunque diga que él no, que él para nada, lo cierto es que el autor de Todas las almas representa como pocos al escritor que no ama a los animales. La palabra hace a quien la escribe como el hábito hace al monje, y a este genio le sale el Torquemada que lleva dentro cada vez que alguien decide afearle su desprecio hacia el resto de lo vivo.
Una pena, una auténtica condena para todos los que admiramos su obra.