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La España ingobernable

Entre la España que se rompe, la cautelosa, la que madruga, la que bosteza y la que la derecha quiere ilegalizar, hay otra que asoma en casi todas las encuestas y arroja un resultado imposible de gestionar. Es la España ingobernable. No suma la derecha. No suma la izquierda. Y el acuerdo entre bloques, bien sea para una investidura condicionada, técnica o patriótica, resulta una quimera. Si VOX se hace con la tercera posición del tablero, Pablo Casado no estará por la labor de convertir a Santiago Abascal en jefe de la oposición.

En la recta final de campaña, el viento sopla en contra de los intereses de un PSOE que se quedaría por debajo del resultado de hace siete meses. La tendencia es ligeramente al alza para Unidas Podemos, pero no lo suficiente como para que la izquierda, con el pírrico resultado que se le atribuye a Más País, pueda sacar adelante una investidura sin apoyo de los independentistas. Y con ellos, tras la sentencia del procés, hoy sería inviable.

En el Gobierno han activado la voz de alarma y en el PSOE no se explican cómo en la órbita “monclovita” no se escuchó en su momento a quienes nunca vieron con buenos ojos la repetición electoral. Proliferan cada día más las voces que corean el “ya lo advertimos: las elecciones las carga el diablo y teníamos muy reciente el ejemplo de Andalucía”.

En apenas un mes, Sánchez ha pasado de no conceder entrevistas a multiplicarse por las sedes de diarios, radios y televisiones. Un ritmo que ha agotado al presidente en funciones y al que algunos miembros de su equipo achacan el error de atribuirse ante los micrófonos de RNE las decisiones de la Fiscalía General del Estado para traer a Puigdemont a España. “Son muchas entrevistas, muchas horas frente a un micrófono, frente a una pantalla... y a veces no se es preciso”, ha declarado en un falso directo improvisado por su equipo de campaña con la Sexta.

No hay error irreparable y por ello, ante el enfado de los fiscales, las críticas de la oposición y el impacto de sus declaraciones a solo tres días de que se abran las urnas, Sánchez ha querido arreglar el desastre, admitir que se equivocó y pedir perdón. Un ejercicio tan inusual entre los líderes políticos que merecería el reconocimiento general, pero el debate ya solo se dirime en si fue ese o no el único fallo en su campaña y si hay tiempo para la corrección.

Y la respuesta es que, a tenor de los últimos datos que se manejan, nada está resultando como se previó. Ni la gestión de la sentencia del procés ha aumentado la confianza de los españoles en el presidente en funciones, ni la exhumación de Franco ha supuesto un aumento en la intención de voto del PSOE, ni la calculada estrategia de alimentar a la ultraderecha parece que vaya a suponer una mejora respecto a abril en los resultados de Sánchez.

Hace días que el presidente transmite la sensación de que le sobran días de campaña, que su tono no proyecta la seguridad en sí mismo a la que acostumbra y que su humor está bajo mínimos. La preocupación es indisimulable. No hay señales de movilización en el electorado de izquierdas y tampoco muestras de que la estrategia de hilvanar un discurso centrista para arañar los votos que pierde a chorros Ciudadanos haya dado los resultados esperados. Y lo peor es que nadie sabe si activar el plan de emergencia para virar el rumbo ahora a la izquierda podrá evitar el desastre. Hace tiempo que en la España del multipartidismo ganar no es sinónimo de gobernar como tampoco lo es ser primera fuerza política en una democracia parlamentaria.

Salvo que la demoscopia yerre o en las próximas 48 horas haya un cierre de filas en torno al voto útil por la derecha que impida que VOX rompa la barrera de los 50 escaños, no hay fórmula con la que acabar con el bloqueo y la inestabilidad que España arrastra desde hace años. Ya hay quien habla de unas posibles terceras elecciones. Eso sí, nadie que apunte algo que se escucha una y otra vez en la calle ante ese hipotético escenario, y es que más de uno y más de dos tendrían que marcharse para dejar paso a alguien capaz de hacer de España un país gobernable. Al fin y a la postre, si el bloqueo persiste, la foto que dejaría el 10N sería la de una generación fallida de políticos que llegó para cambiar la democracia y lo único que ha logrado, de momento, es agudizar sus imperfecciones.