La Gretafobia como coartada

Greta Thunberg ha llegado a España como si llegara una profeta. La cumbre del clima ha sido un fenómeno mediático pero se ha agotado en titulares, en parte porque no han surgido grandes compromisos claros. Nadie ha dicho: antepondremos los intereses de nuestra especie a los de nuestras multinacionales. Tampoco Trump se ha bajado de su burro, o viceversa, ni se ha declarado la guerra al plástico o las petroleras. Así que es el turno de los símbolos y de la ciudadanía, a la que tantas veces se endosa la responsabilidad de reciclar como si eso pudiera compensar que mientras lees estas líneas las empresas más contaminantes sigan extrayendo y quemando fósil sin restricción, mientras nosotros, ya concienciados y disciplinados, separamos los tetrabricks intentando que el ecosistema no se nos vuelva en contra (más aún).

Hipertrofiar un símbolo puede ser efectivo, a falta de noticias políticas que salgan del encuentro de la COP 25, pero el efecto durará lo mismo que un chispazo. El peso mediático sobre el cuerpo liviano de una niña sueca no se ha quedado solo en todas las expectativas que se ponen en ella. Los escépticos y gruñones van más allá y se preguntan desde sus sillones cuánto dinero tiene su familia o cuánto carbono imprimen sus seguidores que sí van en avión, para luego sacar la lupa de la incoherencia. Es un viejo mecanismo de disuasión: como la coherencia total no existe y ese examen nadie lo puede pasar, hagamos que nadie lo intente y quien lo intente tendrá que examinarse en ese implacable espejo de las vergüenzas.

Puede que sean los mismos que se quejan de que la juventud está perdida, que no tiene valores ni futuro -por si no se han dado cuenta, no hay que esperar al futuro, los jóvenes viven hoy aquí y tienen un discurso-. Los símbolos como Greta, que no era un símbolo cuando se sentaba sola los viernes en su país para exigir cambios y nadie le hacía fotos, no van a salvar el planeta pero su chispazo ha prendido. Si hay que elegir influencer, prefiero a Greta que a las Kardashian. Si hay que ser influenciado, mejor por un discurso político justo y vibrante.

La molestia que parecen causar las reivindicaciones del medioambiente son proporcionales a la amenaza que suponen para el capitalismo sin peros y a su nivel de calado social. El barómetro del CIS de junio decía que para el 1,8% de los españoles “los problemas medioambientales” son el primer, segundo o tercer problema“. Es poco. Pero en el mismo barómetro de hace una década le preocupaba al 0,8%. Conforme se inunden nuestras ciudades y no traguen las alcantarillas, no se pueda respirar en Madrid o Sevilla en agosto o los chubasqueros se queden amojamados en el armario, se alzarán esas preocupaciones prioritarias.

La manifestación de este viernes en Madrid, impensable hace solo un año, revela que hay una ciudadanía preocupada y concienciada, en parte gracias a los científicos, partidos verdes y las gretas del mundo. Pero esto ya no va de Greta ni de nuestro cubo de basura. Esa ciudadanía que recorre Madrid interpela a los gobiernos del mundo y les exige valientes decisiones que antepongan el bienestar de muchos a la riqueza y el sistema que beneficia a unos pocos.