Fariña

El periodista Jimmy Breslin, en una reunión de trabajo del Herald Tribune, propuso volar por los aires el edificio de The New Yorker, periódico de la competencia. Era la propuesta  más provocativa que se podía esperar de uno de los integrantes de La banda que escribía torcido, un grupo de periodistas que fueron capaces de elaborar una nueva forma de crónica, sirviéndose de  recursos propios de la ficción para alterar sus relatos hasta hacerlos más realistas. 

Tom Wolfe sería el encargado de dinamitar el The New Yorker. Se vistió con uno de sus trajes blancos para colarse en la fiesta que daban en el hotel St Regis. Era el año 1965 y el llamado Nuevo Periodismo no tardaría en convertirse en un género literario. Wolfe, Breslin, Thompson, Talese, Herr, Didion, Capote, Mailer, todos ellos conseguirán, con sus extensos relatos del presente americano, una nueva manera de describir el mundo a tiempo real. En nuestro país llegarían las primeras traducciones de la mano del editor Jorge Herralde; eran los primeros años 70 y para hacernos una idea, aquí lo más vanguardista que se llevaba entonces era el periodismo del Sindicato Vertical que se hacía en el vespertino diario Pueblo. Lo del Nuevo Periodismo quedaba muy lejos.

Fue con la llegada del nuevo siglo y con la fundación del diario Público y su consiguiente fragmentación en distintos periódicos digitales, cuando empezarían a destacar algunas de las mejores plumas del periodismo actual. Pero todavía faltaba algo más y ese “algo más” llegaría con la revista Jot Down y sus extensos reportajes en los que la prosa de Nacho Carretero lucía por su agilidad; herencia de aquella banda que escribía torcido.

Su reportaje en forma de libro titulado Fariña es una crónica escrita al límite con recursos virgueros de la ficción pero sin perder de vista nunca la realidad. Una historia que empezó con el estraperlo de Marlboro de batea y que llevó a los señores do fumo a enriquecerse con el tabaco para, después, dar el salto al jachís y de ahí a la cocaína. La fariña, la raya blanca que separa al rico del pobre y que tantas familias gallegas cruzarían, es denunciada con nombres y apellidos en un libro que sería secuestrado por los jueces.

Pero como nada es eterno, hace unos días el fiscal decidió levantar el veto a Fariña poniendo fin al asunto. Una medida que, en este caso, hace saltar por los aires un sistema judicial que enjaula la libertad de expresión.