Por Europa, por la democracia, por nuestro papel en el mundo

Los europeos apenas tienen interés por Europa, o por la UE para ser más exactos. La coincidencia en España de las elecciones al Europarlamento con las municipales y autonómicas aún devalúa más los comicios a una Unión que decide sobre nuestras vidas. Líneas maestras de la economía y los sectores productivos,  sueldos, política fiscal y contable, decisiones y normas de todo tipo que se traducen en hechos consumados.  Europa sigue siendo una buena idea, la mejor idea, aunque no esta Europa. De hecho las elecciones del 26 de Mayo son decisivas para darle un giro. Y poner freno, también en Europa, al fascismo.

Necesitamos una Europa fuerte en un momento que vuelve a ser tan convulso como el de los años 30 del siglo XX. La UE pierde voz ante los envites de los Estados Unidos de Trump y, lo que es peor, esa especie de internacional neofascista que ha colocado a Bolsonaro en Brasil y a varios otros en países latinoamericanos, algo menos tiznados pero en la misma onda. La ola que se extiende por la propia Europa como respuesta a las nefastas políticas que se han seguido. Económicas y en derechos y libertades.  

La Europa organizada en un club de países era intensamente roja socialdemócrata cuando cayó el Muro de Berlín en 1989. En 1995, en la decisiva Europa de los 15 que aprueba en esa fecha el “euro”, 11 de ellos tenían gobiernos de este color. Hoy, por el contrario, predomina con intensidad el azul. El grupo de los Populares Europeos es el mayoritario, seguido de los socialdemócratas. Su gestión ha desembocado en una crisis que hace temer por las estructuras de la propia UE. Las elecciones del 26M prevén un aumento potente de la ultraderecha que puede darle el golpe definitivo.

La Unión Europea es un mastodonte burocrático. Con un presidente fijo de la Comisión (el gobierno) y otro rotatorio de países por semestres (que viene a ser de promoción casi turística), quien realmente decide es el Consejo Europeo formado por los Jefes de Estado y de Gobierno. Quienes mandan son los diferentes nacionalismos y de una forma desproporcionada en función de su peso.

Desde la entrada del euro como valor contable –con abultados errores de previsión- ha aumentado la distancia entre los países ricos y pobres de la UE. En todos los terrenos. Los ciudadanos salieron perdiendo, salvo alemanes y holandeses. Los más perjudicados fueron  italianos y franceses, con más de 70.000 euros y casi 56.000 euros por cabeza, respectivamente. España, también, en cuantía menor: 5.031 euros por habitante. Son datos del artículo de Andreu Missé en eldiarioes. Añade las caídas del PIB per capita desde la crisis. La de España ha sido de las más intensas:  ha pasado del 104,1% al 92%.

Nos cuentan que el número de personas en riesgo de pobreza o exclusión social en la Unión Europa ha disminuido en 2017 respecto a 2016.  Han pasado a ser 118 millones de personas las que se encuentran en esa situación atenazante. Más de cien millones de europeos, aunque sean otros 5 millones los transferidos a otros apartados: los que tienen algunas o muchas dificultades. 

El triunfo del PSOE español ha alentado a sus colegas europeos. Todas las encuestas siguen dando ganador al PPE y manteniendo el equilibrio de fuerzas tradicional. Pero no se descartan cambios influidos por España. Euforia socialdemócrata y pesimismo conservador por la debacle del PP español.  Preferible, al menos, el llamado socioliberalismo que el ultra y con posiciones altamente conservadoras. Objetivo fundamental conjurar la amenaza que supone la ultraderecha. Y que hace estas elecciones doblemente decisivas.

Ultraderecha, Brexit británico, el mantenimiento de la estructura de poder, la primacía del Consejo, la salida anunciada de pesos pesados como Angela Merkel, la apuesta por viejas glorias de las políticas nacionales para el Parlamento. Todo influye en un barco que zozobra en sus fines aunque se mantenga por inercia.

La austeridad y las desigualdades que propician las políticas neoliberales han dañado a la UE, como muestran los datos, pero más aún el abandono de sus señas de identidad. El trato a los refugiados ha abierto una brecha lacerante en el corazón de Europa. Los vimos llegar ateridos de frío y miedo, y los encerraron o los echaron a patadas. Los vimos morir y volvieron la vista para otro lado -los dirigentes y multitud de ciudadanos, no todos-. La UE encargó a la Turquía de Erdogan, previo pago, que se ocupara del embrollo y siguieron cerradas multitud de conciencias. Ningún europeo de raza, ningún demócrata de verdad, puede entender cómo la vida humana perdió todo valor, atendiendo a alguna cuenta de resultados contables.

Desde hace años se venía viendo que el gran peligro de Europa era el auge del fascismo. Se hizo oídos sordos también a cómo se sacrificó incluso a los propios ciudadanos de la Unión Europea. Con Grecia empezó todo. Lo destaco a menudo porque es esencial. No paran de pedir disculpas los responsables. Se pasaron un poco, dicen, y costó vidas y bienestar, costó democracia.  Hay que hundir a Grecia, para salvar a España, llegó a decirse. De las políticas sociales que llamaban -y llaman- despectivamente populismo, mientras se les llenaba Europa de ultraderechistas sin alma y sin cerebro.  Había que preservar además a los bancos –principalmente franceses y alemanes- expuestos a la deuda griega. Un informe interno del FMI confesó en 2018 que sacrificó a Grecia por presiones políticas. A cambio de devaluar a los ciudadanos griegos. Y a los de otros países como demuestran ya las estadísticas. El nuestro en un grado notorio. 

La importancia de las elecciones es enorme, mucho mayor de cómo los votantes la aprecian.  No es una urna accesoria. Para los más de 500 millones de personas que componen la UE. Recuerden que hay más de 100 millones riesgo de pobreza o exclusión social, y que podemos darnos por contentos porque se ha reducido la cifra.  Voten de nuevo por la cordura y contra el fascismo. Contagien al resto de los socios, si pueden.

Pensar en Europa es pensar en cada uno de nosotros y en nuestro papel en el mundo, el de los europeos. Los equilibrios se han alterado con las nuevas viejas tendencias. . Los intereses cruzan mares para convulsionar las relaciones con China o los poderosos países de Oriente Medio. Riesgos a afrontar, sensatez por la que luchar. Hay que fortalecer Europa, la Europa democrática y hacerla de verdad de los ciudadanos.