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OPINIÓN | Huérfanos, por Enric González

Huérfanos

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Ya hemos pasado, si hablamos de política, por situaciones cenagosas como la presente. Un Gobierno reincidente en la mentira, una oposición incompetente (y también reincidente en la mentira), una sensación generalizada de desagrado. Hemos pasado por esto y por cosas mucho peores. Y en épocas, además, de grave crisis económica y social, lo que ahora no es el caso.

Ocurre que, más o menos hasta ahora, existía una despensa de esperanza que podríamos llamar “convergencia”. No la de Jordi Pujol, claro. Me refiero a la expectativa de que, poco a poco, pese a los casos de corrupción, las falsedades e incluso la sangre, íbamos acercándonos a los países modélicos, Francia y Alemania, e íbamos encajando en los estándares de la Unión Europea. Había un camino y un objetivo.

Francia y Alemania, ambas potencias o minipotencias en graves dificultades, resultan hoy escasamente modélicas. En cuanto a la Unión Europea, ya no es el proyecto que fue. Ignoramos a dónde se dirige, si se dirige a alguna parte, e ignoramos si, en el caso de mantener aún algún objetivo (al margen de esas agendas que están para incumplirlas), su lento mecanismo para la toma de decisiones le permitiría seguir algún rumbo.

Formamos parte de una Unión que, con una guerra en sus fronteras, la de Ucrania, se ha limitado a seguir las instrucciones de Washington a través de la OTAN y cuenta con miembros, como Hungría, muy cercanos a las posiciones rusas. Formamos parte de una Unión incapaz de adoptar una postura firme, o al menos una postura de cualquier tipo, respecto a las múltiples guerras y matanzas que emprende Israel.

Formamos parte de una Unión que muestra su catadura moral cuando se trata de inmigrantes (a excepción de los ucranianos): quienes pasan por progresistas financian campos de concentración remotos y milicias de regímenes dictatoriales con el propósito de frenar esa marea de infelices que aspiran a llegar, a cualquier precio, al paraíso europeo; quienes se proclaman “patriotas” apuestan directamente por naufragios sin rescate, brutalidad fronteriza y, en cuanto puedan, por deportaciones masivas.

Formamos parte de una Unión empequeñecida, tanto en lo industrial como en lo estratégico (y, por dentro, en lo moral), en el nuevo mundo bipolar que conforman la superpotencia emergente, China, y el gigante militar, Estados Unidos, junto a nuevos “grandes” como India. Formamos parte de una Unión que juega según las antiguas reglas y no comprende una nueva realidad en la que no rigen las leyes internacionales, sino, según parece, la ley del más fuerte. Formamos parte de una Unión débil y desorientada.

Nos adentramos, en España, en una situación cenagosa. Y lo hacemos huérfanos.