Si tuviera que poner un nombre a las manifestaciones de este 8M sería el de feminismo popular. Si hubiera que explicar a alguien ausente lo que ha ocurrido este pasado 8M (y el del 2018) creo que lo mejor sería decirle: las mujeres, sin apenas distinción, se han echado a la calle para reivindicar sus derechos y para demostrar que ya no van a dejar de hacerlo nunca más.
En la manifestación del viernes en Sevilla, pero seguro que en las de todas España, estábamos las de siempre, las que años tras años nos habíamos manifestado, casi pidiendo perdón, por mitad de una calle comercial frente a la mirada atónita, molesta, curiosa o burlona de quienes salían de las tiendas sin saber muy bien por qué ese escándalo. Estaban también representantes de los partidos políticos, sindicatos e instituciones que siempre han estado, y algunos más. Pero el año pasado y este mucho más, estábamos también mezcladas con otras docenas de miles de mujeres de todo tipo y condición, de edades diferentes, madres, hijas, abuelas y nietas, cantando y mostrando sin cesar la alegría de vernos juntas, sin distinción y acompañadas de miles de hombres que han entendido que renunciando a sus antiguos privilegios y prejuicios patriarcales viven mucho mejor y en armonía con los demás hombres y con las mujeres.
Mientras que tantísimas mujeres salían a la calle sin más alforjas ideológicas que las de hacer frente a la desigualdad, a la discriminación y a la segregación que hemos sufrido y seguimos sufriendo por la simple razón de ser mujeres, los aparatos de comunicación de algunos partidos políticos (como Ciudadanos) se han dedicado a poner en duda una convocatoria plural y diversa tratando de convencer a los demás que su concepción particular de las relaciones entre mujeres y hombres es el verdadero feminismo, que además denominan erróneamente liberal cuando en apelan a una concepción (neo)liberal que es incompatible en muchos puntos con los más básicos postulados feministas. Y han caído en un ridículo aún mayor azuzando la muy patriarcal y machista guerra de los sexos diciendo que el feminismo está contra los hombres. O el caso del PP o Vox, que además, con tal de descalificar, se empeñan en decirnos qué es lo que hay dentro de nuestro vientre cuando estamos embarazadas o de convencer al público en general manipulando las estadísticas, de que eso de la violencia de género es un cuento chino.
A mi juicio, este 8M se ha consolidado el feminismo popular, es decir, el feminismo sin etiquetas, el de las mujeres de toda condición luchando cada una desde su propio punto de vista o perfil ideológico por los derechos de todas y de todos, porque sus luchas (como bien saben los hombres que se han sumado a estas manifestaciones) no es sólo la lucha de las mujeres sino la de todos los seres humanos que aspiran a vivir en un mundo mejor. El mundo del que hablaba Rosa Luxemburgo, “donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes, y totalmente libres”.
Como no puede ser de otro modo, la diversidad que ayer se percibió en la calle se muestra también en el seno del feminismo. Pero eso no puede implicar que todo valga dentro del feminismo. Las movilizaciones tan masivas, tan plurales, tan diversas, tan transversales que están dando soporte a este nuevo feminismo popular ponen de relieve que no se puede, no se debe poner puertas al campo. Cuando las movilizaciones feministas se manifiestan de esta forma tan amplia, nadie puede arrogarse ya la capacidad de repartir carnets de feminista estableciendo quiénes lo son y quiénes no. Pero eso tampoco nos puede llevar al silencio cuando algunos conceptos o ideas claves de la lucha por la igualdad se retuercen tanto que terminan por “resignificar” todo lo contrario de lo que defienden las mujeres en la calle o el pensamiento feminista más elemental. Los deseos no son derechos. Y no se puede igualar el derecho a decidir sobre nuestra sexualidad o nuestra reproducción con vender nuestro cuerpo para satisfacer los deseos sexuales y de dominio de los hombres o el gestar para otros, porque difícilmente existe libertad de elección cuando las pre-condiciones materiales son tan desiguales como ahora, cuando la socialización de mujeres y hombres es tan distinta y cuando las oportunidades reales nos hacen adaptar nuestras decisiones a esas oportunidades o capacidades reales.
Por supuesto que hay muchos feminismos y entre ellos el feminismo liberal, que a lo largo de estos siglos ha demostrado ser mucho más emancipador para las mujeres que otras corrientes de pensamiento muy liberadoras pero que en pocas ocasiones cuestionaron las estructuras familiares patriarcales y cuyos líderes explotaron a las mujeres que tenían a su alrededor y no reconocieron como iguales a sus compañeras de lucha. Pero el feminismo no es (neo)liberal. En este sentido, tal vez sería interesante terminar recordando qué es el feminismo en su triple vertiente: una teoría, un movimiento social y una forma de vida.
El feminismo es una teoría de la justicia que persigue la igualdad para todas las personas independientemente del sexo con el que hayan nacido. A la construcción de ese corpus teórico han contribuido en los últimos tres siglos pensadoras y pensadores desde distintos ámbitos ideológicos, y también y de forma muy significativa liberales. Además, en las últimas décadas se ha comenzado a generar en torno a los estudios feministas y de género un campo de conocimiento riguroso y científico. Los análisis feministas -que son plurales como el propio feminismo- están construyendo un nuevo conocimiento no androcéntrico en el que las experiencias de varón no se identifiquen acríticamente con lo normal y universal. Este conocimiento que se retroalimenta constantemente de la realidad social, tiene que ser respetado y no reinterpretado a su antojo o interés electoral por ningún partido político porque cuando lo hacen, están demostrando la misma ignorancia que los creacionistas con la teoría de la evolución.
El feminismo es un movimiento social que busca transformar nuestras sociedades a unas más justas e igualitarias. En ese sentido, es un movimiento emancipatorio, que no es compatible ni con la explotación de las personas, ni con su sumisión en roles que impiden a las mujeres ser fines en sí mismas para dejar de ser medios para los fines de otros como hacen con la prostitución o cuando gestan para otros. Y es también un movimiento político. Por eso es absurdo que un partido político decidiera no ir al 8M argumentando que está politizado. Qué otra cosa puede estar. El feminismo es político, pero no lo es en el sentido de pertenecer o identificarse con un partido. Lo es en tanto que la política es aquello que atañe a las y los ciudadanos y a los asuntos públicos, a lo común. Y tal y como nos dice el feminismo desde la tercera ola, también en lo relativo al ámbito privado con el famoso eslogan de “lo personal es político”.
Y por último, pero no menos importante, el feminismo es una forma de vida. Desde el movimiento feminista no se da carnets a nadie, y todas sabemos que la vida es muy complicada y que la coherencia total es muy costosa, pero hay que perseguirla. Para que todas las personas puedan ganar en libertad, dignidad y agencia para poder decidir sobre su propia vida y transformar la sociedad a una más igualitaria y emancipadora, hace falta, por ejemplo, que nos comportemos como feministas. Hace falta que los hombres que aún no lo hacen, se corresponsabilicen en los cuidados y la organización del hogar sin que esto se perciba como una heroicidad, y que las mujeres no creamos que por haber parido a las criaturas solo nosotras sabemos cuidarlas; que nuestros colegas no ocupen todos los espacios de poder en el ámbito laboral, político, religioso, creación etc…; que los hombres no utilicen a las mujeres como objetos; o que denunciemos incómodamente las actitudes machistas vengan de donde vengan, también si vienen envueltas con ropajes supuestamente feministas. No dejemos que nadie se apropie de un movimiento tan diverso –y ahora popular- como el feminismo, pero tampoco dejemos que se utilice el lenguaje y las reivindicaciones feministas contra el propio feminismo.