Juan Manuel (nombre supuesto) se levantó una mañana sabiendo de todo. Hasta entonces, su familia solo había percibido sutiles destellos de su omnisciencia. Habían notado, por ejemplo, que su conocimiento de fútbol era asombroso. Tal era su brillantez que llegó a trazar un originalísimo plan para que el Athletic de Bilbao ganase la LIGA y la UEFA. Se lo iba exponiendo a todo el que quería escucharle que, a decir verdad, no era mucha gente.
No fue la única pista que tuvo su familia del talento de Juan Manuel. Un día, sin el menor aviso previo, se vio convertido en el más docto vulcanólogo. El fenómeno coincidió en el tiempo con una erupción de La Palma que él, según dijo esa misma tarde, llevaba oliéndose hacía tiempo. A nadie le pasó por alto la celeridad con que introdujo en su vocabulario términos como colada, fumarola o piroclasto.
Pero, echando la vista atrás, lo cierto es que la omnisciencia de Juan Manuel empezó a asomar la patita años antes. En los primeros compases de la pandemia, le dio a su mujer una larguísima ponencia sobre la influencia del cambio climático en la zoonosis que ella, juraría, nunca le solicitó. Sus conocimientos en virología no eran menos apabullantes. Tan pronto como empezó el confinamiento, fue una de las primeras personas en declarar que aquello “iba para largo”, si bien no quiso precisar cuánto.
Aunque lo más sorprendente fue, sin duda, su repentina erudición en todo lo tocante al ARN mensajero. Su mujer todavía recuerda aquellos días clónicos y oscuros, atrapada con él en casa y sometida a constantes clases magistrales sobre la síntesis proteica y la transcripción genética. ¡Él, que no había leído un libro de ciencia en su vida! No se podía negar que Juan Manuel había sido tocado por los dioses, haciéndole depositario de una suerte de conocimiento infuso que, de alguna manera, se sincronizaba con la agenda global y nacional.
Porque tampoco los asuntos patrios le eran ajenos. Pocas personas tenían un discurso tan hilvanado sobre las tensiones autonómicas, el regadío en Doñana, la necesidad de regeneración en la RFEF o la legitimidad constitucional de la amnistía. Daba su opinión, que era en realidad su verdad, la única posible, a todo el que quisiera escucharle y a la mayor parte de los que no. Y sufría, sufría mucho, porque España y el mundo no le hacían el caso que merecía. ¿Cada cuánto nace una mente como la suya? ¡Qué lamentable desperdicio que todas esas ideas formidables no traspasaran los muros de su apartamento y de sus redes sociales!
Hoy, Juan Manuel es el mayor experto mundial en islamismo y en judaísmo. Ayer por la mañana, su intuición geoestratégica le llevó a dar con la resolución definitiva del conflicto entre Israel y Palestina. Como le pareció injusto guardársela para sí, la dejó escrita en Twitter: un hilo de dieciséis mensajes. Y ahí sigue, fijado en su perfil, esperando a que alguien se percate de la omnímoda genialidad de Juan Manuel.