No se en qué tipo de “desgracia” estaba pensando Albert Rivera cuando en el pleno del Congreso de los Diputados del pasado miércoles responsabilizó anticipadamente al presidente del Gobierno de cualquier “desgracia” que pudiera ocurrir el 21D en Catalunya, pero no parece que haya pasado nada que pueda calificarse de lo que normalmente se entiende por “desgracia”. Tampoco da la impresión de que hayamos asistido al primer acto del inicio de la “guerra civil” y del “derramamiento de sangre” que, en opinión de Pablo Casado, es lo que perseguía Quim Torra con su alusión a la “vía eslovena” hace unos días.
Parece claro, pues, que las expectativas que Albert Rivera y Pablo Casado habían puesto en lo que pudiera ocurrir en Catalunya el 21D para descalificar a Pedro Sánchez han quedado defraudadas. No fue un día normal, pero tampoco fue un día de protesta política excepcionalmente anormal. Desde ninguna perspectiva desde la que se analice lo que ocurrió. Hubo mucha gente en la calle, pero en cuantía no comparable a la que ha protagonizado protestas anteriores, y los actos de violencia de algunos miembros de los CDR fueron a lo sumo de baja intensidad de acuerdo con los criterios de evaluación de los mismos comúnmente aceptados. Y solo por la mañana. La manifestación por la tarde fue completamente pacífica, respondiendo a la liturgia a la que el nacionalismo catalán nos tiene acostumbrados, incluyendo como punto final la lectura de un comunicado consensuado entre todas las organizaciones convocantes.
La forma en que transcurrió la entrevista entre Pedro Sánchez y Quim Torra el jueves 20 por la tarde en el Palacio de Pedralbes y sus palabras en la cena a la que habían sido invitados por los empresarios catalanes, presididos por Sánchez Llibre, así como todo lo que ocurrió el viernes 21, vino a confirmar que todavía está vivo lo que podríamos denominar el “espíritu” de la moción de censura que hizo posible que Pedro Sánchez se convirtiera en presidente del Gobierno.
Dicho “espíritu” se ha hecho presente esta semana de forma tan imprevista como lo hizo en la semana en que se presentó y aprobó la moción de censura. Tal como está el patio, parece que es la única forma en que puede hacerlo. La mayoría de la moción de censura sigue existiendo, pero se expresa de manera discontinua. Me temo que va a seguir siendo así a lo largo de lo que dure la legislatura. El terreno por el que hay que transitar está lleno de minas, que habrá que ir desactivando a medida que se avance.
En esta semana los partidos que aprobaron la moción de censura han conseguido desactivar algunas minas que parecía que estaban a punto de estallar, y cuyo estallido podía provocar un fin precipitado de la legislatura. El Gobierno ha conseguido ganar tiempo para poder presentar el proyecto de Presupuestos Generales, algo que parecía que había quedado completamente descartado. Ahora queda la tramitación parlamentaria en la que habrá que mantener la mayoría de la moción de censura para que no se apruebe ninguna enmienda de totalidad primero (y para que salga adelante después en el Congreso), y levantar el veto seguro del Senado.
Nada de esto está garantizado. Lo ocurrido esta semana simplemente posibilita que se pueda intentar, pero nada más. En febrero el proceso de los políticos nacionalistas ante el Tribunal Supremo ocupará un lugar privilegiado en el escenario político, cuyo impacto en las relaciones entre los partidos que coincidieron en la moción de censura, y que han revalidado esa mayoría esta semana, es imposible de predecir. Ninguno de los dirigentes de estos partidos va a tener un momento de respiro y todos van a tener que hacer equilibrios permanentes para mantener vivo el “espíritu” de la moción de censura.
Hay un factor que les está ayudando, que no es otro que la reacción tan brutal de los partidos de la derecha española, intensificada desde la incorporación de Vox al Parlamento de Andalucía. La agresividad de Albert Rivera y de Pablo Casado ha contribuido sin duda a la revivificación del “espíritu” de la moción de censura y puede que siga contribuyendo a mantenerlo vivo en el inmediato futuro, a pesar de todos los pesares.
Pero la inseguridad va a seguir siendo la característica dominante de lo que quede de legislatura. Y es posible que también de lo que venga después. Pero eso lo veremos cuando llegue.