El 4 de septiembre una parte de los escolares tiene previsto iniciar el curso en Madrid y Navarra. Después se irán sumando niñas, niños y jóvenes de otras comunidades hasta llegar a los aproximadamente ocho millones de estudiantes. Hace seis meses abandonaron las aulas por la irrupción de la pandemia. Se planteó como una medida temporal pero los centros educativos (con algunas excepciones) ya no volvieron a abrir las puertas a lo largo del curso. En algunos casos se pudo seguir la enseñanza a distancia, en muchos otros no fue posible, sea porque no se ofreció desde las escuelas, sea por falta de medios o posibilidades familiares. Como han apuntado expertos de distintas disciplinas e ideologías, resulta imprescindible y urgente el retorno a la escuela. Existen razones de diverso tipo: pedagógicas, sociales, de conciliación, de desarrollo infantil, etc. El secretario general de la ONU, António Guterres, pedía a principios de agosto reabrir las escuelas para evitar una “catástrofe generacional”.
A pesar de este consenso generalizado, aún quedan muchas incógnitas por despejar. Si bien las comunidades han empezado a dibujar medidas y protocolos para el retorno, pocos son aún los recursos movilizados, y no parece que se hayan tejido muchos acuerdos amplios entre los distintos agentes implicados. Las amenazas de huelga son un claro ejemplo. Además, se echa en falta la capacidad de liderazgo e imaginación de los distintos responsables públicos para hacer realidad el derecho a la educación en un contexto complejo y excepcional. Una mirada estratégica y propositiva que permita construir un horizonte de optimismo. Dicho esto, quedan dos o tres semanas, según el territorio, para trabajar y es imprescindible ponerse las pilas. No hay tiempo que perder.
Por un lado parece evidente que no se puede hacer como siempre. Es necesario destinar recursos adicionales para poder abrir las escuelas en medio de una pandemia. Se requiere reducir ratios y ampliar espacios que utilizar para las actividades educativas. Cabe tener en cuenta que estamos en un momento delicado epidemiológicamente con riesgos de rebrote en muchos lugares del Estado. No resulta muy lógico que se pida a la ciudadanía que no se reúna en grupos mayores de 10 personas y a la vez planear “grupos burbuja” de 25-30. Las escuelas deben poder abrirse, pero las aulas también deben poder mantenerse abiertas. Es cierto que los recursos son limitados, pero se puede aspirar a mucho más de lo anunciado (sobre todo en algunas CCAA).
Por otro lado, resulta lógico pensar que se requerirá de un esfuerzo añadido de maestros y familias, y de la asunción de riesgos en un momento de incertidumbre. Si se considera la educación como un servicio esencial, ésta debe ser una prioridad incluso en condiciones adversas. Es posible que no se pueda seguir con el proyecto educativo de la escuela. Quizá algunos docentes tengan que ir más allá de sus funciones habituales. Puede que se tengan que utilizar espacios poco adaptados. En caso de cuarentenas, no podemos permitirnos que la escuela vuelva a desaparecer de la vida de niños y jóvenes. Se deberá hacer de la necesidad virtud. Y los sindicatos deberían hacerse cargo de la situación.
El 27 de agosto Illa y Celáa han convocado a los responsables autonómicos para marcar las condiciones de la vuelta a la escuela. Ahora bien, las comunidades tienen las competencias de educación y sanidad, y estas deben ejercerse. No deberían esperar a una reunión de coordinación para planificar el curso. En ella se pueden perfilar detalles, pero no más. Lo mismo sucede con los centros. Las direcciones, los claustros de profesorado y el consejo escolar deberían dibujar desde ya cómo plantearán la actividad pedagógica. Pueden pensarse modalidades al aire libre, la cooperación con centros cívicos del barrio o la reorganización del centro según recursos disponibles. La necesaria flexibilidad que debe darse a autoridades y centros para adaptarse a una realidad cambiante no puede confundirse con la desresponsabilización y la espera pasiva.
En definitiva, para hacer efectivo el derecho a la educación se requerirá del esfuerzo de todos/as. Y encontrar el punto medio de las medidas. Entre el todo (lo ideal) y el nada (hacer como siempre) hay un sinfín de espacio para transitar. Nuestras niñas, niños y jóvenes, y sobre todo aquellos de sectores más desfavorecidos, necesitan que responsables públicos, maestros y familias trabajen a la una. No es fácil, pero es la única vía.