En la película “Her” (ella, en español), el protagonista se enamora de una entidad virtual. Un programa informático (sistema operativo) que aparece un día en su vida, hasta ir formando parte indisoluble de ella. De hecho, él acaba enamorándose de Samantha y lo hace no desde el engaño de pensar que “ella” es una persona, sino porque su voz acaba siendo tan indispensable para él como el aire en sus pulmones. Todo va transcurriendo entre conversaciones, a veces intrascendentes y otras íntimas; entre susurros, confidencias, complicidades y hasta discusiones. El amor irrumpe y se va haciendo tan real para él como pueda serlo entre dos personas.
Esta película refleja el inmenso poder de la palabra. Las palabras pueden construir mundos compartidos, aunar el conocimiento acumulado a lo largo de los siglos, decir te amo de mil formas distintas y abrir siempre puertas a la esperanza. Y al revés. No hay peor angustia que cuando nos faltan las palabras, ni peor castigo que no dejarnos hablar con libertad. Las palabras no se inventan para crear el bien o el mal. Estos existen, y las palabras se crean para evidenciarlo. Pero también algunos de los peores males vienen de las palabras fracasadas, como la guerra.
No sé si podemos considerar lo que esta película narra como una visión distópica de un futuro quizás no tan lejano, en el que las máquinas usen el lenguaje, el nuestro, con igual competencia o más que nosotros. Cada uno echará sus cuentas. Pero es evidente que caminamos, y muy rápidamente, a un mundo de máquinas parlanchinas. Cada vez son más. Están en nuestros coches, en el hogar, cuando llamamos para pedir información o hacer una gestión con nuestro banco. Cada vez son más elocuentes y se acercan más al modo en que usamos nuestro instrumento más valioso para la comunicación y el pensamiento, asistiéndonos desde el móvil o la nube, subtitulando películas, transcribiendo la voz a texto y hasta escribiendo con razonable creatividad. Para Umberto Eco la lengua de Europa era la traducción, pero hoy ya lo es la traducción automática.
Hasta ahora éramos nosotros quienes teníamos que acercarnos a las máquinas. La interacción persona-computadora era, sobre todo, la de personas esforzándose en hablar lenguajes artificiales, inventados expresamente para ellas. Pero cada vez es menos así. Hoy son las máquinas las que se acercan a la forma en la que la evolución y la intención nos han permitido a nosotros hablar, entendernos, leer, escribir, pensar…
Las lenguas son construcciones más o menos vivas a través del uso que hacemos de ellas. Hoy una lengua se refuerza o debilita según sea o no una herramienta para el pensamiento creativo, el descubrimiento y la comunicación de nuevo conocimiento, la invención y el desarrollo tecnológico y también la innovación. Todo ello mediatizado cada vez más por las máquinas. De hecho, no está lejos el día en que las lenguas que las máquinas no usen, o no usen correctamente, se irán apagando, como ahora ya lo hacen las que no están en los medios de comunicación y de interacción social digital. Por eso las máquinas han de hablar y escribir con el léxico admisible, la ortografía correcta y la gramática adecuada. La pobreza lingüística de las máquinas, de darse, empobrecerá nuestros idiomas y a nosotros, y lo hará en el más amplio sentido de la palabra, ya que supondrá no solo nuestro empobrecimiento lingüístico sino también económico.
Por otra parte, sabemos que hay un valor social en las lenguas, relacionado con su utilidad para comunicarnos unos con otros, y un valor material, que depende mucho del peso cultural, político, económico, científico y tecnológico de los países que las usan. En todo caso, uno y otro están ya muy condicionados por la presencia que tenga cada lengua en la economía y la sociedad digitales y, en particular, en cómo las máquinas la usen para comunicarse entre sí y con nosotros, y para manejar información, producir y distribuir contenidos o aportarnos un sinfín de servicios.
El Gobierno de España acaba de aprobar el “Proyecto Estratégico para la Recuperación y la Transformación Económica (PERTE): Nueva economía de la lengua”. Con él pretende maximizar el valor del español y de las lenguas cooficiales en la transformación digital. La inversión es suficientemente importante, 1.100 millones de euros, como para que, bien empleados, no solo nos convirtamos en el país que lidere la economía y la sociedad digitales alrededor de nuestras lenguas, el español y las otras lenguas cooficiales, sino que tengamos en esta apuesta uno de los elementos tractores de la economía y la sociedad española alrededor de la Inteligencia Artificial.
No es un tema menor. En un mundo de convivencia con máquinas que dialogarán con nosotros de viva voz, no se trata solo de que hablen nuestros idiomas sino de ser nosotros quienes les enseñemos a hacerlo. En la sociedad del conocimiento y el desarrollo tecnológico, los países más ricos serán aquellos que desarrollen la ciencia y la tecnología que haga posibles estas máquinas. Por tanto, aumentar la importancia socioeconómica de las lenguas pasa por incrementar su presencia en la generación y puesta en valor del conocimiento y la tecnología. Del mismo modo que hubiésemos ganado más inventado nosotros el teclado que solo consiguiendo que lleven la eñe una buena parte de los que hoy se fabrican en el mundo, ganaremos mucho más si desarrollamos el conocimiento y la tecnología para que las máquinas y las aplicaciones informáticas hablen, y hablen nuestras lenguas, en particular, que simplemente pagando a otros para que lo hagan por nosotros.
No empezamos desde la nada. Contamos con mucho más que una inversión milmillonaria, que no es poco. La comunidad de expertos lingüistas y en tecnologías del lenguaje en nuestro país es más que notable. Hay también una creciente industria alrededor de las tecnologías del lenguaje y tenemos muchas instituciones públicas que llevan un largo camino andado, como el Instituto Cervantes, la RAE y sus equivalentes en el resto de las lenguas cooficiales de España.
Por cierto, el gallego también usa la ñ, y aunque no la lleve en su nombre, el proyecto Nós, “nosotros” en español, impulsado por la Xunta de Galicia a través de la Universidade de Santiago de Compostela, y puesto en marcha en 2021, tiene la misma ambición: situar al gallego en la sociedad y la economía digitales. Aquí no habrá competencia, sino cooperación y sinergias.