En 1947 el presidente estadounidense Harry Truman apostó por entregar ayuda económica a Grecia y Turquía con el objetivo de evitar que cayeran bajo la órbita de influencia soviética. Aquella estrategia fue denominada Doctrina Truman.
El pasado 24 de junio de este año The New York Times iniciaba su crónica sobre Grecia recordando precisamente aquél capítulo de la gestión de Truman para analizar geopolíticamente el momento actual: “Casi 70 años después, el presente tiene ecos del pasado”, señalaba la crónica del diario estadounidense.
La preocupación en Washington y en la propia OTAN por el papel que Rusia pueda jugar en Grecia en caso de que la Unión Europea siga despreciando los intereses del pueblo heleno es notoria. “Podría tener repercusiones para nosotros, estamos preocupados por ello”, señalaba recientemente Alexander Vershbow, vicesecretario general de la OTAN, al ser preguntado por los riesgos en caso de que Grecia, con varias bases militares estadounidenses, abandonara la eurozona.
Y aquí es donde se entronca con la doctrina Truman. En 1947 Reino Unido optó por dejar de invertir en la guerra civil griega y fue EEUU el que llegó “al rescate”, con millones de dólares entregados al gobierno de Atenas, para evitar que el territorio heleno terminara bajo la órbita de la influencia soviética. Ahora es la UE la que sigue despreciando a Grecia mientras EEUU apuesta por más negociación con Atenas aunque eso suponga una quita de la deuda.
Durante años Alemania o Francia tuvieron en Grecia un socio servil dispuesto a comprarles armas por millones de euros en medio de su rescate económico, dispuesto a aceptar para ello préstamos de los bancos alemanes y franceses y dispuesto después a entregar la mayor parte de su rescate a esos bancos y entidades financieras que le facilitaron antes los préstamos. Los ciudadanos griegos solo han recibido algo menos 10% de la ayuda económica y sin embargo se han visto castigados con recortes drásticos impuestos por el Eurogrupo.
Las medidas de austeridad aplicadas a Grecia han provocado una enorme caída de su actividad productiva y una destrucción del 25% de su PIB, una cifra solo similar a la que experimentan las naciones que sufren una guerra. Atenas multiplicó su deuda cumpliendo las exigencias del Fondo Monetario Internacional y a cambio ha contraido más pobreza y desempleo.
En vez de haber exigido la lucha contra el fraude fiscal, un sistema impositivo justo y la protección de los servicios publicos fundamentales para garantizar vida digna a la gente, se impusieron medidas contrarias a la prosperidad de los ciudadanos.
Grecia ha sido un recipiente en el que se han hecho suculentos negocios a costa del saqueo de un país. El Eurogrupo quiere que Atenas siga fustigándose y asumiendo nuevos sacrificios, despreciando así las consecuencias geopolíticas y económicas que ello podría suponer no solo para el pueblo griego, sino para toda una Europa rodeada de conflictos por el Magreb, Oriente Medio, Ucrania y tensiones crecientes en el Egeo y en el Mediterráneo.
Una vez más, la Historia nos habla a gritos y algunos parecen no escucharla.