El paradigma médico nos atraviesa tanto y está tan metido en ciertos modos de pensar y de concebir algunas escenas, que resulta por momentos abrumador. Es en esa clave que muchas veces se piensa que el “alta” podría aplicarse a un análisis. De ahí también los prejuicios que suelen derramarse sobre el psicoanálisis: que se eternizan porque los analistas no dan el alta, porque manipulan y porque ejercen el poder de retener a los pacientes. Más o menos así, desde siempre, se vierten sobre el psicoanálisis críticas basadas en una práctica tan diversa como imposible de definir -más allá de la pretensión de uniformidad promovida por cada una de las distintas instituciones psicoanalíticas, “el” psicoanálisis no existe-. Me refiero estrictamente a la noción de alta, noción que conlleva en sí una idea de salud, de enfermedad y de cura. Y es que, como señala Jorge Jinkis, “muchas veces recurren al análisis personas educadas por la psiquiatría y acalladas por la farmacología”. Resulta difícil, sigue el autor, “avanzar un paso sin desmontar ese discurso”. En un análisis, entonces, no se trata de curar porque, sigue Jinkis, “las dificultades (inhibición, angustia, síntoma) no son enfermedades”. Por otra parte, porque el psicoanálisis “no pretende suprimir ningún conflicto” y porque su modo de concebir los síntomas es inédito y radicalmente diferente de cómo los concibe la medicina; los síntomas acaso sean soluciones a cierto penar. El psicoanálisis, entonces, “apenas procura atenuar el costo de estas soluciones sin normalizarlas (...) reconociendo en esa singularidad los límites de su acción”. El padecimiento inherente al hecho de estar vivos no se puede, según Jinkis, reducir y ordenar en grados de salud y enfermedad. Y es que “Hablamos del peligro de estar vivo”, como dice Fito Páez o, en palabras de Clarice Lispector: “Y entonces viene el desamparo de estar vivo”.
Es por todo eso que el alta no es una finalidad y, mucho menos, una finalidad que deba ser prescripta por el analista. Eso no significa que no se puedan pensar los finales o, en rigor, de qué modo finalizan los análisis. Más allá de las distintas concepciones, teorizaciones, ideales y dispositivos inventados para pensar de qué se trata el final de un análisis, lo cierto es que, como dijo Freud, la terminación es un asunto práctico: “No tengo el propósito de aseverar que el análisis como tal sea un trabajo sin conclusión. Como quiera que uno se formule esta cuestión en la teoría, la terminación de un análisis es, opino yo, un asunto práctico. Todo analista experimentado podrá recordar una serie de casos en que se despidió del paciente para siempre «rebus bene gestis»”, algo así como “todo ha ido bien”. En esa misma línea, Lacan dijo que un análisis termina cuando el analizante no viene más. Los distintos finales son, efectivamente, un asunto hecho acto y no una prescripción, una autorización o un permiso que otorga el analista como si fuera un médico. Siempre me resultó llamativa la queja de los que esperan que sea el otro el que dé el alta. Si se espera eso de alguien es que no se hizo caer a ese alguien, es que todavía se espera del otro una garantía para tomar una decisión. Si, como dice Allouch, “concluir un análisis es tirar al psicoanalista que ha caído”, no hay nada que haya concluido en aquel que sostiene al otro en un lugar de poder. Si un análisis tiene efectos, ya no será necesario pedir permiso para irse, ya no se va a esperar autorización ni se va a pretender un común acuerdo para concluir. Por supuesto que deben existir esos analistas que no están dispuestos a caer, esos que se aferran al sillón, del mismo modo en que se aferran a los lugarcitos de poder. Pero eso es otra cosa. Dejar un análisis, ya sea porque se considera que concluyó, ya sea porque algo ya no funciona, ya sea porque la transferencia cayó, no requiere autorización. Y es que haberse analizado es también dejar de pedirle autorización al otro, es dejar de dar explicaciones, es actuar y ser capaz de atajar los efectos. Es acaso el paso hacia lo que no se sabe, es un salto hacia el ejercicio de una libertad que no es sin vértigo. La salida del análisis, para Allouch, se halla -es un hallazgo- en un lugar diferente de la freudiana: amar y trabajar; no se trata de encontrar un bienestar sino de enterarse de que, como dijo Lacan, “El Otro no es en ningún caso un lugar de felicidad”. Y hablando de felicidad, Lacan también dijo que un análisis no tiene que ser llevado muy lejos, “cuando el analizante piensa que él es feliz por vivir es suficiente”. Y lo dice en suelo norteamericano, suelo en el que se juega la obligación del bienestar y de la felicidad. Por eso dice “feliz por vivir” y no “vivir feliz”. Y es que un análisis no tiene ningún objetivo, aunque tenga, como dice Jinkis, “una dirección: mientras no se la determine previamente, es algo que, en un análisis, se puede llegar a descubrir”.
Siempre me resultó llamativa la queja de los que esperan que sea el otro el que dé el alta. Si se espera eso de alguien es que no se hizo caer a ese alguien, es que todavía se espera del otro una garantía para tomar una decisión.
La transferencia es un entre dos, de modo que, en los desenlaces de un análisis, también está implicado el analista. Acaso se tratará de acompañar a la puerta a todo aquél que haya dado ese paso, se tratará de soportar ser un desecho, de hacerse soporte de eso. Si hay una ética en su posición, ella se cifra también ahí, en estar disponible también para ser desechado de cualquiera de las formas posibles. No pretender eternizarse también es un modo del ejercicio analítico. Porque se trata, también para el analista, de no ser, como dice Lacan, un Yo fuerte, ese que es un buen empleado.
Allouch dice que acceder a que no haya garantías, acceder a que el Otro no existe como garante, no es fácil: “Se trata de una salida, del cierre de un recorrido subjetivo que, para algunos, se desprende del análisis, que para otros se da por otras vías y que, para otros, sencillamente no se da”.
Irse de un análisis, darlo por terminado, es, muchas veces, como irse de un amor, como dar por terminado un amor. ¿Cómo se hace? No lo sé.
Falso territorio, Irene Gruss
Dejó de arder. No el leño
sino el ímpetu,
la gana, lejos,
allá.
No llego allá. No hay allá.
Lo que importa es que dejó de arder.
AK