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Instalados los bulos, Empezó La Fiesta

El agitador ultra Alvise Pérez en su acto de fin de campaña

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Hay algo más preocupante que el hecho de que Alvise Pérez haya conseguido tres eurodiputados. No es el primero ni será el último en la lista de singularidades que suceden en unas elecciones. Lo más preocupante es quiénes son y cómo se informan los 800.000 españoles que le han votado, poniéndole en tercera posición en algunas ciudades. ¿Qué les seduce? ¿Qué les hace confiar en una persona condenada por mentir, sin programa electoral, sin experiencia en gestión más allá de haber sido asesor de Ciudadanos en Les Corts Valencianes con más penas que glorias?

Se trata mayoritariamente de varones jóvenes que antes votaban a PP o Vox, un partido que ahora ya les resulta demasiado serio e institucional, que les ha decepcionado porque han descubierto que muchas de sus promesas no eran plausibles. La revolución juvenil está ahora más allá de la diestra. Las 'ardillas' de Alvise, lo política y brutalmente incorrecto, es bandera orgullosa (la izquierda hecha unos zorros tampoco ayuda al entusiasmo) para una parte de una generación que se informa en redes.

La campaña de Se Acabó la Fiesta –la elección misma del nombre ya resulta un misterio del marketing– ha sido submarina para medios, televisiones, instituciones y expertos. El CIS le dio una representación de importancia en su sondeo antes de la europeas. Ahí muchos se enteraron de que podía ir en serio. Pero, ¿dónde eran los mítines? ¿Cómo se convocaban? ¿Cuál es su programa electoral? ¿Quién forma la lista a la europeas?

Su exitosa movilización ha ocurrido en redes sociales, de tú a tú por el móvil y grupos de Telegram –lo que confiere una mayor sensación de autenticidad y unicidad al que lo recibe– y sus propuestas consisten en plantear un panorama desolador de caos y corrupción, alentando un hartazgo propio de los momentos-precipicio. El catastrofismo, del que tienen alguna responsabilidad también los medios y los portavoces de la opinión pública, alienta esa sensación, pese a que vivimos el mejor momento de la humanidad en cuanto a libertad y avances científicos y sociales. Con todos los peros e injusticias que hay que enfrentar, solo hace falta preguntar a padres, madres, abuelos o leer cualquier libro de historia.

Lo fundamental para tener a esas ardillas comiendo de tu mano es retirar de la dieta datos e información y llenarla de lemas, simplificaciones y mentiras. ¿Alguien puede creer que requiere más papeleo un tomate que un migrante, como dijo el 9J? ¿Es razonable pensar que se puede combatir un supuesto tongo electoral con fotos y llamadas a móviles que sustituyen la tecnología de datos de una empresa? ¿España necesita una megacárcel a las afueras de Madrid como El Salvador de Bukele?

La explicación a que pueda ser creíble, o incluso divertido y excitante, es la cámara de eco en la que cientos de personas entran en bucle cada día, cada uno con sus sesgos, para encontrar de manera fácil en las redes sociales la bellota sustitutiva de la información. El fango también es esto, dejar que se expanda una capa de barro por los móviles de toda España donde el más pillo es capaz de dirigir sus intereses.

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