A los dos nuevos casos de corrupción en el PP de esta semana (el Presidente de la Diputación valenciana metido en un coche contando dinero y el informe sobre la trama eólica de Castilla y León) se sumó la exclusiva publicada por este diario acerca del llamado caso Naseiro y que supone la financiación irregular y las cuentas opacas del Partido Popular desde su fundación. Todos pensamos ¿y ahora qué?, ¿a esperar el próximo caso? Porque lo cierto es que en esta historia de corrupción política en la que estamos metidos parece que las tramas no se cierran nunca. No hay final a la vista, ¿no hay remedio? Los personajes que protagonizaron algunos capítulos desaparecen sin más, a otros se les deja de seguir la pista y uno se olvida qué fue de ellos: ¿dónde está Fabra? ¿Qué es de Camps? ¿En qué anda Jaume Matas? ¿Qué será de Rus? ¿En qué quedó lo de Mato, lo de López Viejo, lo de Trillo, lo de Rato?
Ya estamos en plena campaña electoral. “Yo voy a cara descubierta”, dijo Esperanza Aguirre, candidata a la alcaldía de Madrid, entrevistada hace unos días en La Sexta. “Sin disfraz”, va repitiendo por los platós de TV. Y sí, tiene razón. Como Caperucita (¿pues qué le pasaba en los ojos?), son los votantes los que no ven la cabeza de lobo debajo de la cofia aunque ésta sea evidente. Realmente la capacidad narrativa de Aguirre para captar y reproducir el discurso que las caperucitas quieren oír es prodigioso: lo que está pasando “es bochornoso”, “intolerable”.
Pero Aguirre no sólo hace suyo ese discurso sino que quiere ser el personaje protagonista de una novela a lo Agatha Christie, el personaje- narrador que maneje la intriga y ponga el punto final: “Yo destapé la trama Gürtel”. Ella no pierde ocasión de situarse al margen de los apaños mafiosos, de definirse como el “verso suelto” -¿todos cobraron menos usted? “Exactamente”-, incorrupta como el brazo de Santa Teresa, ciega también, como Santa Lucía.
En la página web del Partido Popular de Madrid puede leerse que “la política es hablar claro y explicar las cosas con convicción, sin miedos y sin oportunismos”. Nunca leí algo semejante. La política no es explicar las cosas con convicción (esa podría ser, sin ir más lejos, la definición de mentir bien, y para narrar ya está la literatura) pero eso es precisamente lo que hace Esperanza Aguirre. La política es idear un programa de gobierno, una forma de organización social. La del PP –aunque imite la voz de una dulce abuelita- es implacable y feroz: privatización de los servicios públicos, beneficios a los grandes empresarios, empleo precario y casi esclavo, medio ambiente cero, sociedad patriarcal y religiosa. “Soy la única que defiende para Madrid la libertad, la vida, la propiedad y el imperio de la ley” (esas “incomodidades”, que diría Borges).
En la misma web del partido han colgado el vídeo de una entrevista de la candidata al diario The Telegraph en la que afirma: “Admiro profundamente el sistema político británico porque es el mejor en transparencia y tiene medidas preventivas reales contra la corrupción.” Después de escucharlo vuelvo la vista al diario y leo esta noticia: que en el Reino Unido los escándalos por corrupción fueron eliminados de la campaña electoral. Si no se mencionan, no existen. Aguirre termina alabando como un gesto definitivo de transparencia el hecho de que los políticos ingleses enseñen las facturas del lugar donde van a comer entre pleno y pleno. ¿Y ya? ¿De verdad este lobo tiene enfrente a tantas caperucitas miopes como para ganar de nuevo?
En campaña electoral los políticos del PP actúan sin ningún pudor, como actores. Ahora están maquillados, posando y mirando a cámara. Lo interesante es mostrarlos en acción, sin darles tiempo a repeinarse y sonreír al objetivo. Pillarles in fraganti en sus comportamientos habituales, como se sorprende en su hábitat a los grandes mamíferos en los reportajes documentales.
En Madrid, Esperanza Aguirre quiere mantenerse al margen de ese documental, ella quiere ser la voz narradora que destapa la trama. Sin embargo a ver si va a resultar, como en una de las más conocidas novelas de Agatha Christie, que al final el asesino es el narrador; personaje que, en efecto, no se esconde, pero está engañando al lector desde el comienzo de la historia.