No se dejen engatusar por la poderosa máquina propagandística de la industria del cine norteamericana. El lugar donde la cruda realidad se ve reemplazada por la magia y la imaginación más desbordantes, el territorio donde de verdad está permitido soñar y el auténtico reino de la ilusión no reside en Hollywood; está en España. Aunque igualen el récord de nominaciones de Titanic no pueden competir con nosotros: ellos solo tienen una ciudad de la estrellas, nosotros tenemos un país entero.
Si alguien merecía de verdad una declaración de amor como la película de Damien Chazelle no es el cine o el musical, sino las administraciones públicas, las eléctricas y las grandes constructoras españolas. Se han ganado a pulso un sentido homenaje por los inolvidables momentos que nos ha hecho y nos hacen vivir. Qué guiones, qué efectos especiales, qué ritmo, qué narrativas, qué derroches de ingenio y creatividad; sus superproducciones representan mejor que nada el triunfo definitivo del arte y el talento.
No hay actores en Hollywood que puedan acercarse siquiera al nivel de perfección que demuestran el ministro de energía, Álvaro Nadal, o los portavoces de las eléctricas cuando salen a explicarnos que resulta perfectamente normal que paguemos la electricidad más cara de Europa 15 años después de la liberalización, que ha sido voluntad de Eolo, Dios de viento, que los precios más altos coincidan con la mayor ola frío, o que la mano invisible del mercado maneja las subastas y por eso da igual el método empleado porque las eléctricas siempre ganan.
No existen guionistas en Hollywood capaces de idear y resolver una trama ni la mitad de complicada que la que ha rodeado al famoso decreto de las cláusulas suelo. Los giros y sorpresas del guión resultan simplemente insuperables y han logrado que, a día de hoy, nadie sepa exactamente cómo se reclama o a qué se comprometen las entidades financieras. No se quedan tampoco atrás las extraordinarias actuaciones del ministro Luis de Guindos o los jefazos de la banca, explicándonos lo bueno que es para nosotros un decreto donde todo lo decide el banco y si no te gusta, te jodes o demandas.
No hay superproducción de catástrofes de Hollywood que pueda competir con los fenomenales desastres coproducidos por el Ministerio de Fomento y las grandes constructoras de infraestructuras públicas cuando nieva, arrecia el temporal, llueve mucho o sopla fuerte el viento. Entonces lucen en todo su esplendor los millones de euros pagados en dinero público para que mantengan y conserven nuestra red de comunicaciones. Nadie puede dejar tirados a más conductores y viajeros con tanto dinero.
Y lo mejor de todo es que, al igual que en ese buen cine clásico que inspira 'La La Land', siempre llega un final feliz al que agarrarse. Luego de tanta desgracia, desencuentro y suspense, los responsables de las diferentes administraciones públicas que permiten que todo eso pase una y otra vez lo arreglan todo pidiendo perdón, diciendo que lo sienten y recordándonos que podemos encontrar toda la información en su pagina web.