El periodista estadounidense Matthew Yglesias formuló hace pocas semanas la teoría del “realineamiento excéntrico” (crank realignment) en su blog Slow Boring, que analiza las consecuencias de la migración e integración de conspiranoicos y populistas en los partidos conservadores tradicionales. Un movimiento que, a su vez, arrastra a los partidos de izquierda a posiciones conservadoras en los temas preferidos de los teóricos de la conspiración, como la inmigración o el cambio climático, que hace años no tenían marcados sesgos partidistas. La teoría de Yglesias, que ha tenido gran éxito, resulta acertada en EEUU, donde el partido republicano de Lincoln se ha convertido en un nido de chiflados, pero también se puede aplicar a Europa y, por supuesto, a España.
Las últimas semanas de Alberto Núñez Feijóo son la prueba evidente de la asunción de ideas delirantes por parte del hombre que prometía moderación y política para adultos. A la manera de Carles Puigdemont, empeñado en ejercer de president de la Generalitat contra la realidad catalana, el líder del PP ha decidido formar un gobierno paralelo sobre su indudable poder territorial, armado con un desconcertante programa que es una aglomeración difusa de conspiraciones contra la unidad de España y puntos de vista contrarios al sanchismo. Saltando sobre sus principios ideológicos y contra su conocimiento y experiencia política, Feijóo se ha vestido de presidente en la sombra. Armado con el traje azul y la corbata verde que considera apropiados para vivir en Moncloa, ha emprendido una gira internacional tan inútil como simbólica. Tan pronto está en Canarias para prometer lo que la semana anterior rechazó como se desplaza a Italia para apoyar una política migratoria basada en financiar a terceros países extracomunitarios (no importa que no respeten los derechos humanos o estén en guerra) para quitarse el problema de encima, sin importar cómo ni reparar en que se habla de personas, legalidad, soberanía y responsabilidad territorial.
El sector derecho del espectro político español se inunda de teorías conspirativas, y consigue colocarlas en la mente de las ciudadanos, como demuestra la encuesta del CIS que apunta a la inmigración como el principal problema de los españoles. Pero no solo es la inmigración. La obsesión con Venezuela y con Edmundo González, convertida en piñata a la que golpear para consumo interno, o el objetivo primordial de que el Gobierno pierda cada semana una votación en el Parlamento impiden que haya debates profundos sobre los temas que condicionan la vida de los ciudadanos, como la vivienda o los bajos salarios. El clima político es tan delirante que se hace viral que Borja Sémper y Gabriel Rufián se hablen y se convierte en cuestión de estado la audiencia de un programa de televisión. Feijóo parece dispuesto a renunciar a la competencia y al talento a cambio de un populismo paranoico que atrae votos con el enfrentamiento (de territorios, de generaciones, de sexos) pero repele a la gente inteligente necesaria para construir y sostener un futuro gobierno conservador eficaz.
Tampoco la izquierda se libra de la influencia paranoica en la política, porque es humano concluir que si el adversario se equivoca en algunas cuestiones importantes, está equivocado en absolutamente todo o tiene intereses espurios. Tener como enemiga a Isabel Díaz Ayuso no implica tener razón siempre, por muy disparatadas o polarizadoras que sean algunas sus consignas. Tampoco es bueno para el debate público llegar a la conclusión de que nadie de izquierda pueda coincidir con ella en temas concretos, como las agresiones sexuales a hombres. Olvidamos que todos defendemos causas buenas y nos equivocamos, y que no todos, a derecha o izquierda, se mueven por deshonestidad estratégica como medio para lograr resultados políticos útiles. Como dice Matthew Yglesias, lo ideal sería que los locos e idiotas desaparecieran de la faz de la Tierra y todas las discusiones políticas futuras fueran entre personas inteligentes y bien informadas, en debates ideológicamente equilibrados. Yglesias confía en la derrota de Trump para que el partido republicano abandone la paranoia y la extravagancia. Feijóo debería tomar nota para retornar a la oposición responsable y huir de la política del esperpento.