Han saqueado este país durante décadas. Han utilizado el aparato del Estado para intentar ocultar sus actividades delictivas y para perseguir a sus rivales políticos. Han convertido España en un lodazal de corrupción que hoy lo sigue impregnando todo: desde el empresariado al periodismo, pasando por la Justicia o las fuerzas de orden público. Han vaciado la hucha de las pensiones, han precarizado el empleo, han amnistiado a sus delincuentes fiscales, han prostituido Radiotelevisión Española, han asaltado algunas universidades públicas para convertirlas en su cortijo y hasta nos han puesto una mordaza en la boca. Han robado, recortado, censurado, mentido y manipulado por encima de sus posibilidades; y eso que sus posibilidades en esta materia eran sorprendentemente grandes.
Ya no es una convicción, ni una opinión, ni una sospecha; son las sentencias judiciales la que señalan que el Partido Popular lleva al menos 30 años actuando fuera de la legalidad. Tres décadas que han generado monstruos como Rodrigo Rato, Jaume Matas, Francisco Camps, Ignacio González y tantos otros. Los primeros 20 años lograron vendernos la moto. Mientras en Génova ya florecía la caja B, una gran mayoría de españoles compraban la idea de que Aznar y los suyos habían acabado con la corrupción que azotó España durante los últimos gobiernos de Felipe González. Los españolitos aplaudíamos el “milagro económico” sin darnos cuenta de que los artífices de esa divina gestión se lo estaban llevando crudo.
Todo cambió, al menos en parte, en febrero de 2009. Siguiendo instrucciones del juez Baltasar Garzón la policía entraba en el Ayuntamiento de Boadilla del Monte. Estallaba el caso Gürtel, un colosal iceberg del que hoy seguimos viendo tan solo una pequeña punta. Comenzaba la segunda etapa del PP de la caja B en la que siguieron saqueándonos, pero además empezaron a reírse abiertamente de todos nosotros. Fue la década de los “sé fuerte”, en privado, y de los “finiquitos en diferido”, en público. He repasado una y mil veces en artículos anteriores esos años aciagos, pero me quedo con el resumen de esa época que hizo una veterana comunicadora a la que admiro desde siempre y que verbalizó descarnadamente lo que muchos pensábamos cada día: “Nos mean y dicen que llueve”.
Nos mearon tanto que acabaron consiguiendo lo imposible: unir a las izquierdas y a los nacionalistas para detener el humillante chaparrón. Apenas han pasado dos semanas desde que el partido de la caja B abandonara la Moncloa y España parece otra España. Ahora se dimite en doce horas, se apuesta por dialogar con Catalunya, se planta cara a los neofascistas italianos, se habla de acabar con las concertinas, de retirar medallas a torturadores franquistas, de invertir en ciencia y de la importancia global de la cultura. No se trata de idealizar a un Gobierno que acaba de empezar a andar, pero sí es el momento de poner en valor el salto democrático que ha dado este país gracias a TODOS los partidos que ayudaron a desplegar el paraguas. Quienes nos mandan lo harán mal o bien, serán buenos gestores o no, pero ya no se preocupan de destruir discos duros, de cesar a fiscales independientes, de trasladar a policías incómodos, ni de maniobrar para crear tribunales que sean benévolos con sus corruptos.
El aire es hoy mucho más puro que hace 15 días, por mucho que los de siempre ya hayan empezado a intentar hacerlo irrespirable. Escuchar a Maillo o a Rafael Hernando criticar que Màxim Huerta tardara “todo el día” en dimitir resulta sonrojante, viniendo como viene de quienes defendieron durante semanas, meses o años que personajes como Aguirre, Cifuentes, Mato, Camps, González, Granados o Soria continuaran en sus puestos. Leer que el PP pide ya la dimisión del presidente del Gobierno y que no descarta presentar una moción de censura, parece una especie de broma pesada. Sí. Nos siguen meando, pero al menos ahora lo hacen desde la oposición.
Espero sinceramente que el Partido Popular salga del congreso que celebrará a finales de julio completamente regenerado. Si no es así, ya podemos presumir lo que nos tocará vivir: crispación y más crispación. El viejo PP es experto en esa materia. Su primera opción cuando pierde el poder siempre es buscar un Tamayo, pero cuando no lo encuentra opta por la tangana y el juego sucio. No les importó utilizar contra Zapatero a las víctimas de ETA o responsabilizarle de los atentados del 11M. No les tembló el pulso en usar tuits caducados, informes policiales fabricados y hasta a los Reyes Magos contra los gobiernos del cambio. Ahora mucho me temo que a falta de ETA, sus armas serían las de promover aún más el enfrentamiento territorial, azuzar la guerra lingüística allí donde mande la izquierda y, sobre todo, competir con la derecha extrema en un duro discurso contra la inmigración. Ojalá me equivoque, pero creo que aunque no llegue a España ni una sola patera más que el pasado año, vamos a tener un verano en el que cada lancha cargada de inmigrantes que desembarque en nuestras costas ocupará una portada en la prensa que se teledirige desde la calle Génova.
Dejando a un lado las predicciones, tendremos que esperar hasta julio para saber si se liquida aquel PP de la caja B que nació “al menos” en 1989, o si se produce una simple operación de maquillaje. En estos días en que el viejo Partido Popular tacha de ilegítimo al Gobierno de Pedro Sánchez, quienes dudan si llevar o no a la gaviota a la granja de desintoxicación deben ser conscientes de lo que se juegan en ese congreso. Si no dan ese paso hacia la rehabilitación, lo único ilegítimo y dudosamente legal que habrá en nuestro panorama político seguirá siendo el partido que lleva 30 años ganando elecciones dopado con dinero negro.