Pongamos que se llama “Mariano” y trabaja en el Palacio de la Moncloa. Del día a la noche. Despacha con ministros, secretarios de Estado y demás “peces gordos”. Les atiende, escucha lo que dicen, unas veces atentamente y otras, a nuestro Mariano, le entra por un oído y le sale por el otro. Pero sabe que tiene que estar allí e intenta que se vayan contentos. Aunque, últimamente, Mariano cada vez acude menos motivado al trabajo.
Pongamos que nuestro Mariano cobra en B. Sí, y trabaja allí, en la sede del Gobierno de España. Circulan los sobres con dinero negro y algunos jerifaltes que visitan el lugar hasta dejan pasta y luego Mariano y unos cuantos se la reparten. Tienen unos papeles con los nombres de los que cobrarán, una especie de caja B y, en los últimos tiempos, alguno hasta echa mano de ella para pagarse los viajes. Las obras en la sede de su trabajo tampoco las pagaron ellos, sino otros.
El jefe de nuestro Mariano tiene bigotito recortado. De estos que recuerdan a esos tipos con los que ahora no se pueden hacer chistes. Y es un jefe venerado en otro tiempo y, todavía hoy, alabado por algunos nostálgicos “porque daba trabajo”, aunque se las hiciera pasar muy putas a unos cuantos. Pero ahí sigue el jefe del bigotito, manejando la contrata pública, para desgracia de los que tiene debajo.
La historia se pone fea si decimos que nuestro “Mariano” no es presidente del Gobierno. Trabaja en la Moncloa, pero es uno de los camareros de sus cafeterías. Uno, entre sus decenas de empleados. Como teme represalias, pongamos que se llama Mariano, aunque no se llame así, porque tiene miedo a contar que lleva un año y medio sin cobrar su sueldo con normalidad. Ahora, no le pagan desde enero. Sí, trabaja en la sede del Gobierno de España, pero no cobra. Y así están muchos de sus compañeros, han denunciado.
Nuestro Mariano curra mañana y tarde en el palacio presidencial de nuestro país. Atiende a todo alto cargo que pase por allí. Sirve en una de las dos cafeterías donde unos 30 trabajadores denuncian retrasos, recortes y deudas al cobrar su nómina. Cada vez acude con mayor desgana al tajo, pero tiene tres bocas que mantener y la esperanza de que, al menos, le pagarán lo que le deben. Nunca habría imaginado que le pasaría esto cuando en su pueblo presumía de trabajar en la Moncloa.
Y sí, nuestro Mariano afirma que le han pagado en sobres y tiene también un bote, una “caja B”, como le llaman él y sus compañeros, donde algunas visitas dejan propinas en metálico y, últimamente, tiran de ella para pagarse el viaje del trabajo a casa, porque no tienen ni para el billete del metro. Así se las apañan para ir y volver a trabajar a un palacio. A la sede del Gobierno de España.
Hay papeles, listas de los que cobrarán y los que no, y nuestro Mariano señala como culpable de todo esto a la empresa de su jefe, el hombre del bigotito, el adjudicatario de las cafeterías de Presidencia, pero que también ha amasado una fortuna con las contratas en ministerios, hospitales, universidades, institutos o cárceles: “Se llama Ramiro Jaquete. Esta gente va de que es muy española, pero no cobramos y, si nos quejamos, nos amenazan con echarnos a la puta calle”, cuenta. Y ya tal, en la sede del Gobierno de España.