Lo que las “espartanas” de Coca-Cola destapan
Este lunes algunas de las mujeres del colectivo Coca-Cola en lucha protagonizan reportaje y portada en una revista de tirada nacional. La publicación sale el mismo día en que la presidenta de Coca-Cola European Partners y su familia se embolsarán 19 millones de euros en dividendos tras la salida a Bolsa de la empresa. Todos los inversores recibirán 21 céntimos por acción en forma de retribución al accionista.
La presidenta de Coca-Cola European Partners se llama Sol Daurella y es la misma que reclamó 8 millones de euros a los empleados que formaron parte del campamento de Fuenlabrada para reivindicar derechos y empleo.
Las personas trabajadoras de la planta de Coca-Cola en Fuenlabrada, conocida antaño como “la perla” por su eficiencia, fueron víctimas en 2014 de un ERE en el que desde el inicio vieron una vía para lograr ahorro a corto plazo por parte de la empresa a costa del futuro de las personas que allí trabajaban.
“Mi vida se paró aquél día”, recuerda una empleada.
“Siempre decíamos que si un día cerraba Coca-Cola es que el país había sufrido una hecatombe”, comenta otro trabajador.
Pero no fue necesaria una hecatombe, sino simplemente la intención de pasar por encima de los empleados, vulnerando su derecho fundamental a la huelga, esquivando la comunicación con sus representantes e incumpliendo directivas europeas en materia de información, tal y como la propia Audiencia Nacional estableció al declarar nulo el ERE tiempo después.
Nada de lo que ha pasado habría sido posible sin la perseverancia de los trabajadores y trabajadoras y sin el campamento que instalaron, que les sirvió no solo de base de la protesta, sino de lugar de encuentro diario, de gabinete psicológico en el que compartieron angustias y preocupaciones, como la de no tener ni para vivir al día.
Durante todo ese tiempo de protesta la mayoría de los medios de comunicación del país silenciaron la lucha o sesgaron el relato en favor de la empresa, tildando el ERE de “generoso”. Pero aún así los trabajadores resistieron y ganaron. La planta terminó reabriendo (más de un año después de la sentencia) y fueron readmitidos.
Uno a uno, una a una, entraron en la fábrica de nuevo mientras sus compañeros anunciaban sus nombres por megafonía, como homenaje a su perseverancia. Y luego empezó otra batalla.
La empresa, tras perder, buscó otros caminos. Ha transformado la planta de producción en un centro logístico y a los trabajadores los tiene moviendo cajas y botellas vacías en la fábrica. Así, ocho horas al día pasan muy lentamente. La sensación de sentirse inútil es inevitable. A pesar de ello, el Tribunal Supremo ha considerado que no se ha incumplido ni la sentencia ni las condiciones laborales acordadas.
Los afectados disienten: “Siguen desmontando la fábrica. Saben que si en este tiempo sacan todo ningún juez se atreverá a decir que metan de nuevo las maquinas”, denuncian.
“Hay vallas metálicas soldadas con pasillos de menos de un metro para que vayamos de uno en uno [los trabajadores], hay vigilantes jurado por todas partes, vas al servicio y hay un vigilante jurado, entran en las secciones sindicales”, protesta una trabajadora.
La lucha no ha terminado. Las trabajadoras y trabajadores están dispuestos a acudir al Tribunal Constitucional por vulneración de la tutela judicial efectiva y del derecho de huelga, y también al Tribunal de Estrasburgo si fuera preciso. En todo este tiempo se han convertido en símbolo y referente.
Ellas han estado en primera línea en las manifestaciones, en el campamento, en las protestas. Ahora protagonizan reportaje y portada en Interviú, posando en un guiño a Full Monty. “Es un orgullo haber creado ejemplo en una clase trabajadora dormida”, dice una de ellas, Gema Gil.
Lo que las espartanas de Coca-Cola destapan es la vulneración de sus derechos y cómo desde la lucha por recuperarlos se construye unión y tejido social.