Evitando “Venezuela”, Bolsonaro puede traer a la región un resultado como el de Irak

La supuesta probidad del candidato que lidera las encuestas es la justificación por la que élites económicas y políticas de Brasil justifican su apoyo, pero la realidad es que lo que representa a estas élites es la vuelta a una estabilidad económica relativa. El mercado ama a Bolsonaro y la perspectiva de masivas privatizaciones y alineación con la escuela económica de Chicago entusiasma a las capas altas brasileñas. Las promesas de beneficios fiscales, la flexibilización de regulación laboral, el relajamiento de políticas ambientales. Toda la estrategia Trump.

Con ese tono, de debilitamiento institucional, austeridad y pérdida de bienes estatales, Bolsonaro representa otro tipo de corrupción, la que no es de maletas llenas de dólares.

Pero hay algo que estas élites no han calculado, y es el crecimiento de otro poder, que habría quedado mermado a la salida de la dictadura. Además de ser un operador para las élites económicas, permitiendo que puedan maximizar sus beneficios, Bolsonaro está alineado y protegiendo los intereses de otra élite poderosa, la militar. El crecimiento de esta fuerza, y la influencia que ésta puede tener en la región del mundo es un problema que no ha recibido suficiente atención.

Hoy Brasil cuenta con cúpulas militares ejecutando una estrategia de represión interna, cambiando fuerzas policiales y militares, protegidos por estados de excepción, probando al miedo como mecanismo de control y descarada de la violencia en las favelas de Río de Janeiro. Los protege la impunidad y el silencio por amenazas o por balas, de voces críticas. Hasta hoy no se esclarece la ejecución extrajudicial de su crítica, la política afrodescendiente Marielle Franco.

De acuerdo al Stockholm International Peace Research Institute (SIPRI), Brasil aumentó su gasto militar en un 6.3% en 2017, el más grande desde el año 2010, al relajar candados presupuestarios y a pesar de la terrible crisis económica y política que atraviesa el país.

No es normal que un país en crisis, desacelerado, aumente significativamente su gasto militar. Tampoco es normal que un país en tiempos de paz se arme hasta los dientes, a menos que se esté preparando para una guerra. Un país que ha militarizado el control de áreas urbanas y densamente pobladas. Un candidato que celebra e invita a la ciudadanía a comprar armas, a auto procurarse una supuesta seguridad. Una fórmula de desastre probada y repetida, que es también un buen negocio para aquellos con inversión y apoyos en temas de armamento y vigilancia digital.

¿No hay mayor corrupción que aquella que dirige los recursos públicos, los impuestos que pagan todos, hacia la represión de la propia gente? Balas pagadas por todos, para llevar más miseria. ¿Quién condena ese tipo de corrupción? ¿Quién la normaliza?

Un Ejército en el poder comandado por Bolsonaro es un riesgo a la paz regional y estabilidad mundial.

Bolsonaro viene del Ejército, y tiene en éste y en ciertas iglesias, su fiel apoyo y más cercana colaboración. “Los capitanes mandarán en Brasil”, ha declarado en repetidas ocasiones. Su candidato a vicepresidente es también uno de los suyos, Hamilton Mourão, de su misma línea dura. El Ejército, de vuelta a las calles por mandado de Temer, está en continuo proceso de creación, de búsqueda de ese enemigo interno que haga justificable la expansión de su mandato, y desde el golpe de Estado contra Dilma Rousseff, donaciones, equipo y entrenamiento de países amigos, como USA e Israel, siguen en aumento.

Esta fuerza armada cuenta, además, con la capacidad y voluntad de interferencia en otras democracias, de forma encubierta o abierta, y así lo ha ofrecido. Bolsonaro y sus cercanos, además, ya han expresado su apoyo a “acciones” en el país vecino, Venezuela. Evitando la supuesta situación de “Venezuela”, puede Bolsonaro traer a la región un resultado de inestabilidad y guerra continua como el de Irak.

La donación más reciente? Casi un ciento de blindados donados por el Departamento de Defensa de Estados Unidos, que parecieran indicar que Brasil se prepara para una guerra contra sus pobres, expandiendo el modelo de seguridad probado los meses pasados. Quizá estas donaciones sean tanto un preludio de la inminente violencia post electoral.

Si la victoria del partido de Bolsonaro se concreta, la política exterior de una de las potencias mundiales estará dictada y dirigida por militares. La relevancia geopolítica del gigante del Sur influiría en procesos más allá de la región, no solo terminando de mermar lo que queda la integración regional.

En una política de seguridad piloteada por personajes como John Bolton y Mike Pompeo, los daños colaterales de un Bolsonaro son incalculables. Es un líder que aboga por violencia sobre diplomacia, que trata con desdén a instituciones como las Naciones Unidas y que prioriza armas sobre desarrollo humano y proclama una guerra contra los pobres. La eventual oposición que pueda encontrar su gestión en una Europa cuyos líderes cada vez piensan más como él, será probablemente frenada localmente por los intereses económicos involucrados.

Su presidencia es una amenaza a la paz regional y global.