Niños, dejad ya de jugar con la pelota, no rompáis nada que bastantes problemas tenemos. A menos de un mes de las elecciones generales, tres de los poderosos árbitros europeos han pitado para advertir que el partido tiene un tiempo de juego y mejor tener cuidado dónde se encesta. Es falta grave, muy grave, lanzar la pelota lejos del campo marcado por la Unión Europea si esa es la tentación que tienen Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. Ya saben que Rajoy encestará donde le manden. Aunque a las jóvenes y nuevas estrellas también les hayan votado millones de españoles, la llave de la caja fuerte la siguen teniendo en Bruselas.
Primero pitó Jeroen Dijsselbloem. El halcón socialdemócrata holandés, jefe del Eurogrupo, recordó el domingo que “el nuevo Gobierno (español) deberá presentar más ajustes”, porque el proyecto actual, el de Rajoy, “viola” las reglas fiscales. A mitad de semana, más educado en el tono, llegó el toque de Pierre Moscovici, comisario europeo de Asuntos Económicos: “Hemos pedido que el presupuesto español sea revisado cuando haya un nuevo Gobierno. Los problemas que identificamos siguen allí y vamos a tratarlos con el nuevo Gobierno”.
El viernes silbó Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión, pidiendo “un Gobierno estable y lo antes posible” y además, esperando que España “esté a la altura”. Malpensados quienes creen que Juncker se refiere a la altura física de Sánchez y Rajoy, dando por hecho que la de Iglesias rompe el percentil europeo. Además, Dijsselbloem, Moscovici y Juncker remarcaron las correspondientes y sobadas coletillas de no querer interferir en los asuntos internos de un país miembro. Una broma habitual.
Hasta ahora, las tres grandes agencias de rating Fitch, Standard & Poor's y Moody's, se han manifestado sobre si las complicaciones para formar gobierno en España o ir a nuevas elecciones influirán en la marcha de la economía española, pero en informes de oficio, sin grandes titulares. De momento. Fitch será la primera de las tres en evaluar el rating soberano de España, y lo tendrá que hacer el 29 de enero, justo en las fechas en que sabremos si Mariano Rajoy es capaz de ser investido presidente en primera o en segunda vuelta.
El 19 de febrero le tocará a Moody's calificar el rating soberano, momento en el cual si Rajoy no ha formado Gobierno, el clima político español estará aún más calentito discutiendo sobre qué pacto y con quien, izquierdas o derechas.
Para entonces, las fuerzas económicas nacionales estarán al borde del ataque de epilepsia y lo airearán. Y en Europa, más que irascibles con la cuarta economía del euro, que no debería complicarles un año en el que van a estallar la vergonzante y cruel crisis de los refugiados, la situación de la economía china y la crisis del petróleo. Para cuando a Standard & Poor's le toque evaluar a España, el 1 de abril, ya tendremos más claro si vamos a nuevas elecciones allá por mayo o el combinado de fuerzas de todo tipo ha logrado evitarlo.
Sirvan Dijsselbloem, Moscovici y Juncker, junto con las tres agencias –cuestionadas hasta la saciedad y con un papel protagonista brutal en la crisis de la Gran Recesión por oportunistas y embusteras en sus datos– para recordar que mientras Pedro Sánchez y Pablo Iglesias se enfadan o se contentan, acuerdan o desacuerdan, los ciudadanos de aquí siguen pasándolas negras, y allende nuestras fronteras, quienes ahora mandan tienen la obligación de recordarles los deberes comprometidos. Unos deberes son de asignaturas marías pero otros son de asignaturas troncales.
Cierto que ambos, Sánchez e Iglesias, tienen sus problemas dentro de sus casas. Al socialista, los barones se le volverán a subir a la chepa a las primeras de cambio, pero tampoco es que Iglesias vaya sobrado. Es sorprendente la facilidad con que los demóscopos afirman que Podemos subiría en otras elecciones generales. ¿Sería capaz Iglesias de volver a enrolar bajo sus siglas a Ada Colau, Mónica Oltra (Compromís) o Yolanda Díaz (en Marea) si no les ha conseguido grupo parlamentario propio?
Pese a estas dificultades, ambos deberían situar el cortoplacismo que les invade y la lucha por las butacas en el contexto real, el interior y el exterior. El uno ha regresado eufórico de su visita a Lisboa y el “descubrimiento” del Gobierno de António Costa y el otro ha tenido su Erasmus en el Parlamento europeo y conoce cómo se las gastan allí. ¿No serían esas razones suficientes para flexibilizar posiciones, si de verdad quieren cambiar algo de lo viejo?
Quizá se crean más listos que Varufakis o Tsipras, pero van a tener que demostrarlo y para ello tendrán que realizar una sabia combinación entre el cortoplacismo alrededor de sus figuras y sus cuotas de poder y el medio y largo plazo frente a Europa, donde por ahora reside el poder.