Dicen que un buen político se define por la presencia y equilibrio de tres “virtudes”: una aguda capacidad de cálculo, buenas dosis de audacia y arrojo, y un innegable oportunismo, entiéndase sin juicio moral: “Sentido de la oportunidad”. El éxito de Podemos de hace un año se debió seguramente más a estas dos últimas facultades que a una estrategia bien definida y sabiamente calibrada.
En enero de 2014, un puñado de aventureros, que habían aprendido mucho de comunicación política haciendo los programas de La Tuerka, acompañados de la única organización de la extrema izquierda española digna de tal nombre (Izquierda Anticapitalista), probaron suerte, lanzaron los dados. El resultado fueron los cinco eurodiputados de Podemos. No eran los únicos que entonces entendían que sin incidencia institucional el ciclo político del 15M estaba condenado al estancamiento. Pero fueron sin duda los más audaces y aparentemente los más capaces. Entre los otros “equipos políticos” dispuestos a asumir el reto electoral, algunos tuvieron la vida de una estrella fugaz (el Partido X) y otros, de maduración más lenta, se reorientaron hacia el municipalismo para dar cuerpo a lo que luego fue Barcelona En Comú y en parte Ahora Madrid.
En política institucional, debiera ser una máxima que tomarse demasiado en serio te puede llevar al fracaso con igual rapidez que te llevó al éxito. En Podemos, la audacia y el oportunismo que empujaron a la organización casi por encima de IU fueron inmediatamente relevados por buenas dosis de autobombo, justificación de decisiones imposibles y una desmedida inflación de “cálculo”. Desde el verano de 2014, la rápida línea ascendente en las encuestas se convirtió en el centro de una estrategia “atrápalo todo”. Populismo, “significante vacío”, retórica “nacional popular” y tantas otras consignas –que hoy quizás no se consideren más que simples ocurrencias– sustituyeron las claves iniciales del 15M –democracia, desborde, 99%–, así como la demanda latente de lo que entonces había provocado la irrupción de Podemos: el “agotamiento del régimen” y la necesidad de un “proceso constituyente”.
Durante un tiempo, seguramente demasiado, el debate pareció estar en suspenso. La sola posibilidad de que Podemos llegara al Gobierno, de que sus promotores tuvieran efectivamente la llave del triunfo, fue suficiente para tapar errores de bulto, como el desprecio por construir una organización amplia y democrática que resultara habitable para las decenas de miles de personas que se acercaron a los Círculos; la rampante burocratización que llevó a elegir secretarios generales y “consejos ciudadanos” incluso en pueblos donde el Círculo de Podemos sumaba menos personas que cargos; o la propia ausencia de debate político frente a una “estrategia” que se consideraba ganadora sin más refrendo que el de unas encuestas.
Bastó, durante un tiempo, que no hubiera nada capaz de nublar la imagen de éxito. Y así era: las tertulias de televisión se ganaban por goleada, algunas cadenas estaban satisfechas con las subidas de audiencia y los políticos profesionales aparecían viejos e incapaces. Hoy quizás debamos reconocer que la inteligencia del régimen (el oligopolio mediático) jugó a ser más idiota que sus adversarios. Mientras Podemos seguía su ascenso, fueron preparando su propia estrategia, cumplida después como un programa de demolición por fases: aniquilación de las figuras de Monedero y Tania (en IU pero siempre próxima), endurecimiento de la oposición mediática y finalmente la Operación Ciudadanos. Si queremos completar el análisis, deberíamos decir también que la pretensión de ganar al régimen en su terreno (los medios y las encuestas) fue una ingenuidad de costes previsibles.
Por fortuna, o más bien porque la situación es más compleja y rica de lo que parece, los últimos comicios han revuelto la situación y, de nuevo, para bien. La entrada de nuevos jugadores (las candidaturas municipales) ha demostrado otra obviedad política que nunca se debió pasar por alto. En este país, en el que la tendencia al federalismo tiene la condición de casi una “constitución natural”, es prácticamente imposible hacer política sin atender a las singularidades de cada territorio. A la contra del jacobinismo presuntuoso que algunos proclamaron como la clave de la “nueva política”, Podemos ha obtenido sus mejores resultados allí donde se ha fundido con las realidades sociales locales. Es el caso de Aragón y Asturias, y en menor medida de Madrid, justamente donde el proyecto ha tenido mejor aterrizaje territorial, dónde se ha conquistado mayor autonomía respecto de la dirección y dónde la organización, a pesar de la competencia cainita provocada por un sistema de selección absurdo (las listas plancha), se ha construido sobre la base de la integración de trayectorias políticas plurales y a veces contrapuestas. De igual modo, las candidaturas municipales, especialmente aquellas que han conquistado resultados impensables para Podemos, han sido el resultado de alianzas amplias y generosas, y siempre enraizadas en sus respectivas ciudades tal y como se puede comprobar en Madrid, Barcelona, Zaragoza y el eje atlántico gallego.
La conclusión de estos comicios parece pues obvia. Si Podemos acude en solitario a las elecciones de noviembre, los resultados más probables auguran un techo en torno al 13 o el 14%, apenas por encima de los resultados que Anguita alcanzara en 1996. Ergo es evidente que Podemos tiene que ser algo más que Podemos en las próximas elecciones. A fin de encarar este impás, circula ya una vieja idea tomada de la reserva estratégica de la organización, lo que al principio se llamó “frente amplio”, una propuesta que se barajó con fuerza en los primeros tiempos de Podemos para ser dejada de lado por la “hipótesis populista”. No cuesta mucho imaginar los fichajes de este nuevo Frente Ciudadano organizado en torno al núcleo de Podemos: los restos todavía vivos de IU con Garzón a la cabeza, Compromís en Valencia y Anova en Galicia, así como algunas caras visibles de la candidaturas municipales, o al menos de las más significativas como Ahora Madrid y Barcelona En Comú.
Hagamos proyecciones. Si los términos en los que se construye esta nueva constelación electoral son los hasta ahora habituales, esto es, una serie de acuerdos por arriba entre aparatos y nuevas élites políticas, un sistema de elección “paripé” por medio listas plancha o similares y un proyecto que no vaya más allá del imaginario del “Gobierno de la izquierda”; y si no hay ningún imprevisto –como un brusco ataque de los mercados sobre la deuda española–, los resultados electorales del “frente amplio” difícilmente rebasarán la suma de partes. En otra palabras el Podemos Plus-Plus obtendría, en la versión más optimista, alrededor del 20% de los votos. Casi podríamos decir, que esta alianza “de la izquierda” sustituiría al PSOE en lo que este ya no es capaz de hacer: el recambio de Gobierno frente a una derecha desgastada. El hecho además de que se siguiera necesitando de los socialistas para gobernar sobre el tándem PP-Ciudadanos anuncia la casi inevitable inclinación hacia el conservadurismo y la “responsabilidad institucional”. La opción del “frente amplio” puede pues parecer ambiciosa, pero peca todavía de demasiado “cálculo”, de demasiada poca audacia y sentido de la oportunidad.
Volvamos sobre nuestros pasos e intentemos reconocer lo que ha empujado el ciclo político, y lo que una y otra vez ha llevado a sus experimentos electorales a chocar con los límites señalados. A quien guste de fórmulas sencillas y condensadas, le proponemos una consigna: “desatar de nuevo al 15M”. O lo que es lo mismo, no dar por superada, en ninguna fórmula político-partidaria, lo que ha permitido la existencia de la ruptura, también en clave institucional. De hecho, mayoría electoral y ruptura de régimen podrían tener un camino compartido, pero sólo a cambio de entender que el vehículo electoral responde a algo mucho más amplio que un partido o una coalición de partidos o a una opción de gobierno, por muy de nuevo tipo que sea. Por resumir mucho, la presunción de nuestra hipótesis es que existe una minoría en movimiento y en camino de ser mayoría que está dispuesta a cambios políticos fundamentales. En un artículo que ya es demasiado largo, podríamos resumir la guía de este proceso político en torno a tres elementos fundamentales:
1. “Por una nueva asamblea constituyente”, única demanda democrática y transversal al proceso de cambio político en curso. Se trata de recuperar el impulso del 15M que en las plazas se organizó de acuerdo con la consigna de revisarlo todo, esto es, como una asamblea constituyente desde abajo. Recuperado de modo casi instintivo, el juntismo del 15M –hoy diríamos la organización a partir de asambleas locales que demandan democracia– concitó niveles de simpatía y apoyo superiores al 70%. Más democracia y menos austeridad han sido, también, las demandas comunes detrás del 15M, en el auge de Podemos y de nuevo en las candidaturas municipales. No tiene ningún sentido rebajar su potencia en aras de no se sabe bien qué idea de “normalidad social” o de un “conservadurismo mayoritario” que no parece confirmarse. En tanto referente común, la “constituyente” parece más exitoso y potente que las imágenes asociadas a una “patria” siempre cuestionable. Se trata además de la consecuencia política lógica de la apelación directa a la caducidad del régimen. Y resulta, hoy por hoy, la única divisoria clara con los otros tres grandes partidos (PP, PSOE y Ciudadanos), o lo que es lo mismo, la principal vía de agua a su recuperación política. En palabras de Aguirre, la política esta hoy entre “los partidos del régimen y los que están en contra”.
2. Protagonismo ciudadano. Ni los partidos, ni las élites políticas que quieran participar en el proceso pueden tener más función que la de abrir y empujar de forma generosa y desinteresada. Podemos inició su decadencia en el mismo momento en el que dejó de ser el espacio para una participación y decisión real en el futuro del país. La apertura de esta constituyente ciudadana debiera tener la misma dimensión de plaza y asamblea que tuvo el 15M, pero con una aspiración política concentrada en noviembre como cita no para formar un gobierno, como propiamente una asamblea constituyente. En este proceso no debiera quedar fuera ninguna fuerza política comprometida con la ruptura democrática por incómoda que esta sea en términos de cálculo electoral. Bildu o CUP por la izquierda, así como muchos votantes de la derecha, son susceptibles de estar de acuerdo con el mismo programa de mínimos contenido en la convocatoria de Cortes Constituyentes: más democracia y menos austeridad. Para convocar al voto de la nueva coalición basta con compartir la necesidad de que se abra un debate sobre el Estado en lo que se refiere a todos los niveles fundamentales, incluido el territorial. Las fronteras ideológicas (izquierda-derecha, nacionalismo de uno u otro tipo) no son determinantes, sólo la consideración de la caducidad del actual ordenamiento constitucional.
3. Representación controlada y plural. La selección de candidatos de la coalición ciudadana debiera ser ejemplar en tanto prueba o ensayo de elección democrática de una asamblea constituyente. Tanto por coherencia de medios y fines, como en pro de concitar los máximos apoyos, la elección de candidatos tendría que realizarse en igualdad de condiciones, de acuerdo con mecanismos claros de rendición de cuentas a asambleas amplias y explícitamente reconocidas y por medio de métodos que garantizaran la pluralidad y la representatividad de las listas. Esto excluye de forma explícita los mecanismos “cesaristas” de elección, como el voto en plancha –en el que a partir del número dos nadie conoce a nadie– y el voto de documentos cerrados. Los mecanismos de selección probados por ejemplo en Ahora Madrid fomentan la cooperación y la complementariedad en lugar de la competencia y la exclusión de partes. Basta pues con ensayar a otra escala –la circunscripción provincial– mecanismos empleados ya en muchas candidaturas municipales.
Obviamente no cabe ninguna ingenuidad. En un año se ha perdido buena parte de la inocencia de la “nueva política” que en tantas ocasiones ha resultado demasiado próxima a lo que de peor tiene la antigua (las peleas de camarillas, las luchas de poder). No obstante, hay que reconocer que la huella y la herencia del 15M siguen tan vivas como para producir innovaciones políticas poderosas casi cada semestre. Por eso, aunque ninguno de los elementos señalados lleguen a tener grados de desarrollo siquiera convincentes, todo lo que se avance en este terreno puede servir de base para la constitución del espacio político que abrió el 15M y que todavía no se ha acabado de definir. Sobra decir que corre prisa y que los rumores de adelanto de las elecciones a septiembre atruenan como un grito.