El poder es inmisericorde en política. Se ejerce, o te lo ejercen. A Irene Montero no la han vetado, inició una batalla de poder contra Yolanda Díaz desde el mismo momento en que Pablo Iglesias eligió a dedo en contra de su voluntad a la ministra de Trabajo y ha perdido. Si algo ha caracterizado el modo de manejarse de la ministra de Igualdad cuando ha tenido poder sobre otra persona, militante, adversario o compañera de partido ha sido no tener piedad y ejercer con mano de hierro. El infantilismo y la necesidad de mitificar la propia identidad hacen necesario encontrar una salida de victimización que justifique que todo aquel que se elige para admirar está libre de la suciedad inherente a las dinámicas internas de partido, pero lo cierto es que Irene Montero jugó muy fuerte una batalla política contra Yolanda Díaz y ha salido derrotada. No ha ocurrido nada que no hubiera hecho la ministra de Igualdad de haber salido victoriosa, porque hay precedentes. El adanismo de la nueva militancia hace que solo se manejen con la memoria a corto plazo y olviden lo que pasó el último verano. Lo recordaremos.
Enrique Santiago fue quien dejó a Irene Montero y a Pablo Iglesias su propia casa para que pudieran descansar en verano huyendo de la infame cacería que la extrema derecha había desatado contra ellos. Lo supimos porque esa persecución ultra llegó hasta el mismo Asturias escribiendo en la calzada de acceso a la vivienda de Santiago donde se hospedaban insultos contra la familia Iglesias-Montero. Ese gesto de camaradería no fue tenido en cuenta por Irene Montero y el líder del espacio in pectore cuando tras la disputa política emanada de la configuración del acuerdo en Andalucía se cesó al propio Enrique Santiago como secretario de Estado y a Amanda Meyer como jefa de gabinete del Ministerio de Igualdad. Dos personas del círculo más personal de Irene Montero y Pablo Iglesias, que les había ayudado en el ámbito personal y profesional, eran decapitados de manera implacable sin considerar si esa decisión era injusta o si era una traición a la confianza y el comportamiento pasado de ambas figuras del PCE. Irene Montero no dudó y mandó a Amanda Meyer a casa. Podemos no dudó y cesó a Enrique Santiago. El silencio de Amanda Meyer después de observar el victimismo del fandom de Irene Montero por haber perdido es un ejemplo de la mejor cultura militante de los cuadros comunistas.
Es de un cinismo difícilmente comprensible que quien no dudaba un solo minuto en desterrar a cualquiera que no siguiera los preceptos de doctrina de la cúpula de Podemos quiera convertir la pérdida de una batalla política interna en la segunda muerte de Juana de Arco. Irene Montero no está en listas porque ha dejado muchas heridas internas en el ejercicio de su liderazgo y en cuanto los agraviados han visto una posición de debilidad de la ministra han aprovechado la oportunidad para apartarla de su camino. Es muy sencillo, no la quieren a su lado porque no confían en ella y tienen plena consciencia de que en cuanto pueda tramará contra los socios de coalición para devolverles los golpes. Nadie la quiere cerca en los partidos que han configurado la alianza no por su trabajo en el Ministerio de Igualdad, que todos aprecian y defienden, sino por sus dinámicas internas de toxicidad, en los partidos ajenos y algunas en el propio partido.
Lo cierto es que la negociación con Yolanda Díaz la llevó directamente Ione Belarra. Si la presión pública, en ruedas de prensa de pose afectada y en declaraciones en redes sociales, que ha hecho por la presencia de Irene Montero en las listas la hubiera hecho en la mesa de negociación no es descartable que la ministra de Igualdad hubiera tenido presencia. Pero lo cierto es que la secretaria general del partido estaba más preocupada en colocar en listas a una directora general en Alicante para apartar a Txema Guijarro antes que a la ministra de Igualdad. El nombre de Pablo Echenique y el de Rafa Mayoral tampoco fueron puestos encima de la mesa por la secretaría general de Podemos. Las razones las sabrá Belarra. El desgaste de la figura de Irene Montero para incorporarse a unas listas con posibilidad de lograr unos resultados óptimos estaba asumido hasta por Pablo Iglesias, que en su libro reconoce que su figura estaba tan quemada que no podía ser la que le sucediera. Un diagnóstico que realizó antes de que el ecosistema derivado de las rebajas de pena por la ley del “sólo sí es sí” arrasara con su imagen pública fuera de la militancia más enfervorizada del partido.
La estrategia de victimización y ataque de Podemos a Yolanda Díaz en la postnegociación es un modo de dar a su militancia otro enemigo exterior que justifique una nueva derrota que les garantice que nadie mire a la cúpula para pedir una asunción de responsabilidades por el papel subalterno que se han visto obligados a asumir tras una debacle electoral sin precedentes. Siempre hay alguien al que apuntar para que se evite mirar de manera interna. Si Ione Belarra hubiera concluido que Irene Montero es un activo político tan potente que le garantiza tener una presencia importante en el Congreso de los diputados se hubieran presentado en solitario, pero Belarra sabe que Montero representa mucho menos en la política española que los ocho diputados que le garantiza Yolanda Díaz. La militancia de Podemos no lo hará, pero si tiene que buscar a los responsables por la ausencia de Irene Montero de las listas en Sumar tiene que escudriñar en su propia organización.