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Israel y Marruecos: el legado de Trump que salpica a España

Netanyahu y Trump, en el muro israelí
31 de mayo de 2021 22:23 h

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Durante su mandato Trump cruzó líneas rojas también en su política exterior que no son tan fáciles de deshacer. Una de ellas tiene que ver con Israel. Trump reconoció Jerusalén como legítima capital israelí, a pesar de que Jerusalén Este está ocupada ilegalmente por Israel y dicha ocupación ha sido condenada por resoluciones de Naciones Unidas. Para reforzar ese reconocimiento, el expresidente trasladó la embajada de EE UU de Tel Aviv a Jerusalén.

Además cortó la ayuda humanitaria a la Autoridad Nacional Palestina, declaró la soberanía israelí en los Altos del Golán, ocupados ilegalmente en 1967 y aplicó una política de “máxima presión” ante Irán, rompiendo el acuerdo nuclear alcanzado por Obama –defendido por su vicepresidente Biden–, uno de los mayores logros del expresidente demócrata en política exterior. Para ello contó con la gran alianza y complicidad del primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, en el poder desde hace casi trece años.

También impulsó los Acuerdos Abraham entre varios países árabes e Israel, unidos por su rivalidad con Irán y su oposición al pacto nuclear. De este modo allanó una legitimación mayor de Tel Aviv en una región en la que hasta entonces solo Jordania y Egipto habían normalizado sus relaciones con el Estado judío.

Marruecos

Uno de los países que forma parte de esos acuerdos con Israel es Marruecos, que lo suscribió a cambio del compromiso de Trump de reconocer la marroquinidad del Sáhara Occidental, en contra de la postura de Naciones Unidas y sobrepasando la línea tradicional de Washington. El expresidente estadounidense optó para ello por una proclamación presidencial, sin la autorización del Congreso y a las puertas de su salida de la Casa Blanca, el pasado diciembre. Marruecos está aferrado a ese pacto, y ello explica también sus últimos movimientos.

Joe Biden no ha indicado públicamente algún cambio con respecto a Trump en lo referido a ese acuerdo con Marruecos. El día 30 de abril de este año la página web de la Secretaría de Estado colgó una referencia al acuerdo entre Marruecos e Israel, en el que se lee lo siguiente, sobre una conversación entre el ministro de Exteriores marroquí y su homólogo estadounidense: “La Secretaría [de EEUU] acogió con satisfacción los pasos dados por Marruecos para mejorar sus relaciones con Israel y señaló que la relación Marruecos–Israel traerá beneficios a largo plazo para ambos países.”

Dicha nota evitó mencionar que esos acuerdos alcanzados bajo la batuta de Trump implicarían a cambio el reconocimiento estadounidense de la soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental, pero en medios marroquíes se celebró igualmente. Esos medios también han recalcado que el Departamento de Estado estadounidense colgó el 18 de mayo en su página web el pacto alcanzado el pasado diciembre entre el aún presidente Trump, Israel y Marruecos, en el que sí se menciona ese compromiso sobre el Sáhara, lo cual interpretan como un modo de reconocer que el acuerdo se mantiene con el nuevo Gobierno estadounidense.

El 18 de mayo el Secretario de Estado estadounidense y su homólogo marroquí hablaron nuevamente por teléfono, sobre Israel y Gaza (según el relato oficial), con los bombardeos aún activos. El 18 de mayo hacía día y medio que Marruecos había abierto su frontera con Ceuta.

Cambio de narrativa social sobre Israel

Netanyahu se vinculó estrechamente a Trump, y eso explica en parte que sus políticas hayan sido esta vez cuestionadas incluso en algunos ámbitos del establishment político y mediático estadounidense y en una parte importante de la comunidad judía de EEUU.

Algo está cambiando en la narrativa del mal llamado conflicto palestino israelí en Estados Unidos. Durante esta última ofensiva las voces palestinas han tenido más presencia en grandes medios de comunicación, no solo en la prensa escrita, sino también en grandes cadenas de tv como la CNN y la NBC. Ha habido grandes manifestaciones en defensa de los derechos de la población palestina en varias ciudades estadounidenses.

El Congreso estadounidense ha sido escenario de discursos diferentes, introducidos por el ala progresista del Partido Demócrata, que ha llegado a pedir la congelación de la venta de armas a Israel. El Movimiento Sunrise, un apoyo civil clave estos últimos dos años para los demócratas, ha impulsado una campaña solicitando que “Estados Unidos detenga el gasto de miles de millones destinado a la ocupación militar israelí” y en las propias esferas del poder demócrata hay una interesante conversación abierta sobre la responsabilidad de Estados Unidos en las tragedias de Oriente Próximo.

En Washington no son ajenos a las alianzas forjadas entre el aún primer ministro israelí y sectores de la extrema derecha europea. Aquí en España, sin ir más lejos, Rafael Bardají, en el PP hasta 2018, en Vox desde entonces, en buena sintonía con integrantes de la Administración Trump, fundó con José María Aznar la fundación sionista Friends of Israel Initiative, poco después de que Netanyahu llegara al poder por segunda vez, en 2010: “Mi relación con Israel cambiaría definitivamente el día en que me hice mayor y conocí a Bibi Netanyahu”, escribió Bardají en un artículo hace un tiempo.

“He matado a muchos árabes y no hay problema en ello”

Netanyahu no ha podido formar Gobierno tras estas últimas elecciones –las quintas en dos años– y sus rivales han anunciado un preacuerdo que, de consagrarse, confirmará un nuevo Ejecutivo con partidos de toda índole –desde la izquierda hasta la derecha, pasando por dos agrupaciones árabe israelíes– y con el ultraderechista Naftalí Bennet como primer ministro durante los próximos dos años. Eso implicaría la salida del aún primer ministro del poder en un momento en el que está pendiente de un juicio por corrupción.

Este miércoles por la noche termina el plazo para la formación de Gobierno. Antes tendrá que ratificarse ese preacuerdo que contempla a Bennet como próximo primer ministro, y ante el cual Netanyahu sigue luchando, cada vez con menos posibilidades. Este ha acusado a la posible nueva coalición de estar a expensas de la izquierda israelí, ante lo que Bennet ha asegurado que será “aún más de derechas” que el Gobierno actual.

Bennet, ministro con Netanyahu antes de formar su propio partido, defiende la ocupación ilegal de los territorios palestinos, es considerado un héroe por los colonos israelíes y es autor de frases como estas: “Yo he matado a muchos árabes en mi vida y no hay problema en ello” o “haré todo lo que esté en mi poder para asegurarme de que [los palestinos] nunca consigan un Estado”.

Recientemente, cuando un entrevistador le recordó que incluso el Tribunal Supremo israelí reconoce que hay una ocupación de territorios, Bennet contestó:

“Supongo que lo que tienes que hacer es cambiar la Biblia, está todo ahí”, refiriéndose a lo que tantos defensores de la ocupación ilegal sostienen: que los territorios palestinos pertenecen a Israel porque en la Biblia se cuenta que hace tres mil años hubo judíos viviendo en ese lugar.

“¿Está diciendo que la Biblia está por encima del Supremo israelí? ¿Es Israel una teocracia?”, le contestó entonces el entrevistador.

“Le sugiero que primero cambie la Biblia y luego me muestre una nueva Biblia que diga que la tierra de Israel [en referencia al Gran Israel, con los territorios ocupados incluidos] no pertenece a los judíos”, afirmó Bennet.

Que Netanyahu caiga no significa que la ocupación y el apartheid vayan a terminar. En Israel los partidos más votados han defendido siempre políticas de opresión, abuso y anexión ilegal de territorios. La mayor ayuda económica que Washington entrega anualmente a unas fuerzas militares extranjeras es la que aporta al Ejército israelí. Solo eso describe bien el sólido respaldo que Estados Unidos ofrece a las políticas de Tel Aviv.

El reto para Biden

Biden puede deshacer algunos de los entuertos cometidos por Trump. Lo necesitaría para marcar distancia con su predecesor y para mostrar a los estadounidenses y al mundo que hay líneas rojas que no se deben traspasar. Pretende intentar de nuevo el acuerdo nuclear con Irán, roto en el mandato anterior. Más dudas hay en lo que respecta a Israel. Erigirse como defensor de los derechos humanos ante la ocupación israelí implicaría un giro en la política exterior estadounidense de las últimas décadas. No hacerlo puede poner en riesgo los apoyos del ala progresista de su partido a algunas de sus iniciativas en materia de política nacional.

Algunas de las figuras de ese sector demócrata consideran que si el mensaje final va a seguir siendo que la ley internacional, la Carta Universal de los Derechos Humanos y Naciones Unidas son papel mojado, se estará legitimando en parte discursos y posiciones que facilitaron la llegada al poder de Trump en Estados Unidos y la subida electoral de partidos de ultraderecha en Europa. Y entre la copia y el original, ¿a quién preferirán los electores? Es este un dilema que circula estos meses en algunos ambientes políticos de altura en Washington.

Si Biden termina asumiendo como hechos consumados algunos de los pasos de Trump aquí mencionados habrá quienes puedan pensar que la democracia estadounidense necesita de vez en cuando personajes como el expresidente pelirrojo para abordar sus intereses más políticamente incorrectos.

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