El otro día me escribió mi compañía eléctrica personalmente. Era un correo electrónico en tono muy amable, en el que lo primero que me decía es que he sido una persona muy afortunada, al haber disfrutado hasta hoy de suministro de gas y electricidad con “la tranquilidad de un precio estable”. Por razones obvias, ese primer párrafo me resultó inquietante. A pesar de ese tono algo familiar, casi dinámico, tenía algo excesivamente directo, como si fuera a ir demasiado rápido a un grano aún desconocido. Ya sé que mi compañía eléctrica no tienen tiempo que perder conmigo, por mucho que yo lleve años colaborando en pagar los sueldos millonarios de su staff con unas facturas que me han hecho llegar a rastras a fin de mes, pero ese es mi problema. Quise mantener la esperanza en algo también desconocido y seguí leyendo, si bien con el rabillo del ojo preparado ya para nuevas peores.
El grano estaba en la primera frase del segundo párrafo y decía sin rodeos, me lo decía personalmente, que a partir del 25 de abril se aplicaría un nuevo precio a mi contrato. Me sobrecogió que antes de entrar en ningún tipo de explicaciones, tras el primer punto y seguido, lo que viniera a decirme mi compañía eléctrica personalmente es que podía rescindir mi contrato sin coste añadido, que podía irme en cualquier momento, que esto no era un secuestro, que estaba en mi derecho de autoliberarme sin pagar rescate alguno. Se me pusieron los pelos de punta porque entendí que la disyuntiva que me estaba planteando, a punta de correo, no era otra cosa que la del susto o la muerte. A partir de ahí vendrían las condiciones, en su caso, de mi síndrome de Estocolmo. Síndrome o muerte.
En las condiciones que me exponía mi compañía eléctrica había números con decimales de seis cifras, y se formulaban en un baile de euros al mes para el término fijo y para el término variable que daban, en unos u otros casos, unos costes anuales estimados de los que solo logré entender que a partir del 25 de abril pagaría el triple por el mismo suministro. Lo primero que pensé es en cómo me las apañaría si ya fuera una octogenaria un poco despistada o simplemente una persona que no dominara el castellano. A diferencia de mi compañía eléctrica, yo pierdo el tiempo en especulaciones. Después seguí leyendo acerca de reales decretos, coerciones del Gobierno de España, subastas de suministro, fuentes de aprovisionamiento alternativas y hasta cláusulas que permiten a las compañías eléctricas rescindir el contrato. Llegó un momento en que me vi hermanada con los Marx en un camarote del acorazado Potemkin. Que te pierdas en cláusulas es una buena estrategia.
Cuando ya estaba en modo lectura en diagonal llegué al final del comunicado, que acababa con el lema ‘Es verde. Es digital. Es Iberdrola’ (que es el nombre de mi compañía). Entonces recordé cómo habían sido desalojados los activistas de Rebelión Científica de la feria ‘Madrid es Ciencia’, celebrada hace un par de semanas. Las científicas de Extinction Rebellion empapelaron el stand de Iberdrola para denunciar su greenwashing y la policía las sacó a rastras. Nadie de Iberdrola salió a rastras de Ifema por ser una de las diez empresas más contaminantes del Estado. Nadie de Iberdrola salió a rastras porque la empresa venda una transición energética que es incompatible con el Plan Intergubernamental de Expertos para el Cambio Climático (IPCC) de la ONU. Nadie de Iberdrola salió a rastras por ser la octava empresa con más emisiones de CO2 en España. Salieron a rastras los científicos que denuncian que los proyectos hidroeléctricos de Iberdrola han provocado en Brasil el desplazamiento forzoso de miles de indígenas, que vivían en los bosques y los ríos usurpados y ahora se hacinan en guetos urbanos.
Cuando vuelvo a pensar en que Iberdrola me ha escrito personalmente para decirme que voy a pagar el triple por mi suministro de luz y de gas, me vienen a la cabeza las distintas conjeturas sobre esas subidas que oímos en los últimos tiempos. La más repetida, que la guerra en Ucrania ha alterado los mercados del gas ruso y ha hecho que se disparen los precios. Vale. Pero también pienso en el sistema marginalista de precios, que revienta las facturas. Pienso en el agotamiento del caro e insostenible modelo del petróleo. Pienso en que el sistema energético es gran negocio en vez de bien común. Pienso entonces en lo poco que se ha hecho para el desarrollo de energías renovables, y en que personalmente he seguido colaborando con Iberdrola en pagar sueldos millonarios a una cúpula con forma de puerta giratoria. El último, Ángel Acebes, al que acaban de nombrar presidente de la comisión de nombramientos, lo que también parece de camarote. Busco y encuentro: “La Comisión de Nombramientos [de Iberdrola] es un órgano interno de carácter informativo y consultivo creado por el Consejo de Administración, sin funciones ejecutivas, con facultades de información, asesoramiento y propuesta dentro de su ámbito de actuación”. Y pienso, sueldazo. Y pienso en mis facturas a partir del 25 de abril. Y pienso, ha sido ETA.