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8M: reivindicación y purpurina

Ya no duermo el 7 de marzo. El insomnio empezó hace exactamente dos años. Era la víspera de un día que intuíamos histórico. La botella que estuvimos años agitando hasta que un día la espuma desbordó el tapón metálico. Ahora miro a las adolescentes levantar orgullosas sus pancartas. Escucho a las abuelas sentirse algo más acompañadas. Las cosas han cambiado. Las cifras, no obstante, persisten. Como la violencia o como las vidas precarias o como las trabajadoras sin derechos o como las madres sutilmente apartadas o como la imagen siempre rota que el patriarcado se empeña en devolvernos de nosotras.

Las cosas han cambiado y el feminismo tiene ahora una potencia y también una lupa encima que hace dos años no era tal. Este domingo las calles estarán más o menos llenas que hace uno o dos años, pero la revolución va por dentro y también por debajo. Porque es por debajo de las efemérides y de las fotos por donde discurre el cambio cotidiano y profundo. Porque es por dentro por donde se instalan las ideas y hasta las leyes. Por dentro sucede también el debate, el enfrentamiento, las tensiones.

El feminismo es diverso y plural y una de sus fortalezas históricas ha sido, precisamente, el debate. Lo que hicimos hace dos años con la huelga histórica del 8 de marzo de 2018 fue unirnos alrededor de unas ideas fuerza y de consenso para todas. Las diferentes posturas, ideas, corrientes teóricas, las discrepancias ya estaban ahí entonces. El éxito fue poner lo común por encima de todo, entender que necesitamos el debate y la discusión teórica, pero que también necesitamos articular un feminismo de mínimos que llegue a muchas, a muchísimas, mientras trabajamos para gestionar nuestras diferencias.

No, no se trata de que desistamos ni de que nos resignemos, tampoco de que dejemos por el camino reivindicaciones que cada cual considere imprescindibles. Pero sí tenemos que ser capaces de hablar y, sobre todo, de escucharnos y de reconocernos. Reconocer a las otras, sus ideas y sus aportaciones, aunque no coincidan con las nuestras. Renunciar al etiquetado fácil. Abrazar los matices. Decir sí a la vehemencia pero no a la virulencia. Ejercer la sororidad de la que hablamos.

A veces nos colocamos –o nos colocan– en disyuntivas falsas, en preguntas trampa o en dilemas que esperan que resolvamos con las maneras de siempre. Este 8M podemos gritar y ponernos muy serias en nuestras reivindicaciones, no ceder ni un milímetro, recordar con solemnidad a las que vinieron antes y a las que ya no están. Pero también podemos sacar la purpurina, pintarnos las caras, movernos con ganas mientras suena la batucada, abrazarnos con quienes vamos encontrando por el camino y reírnos con las amigas, brindar, subir la música, y bailar. Que nadie nos quite la lucha, pero tampoco las ganas de celebrar que estamos juntas en esto.