Sólo güisqui
No pudiendo cambiar a los hombres, se cambian sin tregua las instituciones
Voy a intentar contradecir a Steven Pinker, que el otro día acusaba cariñosamente a los columnistas: “Hay un vicio común, sobre todo entre los columnistas, que consiste en coger lo que ocurrió ayer y escribir como si fuera una tendencia global”. Pinker vino a Madrid a recibir un premio por su defensa de la Ilustración —así con mayúscula— y reconozco que simpatizo con su empeño y que encontré interesante su visión del progreso, tal vez porque yo también tiendo a ser más optimista que catastrofista. Pero hoy me gustaría llevarle la contraria, tal vez cayendo exactamente en ese defecto que él señala.
Durante los últimos días ha saltado al gran público, a través de medios y redes, la polémica altamente especializada que mantienen diversos académicos de la lengua sobre la tilde diacrítica en el adverbio 'sólo'. Vengo a defender aquí que más allá de los chascarrillos, este debate entre los filólogos de la Real Academia de la Lengua (RAE) y los novelistas que tienen sillón en ella, ejemplifica muy bien una de las tensiones en la sociedad actual, la que supone la discusión entre si las normas deben proclamarse como respuesta a los problemas y demandas sociales o si estas deben responder a criterios normativos o ideológicos y, por tanto, legislar es una forma de forzar el cambio social.
Déjenme que les diga que más allá del capricho, para los que nos ganamos la vida escribiendo, la cuestión de la tilde del adverbio supone un verdadero tormento. No saben la cantidad de discusiones entre autores y editores, periodistas y correctores, en consejos de redacción —que derivan casi en guerra sorda— que se han producido en la última década. Para nosotros se quedan. El meollo del asunto reside en que la acentuación del adverbio 'sólo' rompe la norma férrea del español —ya saben, palabra llana acabada en vocal no se acentúa—, por lo que a golpe de normativa los académicos sintildistas quisieron homogeneizarla. Dicho sea de paso, el adverbio 'sólo' tenía una de las normas de acentuación más fáciles de recordar por todo escolar, sólo llevaba tilde cuando podía sustituirse por la otra forma adverbial, solamente. Como quiera que todo escritor sensible huye de cualquier cosa que tenga esa terminación, verán el amor por la tilde que nos permitía huir sin remordimientos del abominable -mente.
La cuestión de fondo es: ¿la RAE impone una norma o la RAE recoge el uso que los hablantes cultos formalizan, y de ahí su búsqueda permanente de ejemplos escritos? O, trasladado al otro campo que propongo, ¿los gobernantes deben recoger en su afán legislativo aquello que el uso social o los problemas reales ya están demandando o deben imponer sus criterios para transformar así la sociedad, como la RAE quiere transformar al escribiente? ¿Va a poder Garzón cambiar desde arriba las cartas de Reyes de los niños optando por unos u otros juguetes según los ángulos, las curvas, los colores o los oficios? ¿Volverán las mujeres a casa a cuidar a los hijos con esmero si Ayuso legisla para promoverlo? Veremos.
En nota oficial dice la Academia que “tiene la obligación de introducir coherencia en la ortografía buscando soluciones equilibradas”. Disiento de ello tanto como de los legisladores que se creen obligados a instaurar una ortodoxia ideológica en las leyes para asegurarse un futuro lleno de creyentes y, por tanto, de votantes. La coherencia en la ortografía impuesta desde arriba suele tener muy poquito éxito. Vean por ejemplo el asunto del güisqui, grafía que el propio Martínez de Sousa admite que le encanta a la RAE, aunque a regañadientes haya tenido que aceptar que ni el pueblo en general ni los que de la lengua hacen instrumento profesional o medio de su arte les han comprado la idea. Güisqui es feo, por muy coherente y equilibrado que les pareciera, y un escritor, queridos académicos forzadores, también cuida de la belleza formal de las palabras que teclea. Así que ante la indisciplinada renuencia de todo escribidor a utilizar esa horrible grafía, han decidido probar con wiski, que ya les digo yo que probablemente lleve el mismo camino. Y es que una cosa es proponer en teoría y otra imponer a las gentes soluciones a cuestiones que no les preocupan.
Pero es que la RAE, llamada a fijar pero no a legislar, llama un poco a la rebelión cuando en sus redacciones va cambiando el tono a lo imperativo. En la Ortografía de 2010 decía: “se permite escribir sin tilde el adverbio solo(…) incluso en casos de posible ambigüedad”. Permitía. Así que, dando rienda suelta al sintildista, no oprimía al solotildista. En la redacción para el Diccionario Panhispánico de Dudas ya señala: “a) es obligatorio escribir sin tilde ahí donde su empleo no entraña riesgo de ambigüedad … c) es optativo SOLO en contextos donde a juicio del que escribe, su uso la entrañe”. Los cachondos, además, meten un adverbio sin tilde en la redacción, por si no fuera bastante con hacer obligatoria una cosa y luego dejar ese “a juicio de quien escribe” que provocará, sin duda, una nueva tormenta de discusiones entre autores y correctores. La Ortografía no es el Código Penal, así que, si se ponen en este plan, no me queda otra que estar con los rebeldes y tomarme sólo un whisky a su salud, que no tomaré sola, eso es evidente.
No tengo nada claro que desde la mera voluntad se puedan forzar cambios sobre cuestiones como la mochila de género, la educación sexista de los niños, la definición del sexo biológico o tantas otras. Lo mismo que la lengua se va modelando en el uso del hablante pero también en el uso culto que los que escriben hacen de ella, también los usos sociales y la batalla por abolir los que son inaceptables debe librarse en el día a día de las costumbres, de la educación, de los valores sociales, y no van a poderse cambiar por muchos prefijos falsamente innovadores que le añadas a las normas. Legislar es más barato que invertir en mejorar los usos sociales para mejorar el futuro. Cambiar a los hombres y a las mujeres, sus valores y su sentido de la vida, es difícil, ingrato y, como muchas ideologías han comprobado, en algunos asuntos prácticamente imposible. No hay norma que te deshaga de envidiosos, codiciosos o avariciosos. La humanidad cambia a su propio ritmo y aunque se le puedan dar empujoncitos —como los americanos intentaron con su cine y los chinos intentan reproducir ahora mismo en África— la ingeniería social no es afortunadamente tan fácil como algunos pretenden.
Además, siempre hay rebeldes. Como los del sólo. Gente que va a seguir escribiendo esa tilde en el ámbito de su libertad creadora, a pesar de todas las prohibiciones. No sé si me explico, voy a preguntarle a Pinker.
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