La “guerra de nuestra generación” en la que muere la generación anterior

19 de enero de 2021 22:34 h

0

 404 muertos por coronavirus en las últimas 24 horas. Esperad, que lo escribo otra vez: 404 muertos por coronavirus en las últimas 24 horas. No lo he repetido para concienciar a nadie, sino para mí mismo, a ver si así me impresiono un poco más. Pero nada. Leo esos 404 con el mismo ánimo con el que ya leí los más de 200 diarios de la última semana, o como los cuatro meses que llevamos sin bajar de 100 muertos ni un solo día. Supongo que a eso se referían cuando decían que debíamos acostumbrarnos a convivir con el virus: nos hemos acostumbrado mucho antes a los tres dígitos de muertos diarios que a llevar mascarilla.

Cada vez que sale la cifra diaria de muertos, no falta el periodista, tertuliano o tuitero que la recalcula en unidades de medida comprensibles: “es como si cada día se estrellasen dos o tres aviones llenos de pasajeros”. Pero la comparación no es del todo exacta, porque cuando uno oye 400 muertos por coronavirus no piensa en aviones llenos de turistas y ejecutivos que explotan en los alrededores de Barajas, sino en caricaturescos autocares del Imserso que se salen en una curva camino de las playas invernales. Sería más preciso decir que cada día se estrellan dos o tres aviones (o si prefieren ocho o diez autocares) repletos de yayos.

Porque esa es la realidad de la pandemia: siguen muriendo las mujeres y hombres de más edad. En la primera ola, el 85% de fallecidos tenía más de 70 años, y el porcentaje apenas ha variado en la segunda ola (con un 90% de fallecidos mayores de 65) ni previsiblemente cambiará en la tercera. Yo todavía recuerdo cuando hace un año nos tranquilizaban con el argumento de que el nuevo virus “solo” mataría a mayores de 70 y gente ya enferma. ¡70 años! Que cuando eres joven parece una edad jurásica, hasta que la cumplen tus padres o tanta gente que admiras, o te vas acercando tú mismo.

Tranquilos, no voy a recurrir a argumentos que oigo por ahí, bienintencionados, como decir que si los 404 muertos de este martes o los más de 50.000 oficiales fuesen niños o jóvenes no lo soportaríamos y movilizaríamos todos los recursos necesarios para frenar el virus. No me gustan esas comparaciones, porque una mayor sensibilidad hacia los niños o jóvenes es humanamente comprensible, pero no justifica la indiferencia absoluta hacia los más mayores.

No sé si os acordáis, pero en los primeros meses de la pandemia, cuando las autoridades recurrían a la moral de victoria y el periodismo tiraba de metáforas bélicas, hizo fortuna una frase que pretendía dar carácter histórico a lo que estábamos viviendo: la pandemia, decíamos, iba a ser “la guerra de nuestra generación”, lo más parecido a una guerra que viviríamos los europeos que no habíamos conocido un conflicto en nuestro territorio en décadas. “La guerra de nuestra generación”, dan ganas de hacerse una camiseta o una taza de desayuno, ¿verdad?

Al margen de la facilidad con que frivolizamos lo que es una auténtica guerra, vale, podríamos admitir que en la pandemia, como en las guerras, hay daños humanos y materiales, interrupción de la normalidad, miedo, comportamientos heroicos y comportamientos miserables, medidas excepcionales, recortes de libertades, llamamientos al esfuerzo y el sacrificio, y sí, muertos, muchos muertos: los 50.000 reconocidos (que podrían llegar a 80.000 teniendo en cuenta el exceso de mortalidad) parecen en efecto cifras propias de una guerra.

Pero a diferencia de las guerras reales, en esta no mueren los jóvenes en el frente, ni en la retaguardia sufre toda la población civil por igual. En esta guerra mueren los mayores, casi exclusivamente los mayores, y son también los mayores los que más acaban en hospitales y UCIs, y sobreviven con más secuelas, y seguramente serán los mayores quienes más se verán afectados por los daños colaterales que ya está dejando una sanidad exhausta y paralizada, en forma de retrasos en diagnósticos, tratamientos y operaciones.

Así que en “la guerra de nuestra generación” muere sobre todo la generación anterior, que es precisamente la que, en su segmento de más edad, sí pudo conocer una guerra de verdad en su infancia (la nuestra civil en el caso de los más ancianos, o la mundial en otros países), que en muchos casos sufrió una dura posguerra y, en el caso español, pasó muchos años bajo una dictadura. Gente que ha dado tanto, muchos de ellos todavía en edad de aportarnos más, y que en cualquier caso se merecían disfrutar una vejez prolongada y no morir por centenares cada día.

Ya sé que España no es una excepción, que la mortandad de ancianos es similar en otros países. Y no sé cuánto más podríamos haber hecho (gobernantes y ciudadanos) en estos diez meses para protegerlos mejor, para evitar tantas muertes, desde ocuparnos mejor de las residencias hasta no empeñarnos en salvar la navidad o la hostelería a toda costa. Lo único que sé es que cualquier homenaje que podamos hacer a la generación de nuestros mayores será siempre poco. Gracias, y perdón.