Gemma Domènech, directora general de Memoria Democrática de la Generalitat, se refirió en Mauthausen a los presos políticos catalanes del 1-O, encarcelados por la organización del referéndum de autodeterminación de Catalunya el 1 de octubre de 2017. En el campo de exterminio austriaco se celebraba por primera vez el ‘Día de homenaje a los españoles deportados y fallecidos en campos de concentración nazis’, y en los actos participaban el Gobierno de España y el Govern catalán. Cuando Domènech pronunció esas dos palabras -presos políticos- la ministra de Justicia, Dolores Delgado, abandonó la escena porque, declaró después, “cualquier actuación de exclusión choca frontalmente con el espíritu que surgió de este campo de exterminio donde murieron defensores de la libertad”.
Mucha gente se ha escandalizado con la noticia, aunque en realidad la mayoría se ha escandalizado con la manipulación de esa noticia. Importantes medios dieron a entender que la ministra Delgado abandonó el acto porque Domènech había comparado a los presos del nazismo (presos políticos, pues eran exiliados republicanos del franquismo) con los presos catalanes. Pero Domènech no hizo esa comparación. Lo que hizo fue recordar que la placa ante la que estaban la había puesto allí el conseller Raül Romeva, que lleva casi dos años en prisión preventiva. Se ha querido mezclar a los presos del nazismo con los presos del españolismo porque, a fin de cuentas, lo de menos es el rigor y lo de más, la criminalización de una buena parte de Catalunya.
Es muy fácil escandalizarse cuando no eres tú mismo, ni tu hermano, ni tu pareja, ni tu padre, quien está injustamente encarcelado: si el privado de libertad fuera tu padre o tu hermano, aprovecharías la más mínima ocasión para visibilizar su situación. También es fácil, y extremadamente pueril, cambiar el orden de los términos como si fueran los factores de una cuenta de primaria, y que quienes están en la cárcel por sus ideas y sus actos de desobediencia pacífica pasen a ser políticos presos. A la ministra (de Justicia, ni más ni menos) le ha importado más ese orden de los términos que los derechos vulnerados y la democracia devaluada. Al irse de ese acto presidido por una placa que colocó Romeva, al irse porque se recuerda que Romeva y los otros políticos catalanes están presos por acciones políticas pacíficas, puede decirse que es la propia ministra quien los utiliza de manera espuria.
Los del Gobierno de Sánchez se ponen tan nerviosos con Catalunya que pierden los papeles. Ya le pasó a Borrell frente a un periodista alemán que le hizo preguntas pertinentes, y ahora le ha pasado a la misma ministra que hizo comentarios homófobos y machistas al comisario Villarejo. Los del partido de la Memoria Histórica se ponen tan nerviosos porque saben que se han empecinado en una postura frente al conflicto catalán que no es digna de una formación, de un gobierno, que se siga diciendo socialista. Sin querer entender que la historia del presente es memoria histórica del futuro, se ven acorralados por la situación y, en lugar de tener la humildad de bajar de la soberbia para no seguir en el callejón, salen por peteneras. Peor para todos. Claro que una mujer que reconoce preferir los tribunales de hombres porque se lleva mal con “las tías” no parece que tenga el criterio ni la autoridad moral para determinar quién es y quién no un preso político, ni para hacer en Mauthausen el numerito de la “exclusión”. Por muy ministra de Justicia que la hayan hecho.
Es incómodo salir del aura del pasado, por oscura y horrenda que esta sea, para que te ciegue el foco de una actualidad que no se puede ni debe comparar. A mucha gente, alimentada por ciertos medios, le ha resultado inoportuno, impertinente, escandaloso que se mencione a los presos catalanes donde tuvo lugar la violencia más extrema. Pero es que (aparte de que el primer recuerdo oficial a aquellas víctimas lo tuvieron precisamente algunos de los encarcelados hoy) la injusticia de la larga prisión preventiva que sufren los catalanes merece mención en cualquier circunstancia. Nos guste o no. Nos gustaría si fuésemos, por nuestros actos políticos no violentos, la persona privada de libertad.