Soy independentista catalán

Soy independentista catalán. Y eso que ni he nacido ni vivo en Cataluña. Pero estoy a favor de su independencia. Prefiero una Cataluña independiente a que me sigan dando la matraca españolistas y catalanistas con sus banderas. Por más que lo intento, no soy capaz de comer banderas, no me las trago. Y prefiero un vecino con el que llevarme bien que una pareja con la que pasarme la vida discutiendo sobre el lado de la cama en el que dormir.

Pero no es sólo un sentimiento egoísta. Lo prefiero por el bien de los catalanes y por el de los que viven en el resto de España. Por los catalanes porque estas últimas elecciones han confirmado sus deseos soberanistas expresados en la calle en la manifestación de la última Diada. Artur Mas ha fracasado al suponer que él era el Mesías catalán, en su caso, El Masías. Pero su delirio de grandeza ha permitido a los catalanes expresar en las urnas que quieren decidir sobre su futuro.

CiU, ERC, ICV y CUP, las opciones que proponen distintos procesos de autodeterminación, suman 87 diputados, casi el doble de representantes que los de los partidos que abogan por otras opciones junto a España (PSC, PP, Ciutadans, 48). La caverna mediática y política española que quiere ahogar al independentismo catalán en el pozo en el que se ha hundido Mas intenta como él desviar la atención sobre lo importante: la independencia de Cataluña no es la independencia de Artur Mas pero no deja de ser un deseo de independencia mayoritario. Y en democracia, la mayoría debe poder decidir.

Además, prefiero que los catalanes se independicen por el bien del resto de ciudadanos del Estado español que viven fuera de Cataluña a los que se usa como lanza o escudo en los eternos debates identitarios. Para los que, como yo, España no es un insulto ni un elogio sino simplemente el país en el que nos ha tocado vivir, es muy cansino oír a unos y a otros meternos en el saco de España para legitimar sus discursos simplistas. Que si España es la mejor, que si España nos roba. Y cada vez que se les llena la boca con la palabra España (o Madrid) es como cuando hablan de ti cuando estás presente como si no lo estuvieras: sientes vergüenza.

Sientes WERTgüenza cuando el ministro de Educación quiere españolizar a los niños catalanes pero también sientes vergüenza cuando el president Artur Mas-tijeras culpa de todos sus males a España mientras le pide un rescate al Estado español porque su mala gestión le ha convertido en la comunidad más endeudada del país. Sientes vergüenza del macho cabrío español que amenaza con detener la secesión a cañonazos y del altivo catalán que dice que se va porque no estás a su altura. Sientes vergüenza de la España retrógrada pero no menos vergüenza de la Cataluña que se cree a años luz del resto de España pero tiene casi un 30% de pobreza. Sientes vergüenza de la España casposa y de la Cataluña que sólo ve la caspa en el hombro ajeno. Sientes vergüenza de la gente que se tapa los ojos con la bandera para no tener que mirarse al espejo. Sientes vergüenza. Y cansancio.

El cansancio es mutuo. Muchos catalanes dicen que están cansados de su relación con España. Yo también estoy cansado de la relación de España con Cataluña. Estoy cansado de que me españolicen y me catalanicen la realidad. Para mí la realidad no se llama España ni Cataluña, se llama Manolo, Jordi, Teresa o Montserrat. A mí me gustaría que Manolo, Jordi, Tere y Montse se ayudasen entre sí y se repartiesen los problemas solidariamente. Creo que la justicia social no debería tener más fronteras de las que ya tenemos sino menos. Pero, oye, si la mayoría de catalanes están hartos de ayudar al vecino más pobre porque no es familia suya y quieren abandonarle en lugar de obligarle a espabilarse, tienen derecho a sentirse así. Es absurdo discutir si tienen más o menos razones porque los sentimientos no son discutibles. Y aquí hablamos de un sentiment. Bueno, y de la pela, claro.

Pues si hablamos de la pela y de sentimientos, todos perderemos algo en el proceso. Tanto España como Cataluña perderán parte de la riqueza cultural, social y económica del otro aunque espero que sigamos contaminándonos mutuamente. Puede que a la larga los catalanes aumenten su riqueza material pero en conjunto creo que todos seremos algo más pobres. Y los ricos, más ricos. A ver si nos enteramos ya de que el opresor no tiene bandera y se llama Mercado. Otra razón más para la independencia. Si no perdemos el tiempo en decidir de qué nacionalidad es la pobreza, podremos dedicarlo a combatir contra ella.

Perderemos, sí, pero ganaremos en tranquilidad de espíritu, pasados los aspavientos de los nacionalistas españoles bramando por la ruptura de la unidad de España. La unidad de España está bien como lema para ponerlo en un cuartel de la Legión pero para el día a día es como la cabra de los legionarios, sólo sirve para marear y dar testarazos. De España no me quedo con su unidad sino con su diversidad. De Cataluña también. En estas elecciones ha dado una lección de pluralidad que ni las encuestas ni los políticos entienden. Ésa ha sido nuestra desgracia común, de catalanes y españoles. Somos más complejos de lo que dicen las encuestas y los partidos no saben congeniar nuestras diferencias. Tampoco los ciudadanos que nos hemos dejado llevar como marionetas por sus intereses electorales.

Ahora ya es tarde para dar marcha atrás. Muchos catalanes quieren irse. Yo quiero dejarles marchar. Voto por su independencia que también es mi independencia de tanto debate estéril. Si pudiera, también me independizaría de esta España gobernada por una clase política miserable y castradora. Como no puedo autodeterminarme ni me quiero ir de aquí, me quedo tratando de trabajar para que este país en el que me ha tocado vivir se parezca en algo al país en el que me gustaría vivir. Espero que los catalanes lo consigan en el suyo.